El golpe de estado del Ejército que ha derrocado al presidente Morsi, el único presidente de Egipto que ha tenido la Hermandad Musulmana, ha sido un golpe duro y un capítulo más en la vieja lucha entre los islamistas y los militares. Y es que el mayor obstáculo en su camino siempre ha sido el Ejército.
La pugna entre el Estado y, en especial, los militares egipcios y los Hermanos Musulmanes es tan antigua como la propia organización islamista. Durante los primeros 20 años tras su fundación en 1928 por el maestro de escuela Hasan Al Banna en Ismaeliya, los Hermanos se consolidaron bajo una agenda reformista, anticolonialista y antibritánica.
Aquellos años, bajo el reinado del Rey Faruk (1936-1952) y la tutela colonial británica, su creciente influencia puso en alarma a las autoridades y los enfrentamientos fueron constantes. De hecho, la Hermandad creó en 1940 la llamada 'Organización Especial', para responder a las embestidas del régimen, que ocho años después asesinaron al entonces consejero Salim Zaki.
En 1949, el asesinato de su fundador Al Banna en circunstancias no aclaradas, pero en las que se adivina la mano del régimen, dio un giro de tuerca a la política de la Hermandad.
Naser y los Hermanos, una historia de 'amor' y oscuridad
En un primer momento, los Hermanos Musulmanes jugaron un importante papel con su apoyo al movimiento de los Oficiales Libres, fundado y liderado por Gamal Abdel Naser, que tomo el poder en 1952.
Sin embargo, la luna de miel entre Naser y los Hermanos duró poco. Aunque en 1951 habían sido legalizados, la llegada al poder de Naser dejó claro que los militares no querían compartir el poder. Dos años después de su llegada a la presidencia, Naser ilegalizó por decreto a la Hermandad y comenzó una etapa de polarizadas relaciones entre los militares y la organización.
El régimen militar les acusó de estar detrás del intento de asesinato de Naser en 1954, lo que dio luz verde a una etapa de represión con la Hermandad, en la que muchos de sus miembros fueron encarcelados, torturados y ejecutados.
Sin embargo, la derrota de Egipto en la guerra con Israel de 1967 obligó al presidente egipcio y su régimen a cambiar el discurso, con un mayor tinte religioso y un acercamiento a la popular organización.
Sadat, el 'presidente creyente'
Naser murió en 1970 y su sucesor, Anwar al Sadat, era conocido como el 'presidente creyente'. El general concedió una amnistía a los que, hasta entonces, eran considerados como los principales enemigos del régimen.
Incluso, incluyó la Sharía como una de las fuentes de derecho, una reivindicación ideada para apaciguar a la Hermandad.
Aunque no permitió su legalización, Sadat sí favoreció, o al menos permitió, la expansión de los Hermanos Musulmanes, que empezaron a cobrar importancia en las organizaciones universitarias. Pero las relaciones entre Sadat y los Hermandad se rompieron tras la firma de los acuerdos de paz del presidente egipcio con Israel en Camp David en 1979.
Sadat comenzó entonces su campaña de represión en la que se encarceló, entre muchos otros, al entonces máximo dirigente de la organización. En 1981, Yamaat al Islamiya una organización islamista escindida de la Hermandad después de que ésta renunciara a la lucha armada, asesinó al presidente, que fue sucedido por Mubarak.
Mubarak, el tercer asalto
Como con Naser y Sadat, la relación entre el ejército y los Hermanos Musulmanes ha oscilado entre el amor y el odio. Durante sus primeros años, el dictador trató de mostrar una postura de ‘democratización dosificada’ y los Hermanos Musulmanes fueron presentados como la rama moderada del Islam político.
Fueron los años en los que la Hermandad, encabezada por una generación que se había formado en las uniones sindicales universitarias, se lanzaron a la arena política. En 1984 se aliaron con el partido laico Al Wafd y entraron en el Parlamento y en 1987 formaron la llamada Alianza Islámica con los partidos Al Amal y Al Ahrar.
La guerra de Irak y la expansión de sus organizaciones sociales y, por tanto, su influencia, hizo enfurecer al régimen. A partir de 1992, y gracias a la Ley de Emergencia, en vigor desde el asesinato de Sadat, el régimen emprendió una nueva campaña de represión contra los Hermanos Musulmanes, a quien calificaba de terrorista. En 1995 abrió tres procesos militares contra ellos.
La presión de USA para que Egipto emprendiera reformas democráticas obligó al régimen de Mubarak a consentir a la organización. En consecuencia, los Hermanos Muslmanes consiguieron su mayor éxito electoral hasta entonces en las parlamentarias de 2005.
Pero tan solo un año después, el dictador emprendió una nueva campaña de represión contra todos los sectores opositores entre ellos, sin duda, los miembros de los Hermanos Musulmanes. El régimen cerró el principal periódico de la organización, (Afaq Al Arabiya) y fueron presentados por orden presidencial ante los tribunales militares.
La caída de Mubarak en 2011 brindo a la Hermandad la oportunidad soñada, y la aprovecharon. Mohammed Morsi se convirtió el presidente de Egipto y, por primera vez, los Hermanos Musulmanes alcanzaban el poder en su país de orígen. Pero tan sólo un año después, el viejo fantasma reapareció para despertarles del sueño.
Abdel Fatah Al Sisi, el militar que traicionó a los Hermanos
El presidente islamista tuvo que lidiar, desde el primer momento, con su viejo enemigo.Y para tratar de domarlo, Morsi escogió Abdel Fatah al Sisi, un militar mucho más joven que todos sus antecesores en el cargo. Aquello mucho lo interpretaron en su momento como una reforma del estamento castrense.
Durante el año de gobierno de Morsi, Al Sisi ha mantenido un perfil discreto. Era la personificación del golpe que Morsi parecía dar a la vieja guardia del Éjercito al retirar al todopoderoso mariscal Husein Tantaui, que había dirigido las Fuerzas Armadas desde 1991.
Sin embargo, los militares parecían esperar su oportunidad para devolver el golpe. Y la persona que lo ha dado ha sido, precisamente, el elegido por Morsi. Es el más reciente capítulo de una vieja lucha y, probablemente, no sea el último.
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