A primera vista, los alrededores del puerto de Oslo en una tarde soleada de septiembre parecen que fueran los de una postal turística. Algunos valientes se zambullen en el frío mar del Norte tras una sesión de sauna; otros se deslizan a gran velocidad en el agua con esquíes acuáticos mientras esquivan a decenas de kayaks. Las terrazas rebosan de comensales y marisco.