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jueves, 3 de febrero de 2011

MUBARAK: EL DICTADOR MANDO A SUS MATONES A INTIMIDAR AL PUEBLO

Hosni Mubarak contraatacó de una forma brutal. El presidente vitalicio de Egipto, decidió que solo un baño de sangre podía salvar su régimen y lanzó a miles de sus matones, camuflados como manifestantes, sobre la plaza de Tahrir, el centro simbólico de la revuelta.


Fue una jornada tan violenta como grotesca. La represión se disfrazó de enfrentamiento civil, mientras los militares asistían a la venganza de Mubarak tan impasibles como en días anteriores.

Según el Gobierno, murieron tres personas -uno de ellos, un militar- y más de 600 sufrieron heridas graves. Al Yazira y Reuters citan fuentes médicas que elevan a 1.500 la cantidad de heridos.

Tres cosas quedaron claras en la confusión de la batalla: que el dictador no pensaba rendirse, que estaba dispuesto a infundir un terror profundo en la población y que no era ya posible una transición negociada.

En una semana de extraordinarias convulsiones, el día de quedó marcado para la historia. Resultaba difícil predecir si el violento coletazo de Mubarak y los suyos marcaba el triunfo de la contrarrevolución o si, más posiblemente, condenaba a Egipto a adentrarse en una era de inestabilidad y radicalización.

El discurso de Mubarak el martes por la noche fue la señal de que el régimen y su jefe aún se sentían fuertes.

No importó que centenares de miles de personas acabaran de pedir en las calles de El Cairo y otras ciudades la dimisión del presidente y una transición a la democracia.

Mubarak anunció que no se presentaría a la reelección en septiembre (un gran "sacrificio" por parte de un hombre de casi 83 años con cáncer), prometió que moriría en Egipto y dirigió un hábil mensaje a sus ciudadanos en el que apeló a las emociones, al pasado y a la patria. Buscó que vibrara el nacionalismo egipcio, el más antiguo del mundo.

Y reiteró que solo él separaba a Egipto del caos. No avisó, sin embargo, que precisamente él pensaba desatar el caos solo unas horas después.

El día comenzó tenso, con una crispación especial en el ambiente. En casi todos los barrios de El Cairo se veían discusiones y peleas.

Los partidarios de Mubarak, el grupo que había permanecido silencioso desde el inicio de la crisis, se hacían oír. Por canales ensayados en ocasiones anteriores, como en las elecciones amañadas o los actos de apoyo al régimen, el palacio presidencial hizo saber a los suyos (policías, funcionarios, partidarios sinceros) que había llegado el momento.

Varias manifestaciones de apoyo a Mubarak se formaron en distintas zonas. La marcha más numerosa confluyó en la plaza de Tahrir, donde seguían concentrados miles de opositores al régimen.

En un primer momento, ambas multitudes se aproximaron con relativa tranquilidad. Los opositores trataron de bloquear el paso a los recién llegados con una cadena humana. Los fieles a Mubarak expresaron su intención de "tomar la plaza para demostrar quién es la auténtica mayoría".

"No queremos revolución, sino paz; estos días hemos respetado a la oposición, ahora exigimos respeto nosotros porque el momento es crítico", declaró Ahmad Osman, un farmacéutico de 36 años que parecía, en efecto, un farmacéutico. Otros jalearon sus palabras.

Poco después de mediodía se desató el infierno. Miles de personas surgieron de las filas de la manifestación favorable a Mubarak y cargaron contra los opositores, en maniobras organizadas. En ese mismo momento, el servicio de Internet reaparecía en el país.

Una extraña coreografía se desarrolló en la plaza: abrazos que simulaban la reconciliación entre los bandos y gritos de "paz, paz" lanzados por gente que portaba retratos del presidente, posiblemente para ser captados por la televisión local (que durante la jornada entera emitió imágenes de manifestantes eufóricos que lanzaban loas a Mubarak), se mezclaban con agresiones brutales.

Los opositores reaccionaron y se lanzaron también al choque, en una escena que evocaba las batallas medievales. Para reforzar esa impresión, decenas de fieles a Mubarak iniciaron una carga a lomos de caballos y camellos.

Los jinetes utilizaron porras, látigos y cadenas, hasta que dos o tres de ellos fueron descabalgados y apaleados; los otros se retiraron con rapidez. Volaban las piedras desde ambos lados.

Entre el polvo, el ruido, los golpes, los gritos y la sangre, algo se hizo evidente: la policía no se había esfumado, se había limitado a preparar ese momento.

Unos hombres fornidos que se presentaron como farmacéuticos, con unas frases en inglés recién aprendidas, increparon a este corresponsal porque, decían, la prensa extranjera había mentido en los últimos días. Cuando se les pidió que mostraran algún documento que les acreditara como "farmacéuticos", respondieron con golpes.

La persecución a periodistas extranjeros es una constante. Decenas de ellos sufrieron ayer heridas y robos de cámaras y ordenadores.

Mohamed el Baradei ha acusado al Gobierno de estar recurriendo a la "táctica del miedo. El ex director del Organismo para la Energía Atómica (OIEA), asegura tener pruebas de que se trataba de "agentes de policía vestidos de civil".

"Tenemos sus carnés de policía", afirmó el opositor egipcio, que pidió en declaraciones al canal Al Yazira, que las Fuerzas Armadas dejen atrás la neutralidad e intervengan para proteger a los ciudadanos.

La violencia no amainó en las horas siguientes y proseguía por la noche. Los opositores al régimen crearon un cordón humano para proteger a mujeres y niños e intentaron taponar las entradas a la plaza.

"Luchamos por nuestra vida, luchamos por nuestra vida", gritaban. La gente del régimen lanzaba abundantes cócteles molotov y se escuchaban disparos de arma automática. Había gente ensangrentada por todas partes.

Varios opositores lloraban sentados en el suelo.
"No puede ser, hemos perdido otra vez, hemos perdido otra vez", decía uno de ellos.

Bien entrada la noche, seguían lanzándose cócteles molotov en la plaza y cercanías. Varios de ellos cayeron junto al Museo Egipcio, un área dominada por los partidarios del régimen.

Un camión de la policía lanzó agua a presión para evitar un incendio en el edificio, cargado de tesoros arqueológicos. Fuera de la plaza de Tahrir las calles estaban relativamente tranquilas.

No se conocen incidentes tan violentos como los de El Cairo en Alejandría y en el resto de las ciudades egipcias.

Tras los disturbios, el vicepresidente, Omar Suleimán, instó a todos los manifestantes a regresar a sus casas y respetar el toque de queda para que vuelva la calma. El hasta ahora jefe de los servicios secretos, aseguró que el diálogo con las fuerzas políticas depende del fin de las protestas en las calles.

También rechazaron la violencia los partidos políticos opositores, que el pasado martes trataban de dibujar una hoja de ruta que, ya sin Mubarak en el poder, llevara a una transición pacífica.

El Baradei, volvió a reiterar ayer que Mubarak debe abandonar el poder antes del viernes. Ese día, los movimientos de jóvenes que están liderando la protesta han planeado llevar a cabo una nueva marcha a la que han denominado "El viernes de la partida".

Mientras, el presidente egipcio ordenó la suspensión del Parlamento hasta que se revisen los resultados de las elecciones legislativas del pasado diciembre.

La oposición denunció el fraude masivo en esos comicios en el que el partido de Mubarak se hizo con la casi totalidad de los escaños.

El anuncio llegó apenas después de que el Ejército, actor clave en el país, tomara la palabra para pedir a los manifestantes contra el régimen que regresaran a sus casas ya que su mensaje había sido escuchado y el poder ya conocía sus demandas.

"Se ha escuchado vuestro mensaje y se van a atender vuestras demandas", dijo por televisión un portavoz del estamento militar, pieza fundamental en el país por el apoyo del que goza entre la población pero también como cuna del actual presidente y de los dos anteriores.

"Las Fuerzas Armadas os llaman. Empezasteis saliendo a la calle para expresar vuestras demandas y sois los únicos capaces de recuperar la vida normal", añadió.

La coalición por el cambio que encabezan los principales partidos de la oposición respondió pidiendo nuevas manifestaciones. Tres de los partidos oficiales que incluyen al liberal Wafd, el izquierdista Tagammu y los partidos nacionalistas naseristas se mostraron en contra de tomar medidas enérgicas para pacificar los enfrentamientos que se estaban produciendo en el centro de la ciudad.

Los partidos anunciaron estar dispuestos a negociar con el Gobierno.

"Hemos decidido entrar en un diálogo para responder a la invitación hecha por el vicepresidente Suleimán, (...) a fin de mantener la seguridad, la seguridad y la estabilidad de la nación y el pueblo", afirmaron en una declaración conjunta.

Solo un día antes estos mismos partidos habían llegado a un acuerdo con el resto de opositores supeditando cualquier negociación a la aceptación de unas líneas generales. La primera de ellas es que Mubarak abandone el poder.

Históricamente, los tres partidos han tenido una ambigua relación con el régimen, que en algunos casos oscilaba de la disidencia al colaboracionismo.

"No queremos sustituir la protesta de los jóvenes por el diálogo. Es responsabilidad de la seguridad del Estado protegerles y advertimos al [gubernamental] Partido Nacional Democrático contra estos actos", señalaba el líder de los naseristas Samah Ashour en una rueda de prensa.

Mohamed al Beltagy, un ex parlamentario de los Hermanos Musulmanes, advirtió que su grupo, la Asamblea Nacional para el Cambio, se mantiene firme en su decisión de rechazar cualquier tipo de negociación con el régimen de Mubarak hasta que se den los pasos que se habían acordado.

"Wafd y Tagammu solo se representan a sí mismos, y no están autorizados para hablar en nombre de la oposición", aseguraba el ex parlamentario en declaraciones a un diario egipcio.

Al Beltagy señaló además que la extrema violencia que estalló durante la jornada del miércoles representa el último intento de Mubarak para mantener el poder en el país.

Fuente:El País

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