Dos mil invitados asistieron a la ceremonia que tuvo lugar en el palacio real de Tokio. La intensa lluvia y el frío restó vistosidad a la ceremonia, ya que la guardia de honor que debía formar en el centro de un patio situado en el interior del recinto del palacio real, tuvo que refugiarse en los soportales, mientras reyes, príncipes y presidentes seguían la ceremonia desde los miradores de los palacetes que se abrían al patio y al edificio principal donde Naruhito, junto a Masako, protagonizaron la ceremonia ataviados con los trajes tradicionales.
Los Reyes de España han ocupado un lugar de honor en la ceremonia, junto a sus homólogos de Bélgica, Holanda y el rey de Suecia, aunque por antigüedad en el cargo les ha tocado sentarse entre el rey de Samoa, Va’aletoa Sualauvi II, y el emir de Qatar, Tamim bin Hamad al Thani.
Hacia el mediodía de este martes, Felipe y Letizia han salido del hotel Okura, donde se han alojado, para dirigirse al palacio imperial. Lo han hecho junto a los reyes de Holanda, Guillermo y Máxima, el rey Carlos Gustavo de Suecia y la princesa heredera Victoria y antes de abandonar el hotel se han saludado cordialmente
El protocolo japonés marcaba traje de ceremonia para las señoras que indica escote cerrado, largo hasta el suelo y manga bajo el codo y aunque normalmente es un vestido de un solo color, Letizia ha optado por un llamativo estampado de flores de la diseñadora cordobesa Matilde Cano, adornado con un cinturón ancho de color verde agua que le sujetaba la banda y se ha tocado con una ancha diadema.
Como joyas ha lucido el espectacular collar de chatotes de brillantes de la reina Victoria Eugenia que en tantas ocasiones usó la reina Sofía y unos pendientes antiguos de brillantes y esmeraldas. Máxima de Holanda ha optado por un vestido de gasa gris azulado con tocado de tul; Matilde de Bélgica ha elegido un conjunto de color rosa, mientras que Victoria de Suecia ha optado por el azul marino y Mary de Dinamarca por el azul klein, Los caballeros han vestido todos frac con condecoraciones y al cuello del rey Felipe prendía el Toisón de Oro.Los Reyes de Holanda, Máxima y Guillermo
A la ceremonia también han asistido el gran duque Enrique de Luxemburgo, Alberto de Mónaco, el príncipe Carlos de Inglaterra, Haakon de Noruega, Mulay Rachid de Marruecos y Hussein de Jordania, además de los representantes de las monarquías del Golfo y los pequeños países de Asia, África y Oceanía.
La ceremonia de entronización ha comenzado cuando, a modo de telón teatral, se han descorrido las cortinas colgadas de un dosel que escondían el Takamikura, el trono milenario desde donde Naruhito se autoproclamado emperador vestido con un traje ceremonial de varias capas, naranja oscuro la que estaba a la vista. A su lado, bajo un dosel más reducido y sentada en el trono más pequeño se encontraba la emperatriz Masako, vestida con un kimono de doce capas.
A su alrededor se encontraba, también con traje ceremonial, el resto de la familia imperial, menos los emperadores eméritos, Akihito y Michiko, ni tampoco la princesa Aiko, la única hija de los emperadores, aún menor de edad, y cuyo camino al trono está vetado por la ley sálica que impide que una mujer suba al trono del crisantemo.La emperatriz Masako lucía un kimono de doce capas
En un breve discurso, Naruhito ha recordado a su padre, el emperador Akihito, quien durante sus casi 30 años en el trono (sucedió a su padre Hirohito en 1990), trabajó incansablemente por “la felicidad del pueblo y la paz en el mundo. Siempre compartió las alegrías y las tristezas del pueblo y siempre se mostró compasivo”.
El nuevo emperador asumió la responsabilidad de cumplir con el papel que le asigna la constitución japonesa como “símbolo del Estado y de la unidad del pueblo de Japón” y se comprometió, siguiendo el ejemplo de su padre, a actuar con “responsabilidad y sabiduría en favor del bienestar del pueblo japonés y la prosperidad de la humanidad”.
En un breve discurso, Naruhito ha recordado a su padre, el emperador Akihito, quien durante sus casi 30 años en el trono (sucedió a su padre Hirohito en 1990), trabajó incansablemente por “la felicidad del pueblo y la paz en el mundo. Siempre compartió las alegrías y las tristezas del pueblo y siempre se mostró compasivo”.
El nuevo emperador asumió la responsabilidad de cumplir con el papel que le asigna la constitución japonesa como “símbolo del Estado y de la unidad del pueblo de Japón” y se comprometió, siguiendo el ejemplo de su padre, a actuar con “responsabilidad y sabiduría en favor del bienestar del pueblo japonés y la prosperidad de la humanidad”.
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