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jueves, 27 de abril de 2017

LA OPINION DE G. MIKLOS: CUAL ES EL MISTERIO DEL POPULISMO

No es nada novedoso reutilizar términos consagrados con un sentido completamente nuevo sin avisar del cambio para engañar a los lectores. Sucede a diario. No es ninguna sorpresa que se otorgue un nombre sonoro a un fenómeno nuevo cuando alguien es incapaz de explicarlo, de encontrar una teoría o de intentar describirlo al menos. Esto es lo que está sucediendo con ‘populismo’ o ‘populismo de derechas’ (e incluso ‘populismo de izquierdas’), palabras que se usan para retratar realidades tan viejas como las montañas y, sorprendentemente, para describir también algunas nuevas. ‘Populismo’ se ha vuelto un sinónimo de "no lo entiendo, pero me han pedido que hable de ello".

Tomemos el ejemplo de Hungría. El primer ministro, Viktor Orbán, es conocido como el ‘populista de derechas’ por excelencia. ¿Qué es lo que hace?

Tras un dudoso, aunque repulsivo, período de experimentación con una movilización de corte totalitario que más tarde sabiamente abandonó, él y su régimen inventaron una nueva técnica que impide la corrupción, en el sentido jurídico, aunque se siguen usando los bienes del Estado para enriquecer a los amigos y a los próximos a la familia gobernante. La cúpula no recibe sobornos de ajenos, ni se comete ningún robo: las empresas, las tierras, los edificios, las compañías rentables, las rentas y, sobre todo, el dinero de los fondos europeos se ‘donan’ sencillamente a los cortesanos, a los lacayos y a sus empresas ficticias. Las funciones del Estado se externalizan y recaen en los aliados del líder (aunque sigue siendo él quien las controla de manera informal), se nacionalizan las empresas privadas y se vuelven a privatizar para ponerlas en manos de esos mismos aliados. Se ofrecen licitaciones para atender las necesidades nacionales y regionales que indefectiblemente ganan las mismas personas y las mismas empresas que están a favor de Orbán o que dependen de Orbán.

Los bancos estatales ofrecen créditos a estas empresas para que compren medios de comunicación que antes eran independientes. Se trata a todas las instituciones públicas como si fueran propiedad del líder. Desde los directores de escuelas de primaria hasta los jefes de las oficinas de correos de los pueblos, pasando por los directores de colecciones de muñecas divertidas, los catedráticos universitarios y las capitanías de la policía, todos y cada uno de los funcionarios públicos o cualquiera que acabe realizando una labor para la comunidad debe pertenecer a la derecha gobernante de una u otra manera.

La oficina del primer ministro se ha instalado en el antiguo Palacio Real y han sacado del edificio a la Galería Nacional y a la Biblioteca Nacional para hacerle un sitio a él y a su administración pública personal, que cada vez difiere más, y está más por encima, de un gobierno procedente. (El gobierno local, o más exactamente regional, ha desaparecido prácticamente. No existe nada entre el gobierno central y los jefes locales o caciques de los pueblos). Las instituciones públicas como la Oficina del Patrimonio Nacional desaparecen y son sustituidas por oscuras organizaciones privadas con intereses económicos o profesionales en el asunto, y siempre conectadas con el supragobierno.

Al igual que sucedía en los tiempos de los reinados patrimoniales, la propiedad de la Corona no está claramente separada de la propiedad personal del jefe del Estado. El poder supremo del país se usa de forma indiscriminada, arbitraria y perentoria. Los beneficiarios de este sistema están organizados en torno a un hermético orden o ‘corporación’, en el viejo sentido de la palabra, están suplantando al Estado formal y están configurando sus propias leyes y sus propias normas constitucionales.

Esta es una ingeniosa forma vieja-nueva de dictadura flexible y no asesina, pero ¿por qué llamarla ‘populista’?

Demagogia étnica

La demagogia étnica no es precisamente populista, como la practican y practicaron diversas élites en el pasado que se oponían de forma vehemente y en ocasiones violenta, a las clases populares, como por ejemplo las dictaduras militares autoritarias. La rutina de hacer concesiones a las masas en forma de aumentos salariales, limosnas o reformas fiscales son también procedimientos universales y nadie llamaría populistas al príncipe Otto von Bismarck y a los emperadores Guillermo I y II. ¿Existe algún régimen que no haya echado la culpa al extranjero de los males que tiene el país que domina?


HACER CONCESIONES A LAS MASAS EN FORMA DE AUMENTOS SALARIALES, LIMOSNAS O REFORMAS FISCALES SON PROCEDIMIENTOS UNIVERSALES Y NADIE LLAMARÍA POPULISTAS AL PRÍNCIPE OTTO VON BISMARCK Y A LOS EMPERADORES GUILLERMO I Y II

Y ahora Donald Trump, la amenaza archipopulista. No cabe ninguna duda de que es una amenaza, pero ¿populista?

Su propuesta pasa por reducir el desempleo construyendo carreteras y puentes. El método de las pirámides. ¿Convierte esto en ‘populista’ al faraón? Exigir impuestos abusivos a los comerciantes extranjeros es una práctica muy antigua. ¿Eran entonces ‘populistas’ los Dogos de Venecia, los stadhouder de los Países Bajos o los duques de Borgoña?

En 1935, Karl Mannheim, en su libro Man and Society in an Age of Reconstruction (El hombre y la sociedad en una época de reconstrucción), estableció que las políticas económicas obedecen a ciclos que van de períodos de libre comercio a períodos proteccionistas. (Karl Polanyi descubrió una lógica similar en su teoría del ‘movimiento doble’ que presentó en La gran transformación, 1944). Una competencia exacerbada hace que bajen los precios y esto obliga a los empresarios a reducir los salarios reales, aumentar la jornada laboral e imponer una disciplina más estricta junto con una legislación laboral más represiva, aunque sobre todo lo hacen para ahorrar dinero, desarrollar tecnología y recortar plantillas.


El desempleo generalizado va en detrimento de la competitividad de la demanda, y así sucesivamente. Antes o después, los líderes de los Estados capitalistas tienen que tomar medidas si quieren evitar la crisis, y el método principal es limitar la competencia hasta cierto punto.

El proteccionismo pone límites a la competitividad de dos formas: en primer lugar, modera la competitividad entre capitalistas al excluir a ciertos competidores, en su mayoría ‘extranjeros’, y obliga al Estado, o lo que es lo mismo, al contribuyente, a arrimar el hombro y colaborar en la financiación de la carga que suponen algunas medidas redistributivas de las que el mercado ya no puede hacerse cargo. En segundo lugar, reduce la competitividad entre trabajadores. La competitividad entre trabajadores es particularmente peligrosa para la estabilidad de un Estado burgués.

En el pasado, cuando escaseaban los trabajos, los movimientos obreros poderosos solicitaban al Estado que nacionalizara, reestructurara, regulara y, por lo general, pagara algún tipo de subsidio de desempleo, aumentara la cobertura pública del Estado del bienestar, invirtiera en nuevos proyectos (como por ejemplo ferrocarriles, carreteras o vivienda social) que necesitaran mano de obra nueva, retrasara (mediante la educación) la edad de incorporación al mercado laboral, disminuyera la edad de jubilación y aplicara otros costosos recursos. Uno de estos elementos a los que apelaban normalmente las clases dirigentes era la Guerra o la conquista colonial, o ambas, ya que esto creaba una nueva demanda y mermaba el superávit de población. Ambas medidas eran consideradas desestabilizadoras y brutales.

Una combinación de algunos de estos elementos suponía introducir ciertas asistencias sociales que excluyeran a una parte de los beneficiarios en función de diversos criterios, o que al menos presentaran a algunos de sus beneficiarios como focos de odio, y contrarrestara así el ímpetu de generosidad inherente a la regulación pública redistributiva e igualitaria. La asistencia solo para hombres ‘trabajadores’ (es decir, blancos), y la exclusión de los ‘parásitos’ y las welfare queen (es decir, las personas de color, los extranjeros o las mujeres, en especial las temidas ‘madres solteras’ de la campaña orquestada durante la década de 1980 y 1990) han conseguido en ocasiones sustituir con éxito las políticas de lucha de clase por conflictos étnicos o alianzas y coaliciones interclase, raciales y de género (hombres blancos).


LA ASISTENCIA SOLO PARA HOMBRES ‘TRABAJADORES’, Y LA EXCLUSIÓN DE LOS ‘PARÁSITOS’ Y LAS WELFARE QUEEN HAN CONSEGUIDO EN OCASIONES SUSTITUIR CON ÉXITO LAS POLÍTICAS DE LUCHA DE CLASE POR CONFLICTOS ÉTNICOS O ALIANZAS Y COALICIONES INTERCLASE, RACIALES Y DE GÉNERO

La campaña de Trump ha desplegado una adaptación contemporánea de estas ideas, en la cual la clase blanca trabajadora olvidada, que se ha quedado atrás, desempeña un papel simbólico en la habitual difamación conservadora antiasistencialista contra los desempleados, donde el criminal negro es el tradicional hombre del saco. Lo que resulta relativamente nuevo es la combinación de antiasistencialismo, proteccionismo empresarial y obra pública que promete crear empleo. Por lo general, el proteccionismo iba de la mano del asistencialismo (incluso la versión fascista con sus limitaciones étnicas e innatistas; aunque esto no sea verdad para todos los fascismos: Mussolini fue un partidario del libre comercio y de equilibrar los presupuestos), pero no en esta ocasión. Ahora el inmigrante sintetiza las características de esta nueva política reaccionaria.

Los inmigrantes

Las ‘guerras comerciales’ contra China, por poner un ejemplo, y una hostilidad abierta contra la Unión Europea (contra el extranjero) son ahora concomitantes con una lucha contra un grupo competidor de trabajadores, los inmigrantes. Se espera que al preservar a la población trabajadora nativa de la competencia extranjera barata y preservar al capital interno de las penurias del mercado global (esto último es casi imposible, por no decir del todo) se consiga crear una coalición interclase entre los que tienen y los que no tienen sobre la base de una etnia y una cultura, una coalición que podrá bastar para ganar elecciones, pero que no sobrevivirá durante mucho tiempo cuando el ‘hombre de a pie’ trabajador se dé cuenta de que le han estafado. Salvo, por supuesto, si el régimen de Trump y los gobiernos similares desembocan en un fascismo puro y duro… No obstante, lo que observamos por el momento es más caos que conformidad irreflexiva, aunque el rencor maleducado esté presente, además de los dementes que se congregan alrededor de un liderazgo de ese tipo.

Difícilmente populista

Una vez más, nada nuevo. El proteccionismo, el aislacionismo y el innatismo son colores y matices diferentes de la política estadounidense desde hace mucho tiempo. Aunque nunca antes ha sucedido que no se ofrezca nada sustancioso a los desfavorecidos, pues al fin y al cabo eso es lo que debería ocupar un lugar central en cualquier política de corte populista. En la Hungría ‘populista’ no hay ninguna prestación por desempleo, ningún paro, nada.

El populismo sin una pizca de igualitarismo carece de sentido. El populismo es, o era, como es lógico, antielitismo. Al originarse en el siglo XIX, las élites que menos gustaban eran las cortes reales, la aristocracia terrateniente y sus ramificaciones cosmopolitas, el Papado y el alto clero, los cuerpos de altos oficiales (y en general la armada y marina profesionales), los miembros de los exclusivos clubes de caballeros, la cúpula dirigente del servicio colonial, los bancos comerciales y los banqueros. A todo esto, la propaganda prefascista y fascista añadió élites ‘ocultas’ como la masonería, los sabios de Sion, los propietarios de los medios y, una vez más, el Vaticano, como los ‘auténticos’ dueños del planeta. (Hasta los estúpidos mitos sobre los Illuminati tienen más de doscientos años y ya en aquella época eran necedades).



Pero resultaría inaudito que el rasgo distintivo de las élites fuera su igualitarismo, es decir, su cercanía ideológica y política con los más desfavorecidos. El falso antielitismo actual (y puede que este sea el origen de esta asombrosa verborrea sobre el populismo que claramente no existe) está dirigido contra los igualitaristas, sobre todo hacia esa rara especie que llamamos ‘igualitarios liberales’, que en algunos de los casos no son más que socialdemócratas moderados.

Esto ha sido posible gracias a la tendencia de los ‘igualitarios liberales’, con su retórica sobre los derechos humanos, a defender y proteger sobre todo a las minorías que son víctimas de la desigualdad capitalista y la represión estatal, en concreto a las minorías raciales y de género y, en el ámbito internacional, a los países y otros pueblos víctimas de horribles tiranías. Incluso entre los vencidos de las luchas de clase, el énfasis recaía en los desempleados y aquellos que no estaban cubiertos, ni eran apreciados, por los diversos sistemas de asistencia social. 

En otras palabras, los ‘igualitarios liberales’ intentaron representar a los que más sufrieron por la pérdida o la aplicación incorrecta de la justicia social distributiva en las sociedades burguesas, sin por supuesto intentar cambiar dicha sociedad, ya que al fin y al cabo tampoco son comunistas. No representan a los ‘pobres que lo merecen’, sino también a los pobres problemáticos, repulsivos y agotadores, a los locos, a los recalcitrantes, a los enfadados y hasta a los que no hablan inglés.

Por supuesto, también están a favor de los sindicatos y de los salarios justos, aunque esto no es lo que parece peligroso a ojos de los neoconservadores de naturaleza tanto globalista-librecambista como proteccionista-aislacionista. Lo que consideran absolutamente intolerable es la proliferación de la cultura igualitaria: modales, formas de hablar, convicciones, creencias, solidaridades, simpatías y similares.

Corrección política

Por este motivo está tan denostada la corrección política, hasta en países del Este de Europa o del sudeste asiático donde nunca estuvo en uso. El declive de la ‘corrección política’ es visto como una liberación por parte de la derecha, ya que nuestro mundo se libra de la hipocresía y de la artificialidad impuesta. En definitiva, despreciar a las mujeres, a los gais, a las personas de color, a los extranjeros, a las personas con mala salud, etc. es algo ‘natural’, según dicen ellos, así que una reforma igualitaria de la gramática y las costumbres del habla sería ‘eufemística’: no hace sino otorgar nombres utópicos a realidades que ‘nosotros’ (las personas reales) conocemos y admiramos porque son impresionantes, es decir, aterradoras y horribles. Nadie debería hablar de ‘compañero’ si ‘nosotros’ sabemos que el hombre es el jefe y la mujer obedece. Dejar de reconocer una desigualdad se presenta (¡de nuevo!) como algo impío a la vez que irreal. 

Además, el empleo de ‘eufemismos’ en lugar de cambiar las realidades sociales es una muestra de debilidad y, por tanto, tan despreciable como todas las debilidades. Estudiar las construcciones sociales, culturales y políticas de ‘género’ significa (o la derecha pretende que eso es lo que significa para ellos) dejar de reconocer la diferencia que existe entre los sexos. 

Otra señal de distanciamiento de lo que los reaccionarios modernos entienden por ‘naturaleza’, es decir, algo predeterminado por las relaciones de poder. El rango y la fuerza son características presentes en el reino animal y, por ejemplo, la sumisión de la mujer es una realidad de la vida diaria entre los vertebrados.

Aparte de este tipo de ideologías de ‘darwinismo social’ o eugénicas sobre la desigualdad entre razas y géneros (perdón, sexos), el tradicionalismo también desempeña un papel. Giulio Evola es el santo patrón del tradicionalismo y una fuente de inspiración no solo para Steve Bannon, estratega y consejero del presidente de USA., Donald Trump, sino también para el partido húngaro Jobbik, que adora la diferenciación metafísica que establece castas u órdenes (Stände) diferentes. La igualdad significa solo que se mezclen todas las castas y todo el mundo se convierta en un Chandala, es decir, una persona sin Varna, sin casta, o lo que es lo mismo: un intocable, feo sinónimo de cualquiera de la izquierda.

Otro asesor de Trump, un tal Sebastian Gorka, húngaro como yo, luce con orgullo el título caballeresco de vitéz, una nueva ‘nobleza’ inventada que confería el otrora regente, contralmirante real e imperial Von Horthy (que gobernó entre 1919 y 1944) y que hoy en día no es más que un club de lunáticos de extrema derecha que se conceden títulos los unos a los otros y que son fervientes partidarios de la jerarquía, la sangre azul y la hermandad aria.

El proteccionismo, la autarquía, las teorías de la conspiración, el aristocratismo fingido, el desprecio racial, la supremacía blanca, la misoginia, el odio a la ciencia, la invención de enemigos imaginarios, todo esto no tiene nada que ver con el populismo, ni de la forma más remota.

Ya que hablamos de enemigos imaginarios: el término marxistas culturales que se utiliza en Estados Unidos de América y que es muy similar al Kulturbolschewismus de Goebbels, refleja, una vez más, ideas que se pueden encontrar entre los representantes de la extrema derecha de Europa del Este, en las que el odio por la Escuela de Fráncfort (y sus ligeros vínculos con la llamada idea europea, mediante las recientes publicaciones de Jürgen Habermas, son otra vieja invención reaccionaria aunque no étnica), en lugar de examinar sus trabajos, también es endémico.

Es casi conmovedor escuchar a los ex de Breitbart acusar precisamente a Adorno (aunque parezca increíble) de envenenar con música rock a la juventud occidental. Justamente Adorno, para el que incluso la música de Igor Stravinsky era kitsch y que despreciaba el jazz, algo que hoy en día podría parecer elitista y distante, y que dudo que nunca hubiera escuchado música rock. Aun así, como Adorno era de izquierdas, se le acusa de ser un amante de la música de clase baja (evidentemente, era todo lo opuesto) y la derecha ‘populista’ considera la música popular el opio del populacho.

Sería bastante interesante descubrir por qué la gente usa este término, ‘populismo’, para el surgimiento de esta derecha más bien anticuada y bastante tradicional (tan de los años 30…), e incluso más interesante saber por qué algunos meten en el mismo saco algunas versiones nuevas de la izquierda. De acuerdo con el simpático y siempre acertado dicho francés, el que diga que no hay diferencias de verdad entre la izquierda y la derecha es de derechas. ‘Ni droite, ni gauche’ fue un eslogan fascista y los nazis proclamaban en su himno Horst-Wessel-Lied: ‘Kam’raden, die Rotfront und Reaktion erschossen’ (hemos disparado al frente rojo comunista y a los conservadores). Una vez más, ¿dónde está la novedad?

Por qué pasa esto?

El hecho de que políticos de izquierdas firmen pactos de cobardes tampoco es ninguna noticia. Sí, se puede escuchar a gente como Jeremy Corbyn o Sahra Wagenknecht (la máxima aspirante de Die Linke para las próximas elecciones, antigua secretaria de la Kommunistische Plattform que todavía vigilan oficialmente los servicios especiales) o al canciller socialista de Austria, Christian Kern, o a viejos líderes de izquierda franceses, realizar actualmente discursos contra la inmigración. Pero esto es traición, no ‘populismo’.

Puede que los verdaderos populistas hayan proferido idioteces, pero sin duda lo han hecho en nombre de la gente de a pie, de la mayoría, del profanum vulgus, de la plebe y de lo todo lo que quieras. Nada es más burgués que el nacionalismo, pero el grito de unidad de los nacionalistas apelaba a la imaginación de aquellos demócratas que querían fundar una comunidad igualitaria basada en un patrimonio cultural compartido (en absoluto una idea absurda). Muy a menudo, el populismo no era más que un nacionalismo democrático, algo que no existe hoy en día. (Véase mi artículo Ethnicism After Nationalism: The Roots of the European Right (El etnicismo después del nacionalismo: las raíces de la derecha europea), Socialist Register, 2016.) El nacionalismo era una especie de autoafirmación mesiánica, como por ejemplo la Polonia imaginaria, ‘el Cristo de las naciones’ (Adam Mickiewicz, 1832) que luchaba por liberarse de los tres grandes imperios del siglo diecinueve: Rusia, Alemania y Austria.

Ni por deportar a los judíos, ni por la expulsión de los refugiados --estaba en contra de la dominación extranjera coercitiva, ni por la dominación o exclusión de los otros. El nacionalismo puede sin duda ser criticado (¿qué no es criticable?), pero su eje central era la libertad: autodeterminación, autoexpresión y una comunidad verdaderamente liberada. En mi libro Les Idoles de la tribu (Los ídolos de la tribu), 1989, demostré que los orígenes kantianos del nacionalismo liberal se hayan en la idea de ‘autonomía’ o ‘autogobierno’, literalmente: darse leyes a uno mismo.


EL NACIONALISMO PUEDE SIN DUDA SER CRITICADO (¿QUÉ NO ES CRITICABLE?), PERO SU EJE CENTRAL ERA LA LIBERTAD: AUTODETERMINACIÓN, AUTOEXPRESIÓN Y UNA COMUNIDAD VERDADERAMENTE LIBERADA

Llamar ‘nacionalismo’ o ‘populismo’ al racismo y al etnicismo no ayuda. Nada justifica suprimir la diferencia entre opresión y emancipación (a fin de cuentas, los rusos narodniki, los populistas, luchaban heroicamente por la emancipación de los siervos). Por ello, es necesario detener este sinsentido.

Caos

Esto no quiere decir que no exista caos en la política. Tomemos el ejemplo de las manifestaciones anticorrupción de Rumanía (que tanto han celebrado los medios occidentales y del centro de Europa). No volveré a contar la historia, que todos conocen más o menos, de cómo el partido en el gobierno, el supuestamente ‘socialdemócrata’ PSD, aprobó una ley con Nacht-und-Nebel-Aktion (con nocturnidad y alevosía) que, entre otras cosas, habría eximido a los políticos corruptos, y de cómo las gigantescas manifestaciones les obligaron a retirarla. No cabe ninguna duda de que los políticos del PSD son corruptos, nacionalistas y conservadores (como sus oponentes), a pesar de haber adoptado bastantes medidas asistencialistas, y de que existen inmensas redes ocultas vinculadas con ellos que están succionando los ingresos fiscales de las arcas del Estado en un país que, por mucho éxito económico que haya experimentado, lo cual es innegable, sigue siendo un país muy pobre y desigual.

No obstante, el conflicto en Rumanía no es entre agradables defensores de la libertad civil y desagradables y ladrones nacionalistas antidemócratas, sino algo completamente diferente. Es la protesta de una casta: jóvenes, educados, de clase media, urbanos, a favor de Europa y Occidente, que huelen bien, que visten bien y que desprecian profundamente a los paletos, a los pensionistas de edad avanzada, a los trabajadores postestalinistas; jóvenes que se llaman a sí mismos, igual que los medios con cariño, la gente guapa.

El problema es que las protestas son claramente autoritarias. Hacen un llamamiento a repartir castigos, penas de cárcel, a expulsar al adversario político. Y están también claramente a favor de un lado del conflicto político: el presidente Klaus Iohannis (más la fiscalía especial que ha aportado documentos al juicio recopilados por el servicio secreto más grande del mundo en proporción (30.444 colaboradores, más que el servicio secreto alemán y dos veces más grande que el infame Securitate de Ceauşescu) que parece haber tomado el control del Estado y grandes porciones de los medios de comunicación. Es como estar en la versión austríaca del absolutismo ilustrado: la modernidad y el desarrollo no están vinculados a la esfera pública o a la deliberación política, sino al Estado secreto, que no rinde cuentas y que es impenetrable.

Este es el tipo de modernización (que exige además una severa justicia punitiva y purgas) que quiere la gente guapa. Además de un Estado de derecho que no implica, en este caso, la participación popular, el pluralismo político y una Öffentlichkeit (esfera pública) autónoma, solo transparencia: la transparencia del panóptico, donde se vigila y se mantiene moralmente sano a todo el mundo mediante la mirada constante del espía. 

Y como en todos los lugares del Este de Europa, las paranoias abundan: los nacionalistas retrógrados sospechan que la mano de George Soros (“el judío”) está detrás de todo, mientras que la gente guapa piensa que es la mano de Vladimir Putin (“el comunista”), el fantasma que dirige la máquina.

Levantamientos de la élite y opiniones desagradables

Mientras que el conflicto de clase y su expresión cultural es la base de la confrontación (la insurrección de las élites contra El Pueblo y no al revés), las clases explotadas y oprimidas están por todas partes comenzando a volverse en contra de otras personas oprimidas: hoy en día sobre todo contra los refugiados o contra las minorías o contra los gais o incluso contra los jóvenes de clase media que están a favor de Occidente, y que no son ellos mismos explotadores, sino los inocentes e inconscientes agentes de los explotadores.

Sin embargo, su xenofobia es solo una opinión (desagradable, sin duda, aunque una opinión únicamente). Son los grandes Estados capitalistas los que dan la espalda a los refugiados. Mientras la prensa europea brama contra Donald Trump, el amable gobierno alemán y sus aliados liberales están haciendo lo mismo que de lo que él solo habla hasta el momento. La policía fronteriza europea, Frontex, ya es más violenta con los refugiados que lo que será su equivalente estadounidense. 

La valla de la vergüenza de Viktor Orbán, situada en la frontera con Serbia está protegida actualmente también por el ejército austríaco, el ejército de un país neutral que acaba de elegir a un impecable presidente verde-liberal, el adorable y amable Van der Bellen. (Por cierto, la ley húngara que otorga poderes policiales al ejército, ha sido emulada recientemente por los poderes fácticos austríacos). 

Mientras tanto, la decisión del gobierno austríaco liderado por los socialistas de premiar a los emprendedores que quieran dar trabajo a más gente, acaba de ser enmendada (¡por los socialdemócratas!) para que dar trabajo a inmigrantes no cuente. Hace pocos días, el ministro de Interior anunció en Viena una propuesta de ley según la cual las “actividades en contra del Estado” y “no reconocer la autoridad del Estado de la República de Austria”, serán merecedores de dos años de cárcel. Suena a estalinismo del bueno, ¿verdad?

Déjà vu, Roma está ardiendo

La derecha está ganando en todas partes, la izquierda está siendo traicionada en todas partes y la gente se pelea por estúpidas definiciones.

La contrarrevolución reaccionaria está usando (aunque no ayudando) al proletariado tradicional y a las clases medias bajas contra las clases marginadas, contra el precariado (sobre todo si es étnico) y contra el inmigrante, y creando una alianza política interclase, nunca vista desde los días de la conquista colonial, que está destruyendo a la izquierda.

El giro de los países anglófonos más importantes (Gran Bretaña y Estados Unidos de América) en contra de la Unión Europea podría asemejarse a la disolución de la Sociedad de las Naciones, y poner fin al período de paz más largo en el continente europeo (si consideramos los conflictos yugoslavo y ucraniano como refriegas). Por lo general, el peligro de que se produzca el desorden o una conflagración tiene como consecuencia que se detenga el progreso, sobre todo hacia una mayor libertad y cooperación.

La traición socialista tampoco es nueva. 

Como sabe todo el mundo, los socialistas europeos (infinitamente más poderosos que hoy en día) capitularon durante el verano de 1914 frente a las fuerzas del imperialismo y se unieron al “esfuerzo de guerra” votando a favor de los créditos de guerra y movilizando a la teóricamente “internacionalista” clase trabajadora. 

Los intelectuales de origen judío como Henri Bergson, Max Scheler o Georg Simmel, que se suponía que eran cosmopolitas y temerosos de las fuerzas nacionalistas imperialistas antisemitas, se dedicaron a escribir himnos sobre renacer en la batalla y sobre las virtudes superlativas de su nación “de acogida”. 

Los anarcosindicalistas (anteriormente pacifistas radicales) se desplazaron a la derecha y más tarde muchos se convirtieron en fascistas, como aquel que acabó como ministro del gobierno criminal colaboracionista de Pétain y Laval que dirigió Francia durante la II Guerra Mundial.

La idea socialista fue evitar la guerra mediante una huelga general internacional, pero en su lugar la etnicidad derrotó a la clase, y el esfuerzo de la clase trabajadora se centró en el Estado del bienestar y en el colonialismo con la esperanza de obtener dividendos sociales, y al final obtuvo los resultados que ya conocemos.

Llamemos a las cosas por su nombre. 

Ceder ante el racismo y la xenofobia en lugar de enfrentarnos a este problema aparentemente irresoluble que está convirtiendo a millones de personas en ‘poblaciones superfluas’ como consecuencia del desarrollo tecnológico (digitalización, robotización, automatización), la crisis financiera y la contracción de la demanda mundial; levantar vallas para detener a estos millones de personas que intentan escapar del hambre y la guerra en lugar de extender las ayudas de forma universal; llegar a acuerdos con tiranos como Recep Tayyip Erdoğan, Narendra Modi o Abdel Fattah Saeed Hussein Khalil el-Sisi; permanecer en silencio frente a la difícil situación de los rohingya (la minoría musulmana de Birmania); parecerse cada vez más al enemigo: eso es lo que está haciendo la izquierda oficial y a eso se le llama traición.

No es cierto que no haya diferencia entre la izquierda y la derecha, pero es verdad que la izquierda está desapareciendo rápidamente, como ya sucedió en 1914.

Fuente: http://ctxt.es/es




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