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viernes, 15 de mayo de 2015

LA OPINION DE GABRIEL PEREYRA: EL FINAL DE UN SUEÑO

No alcanzaba el nivel de una Navidad o de las vacaciones, pero cada tardecita previa a un clásico nocturno todo era distinto en el barrio. Parecía un viernes eterno. Al comienzo no podía ir al estadio pero los amigos que se tomaban el 192 con sus padres iban sin dramas y compartían el viaje con hinchas del club contrario. Todo en paz. Y al día siguiente continuaba la fiesta, con las cargadas de unos contra otros. Casi todo en paz.



Era otro tiempo, pero parece otra vida, otro país. Cuando pude ir solo a ver un clásico (o con mi hermano que por la edad no pagaba entrada), me ubicaba siempre en el balcón de la tribuna Amsterdam con la América. A algunos hinchas jóvenes esta referencia no les dice nada acerca de mis simpatías deportivas. Por entonces no podía haber dudas de ellas ya que allí se ubicaba la hinchada de Peñarol y a 40 metros, en la misma tribuna pero contra la Olímpica, era el lugar de la hinchada de Nacional. Aunque parezca otra vida, una referencia similar a la que se puede hacer a los tranvías o a un país que dormía con las puertas abiertas, en realidad aludo a algo que pasaba hace treinta y pocos años. Una nada en la historia pero suficientes para convertir a un país en otro.

Pienso y pienso y no logro ubicar una imagen que, por sí sola, muestre y resuma la decadencia de Uruguay en materia de violencia pública, de intolerancia: la Amsterdam repleta con la hinchada de Peñarol en una punta y la de Nacional en la otra sin pulmones de nada en medio. Ni siquiera un policía.

Hace exactamente 27 años, en 1988, esa foto pasó a integrar el baúl de los recuerdos, una referencia a otra vida, otro país que ya no es. En ese año hubo que separar las hinchadas por tribuna y de allí en más, el despeñadero.

Hubo que hacerlas salir del estadio primero a una y luego a la otra. Hubo que poner más y más policías que descuidaban el resto de la ciudad para sitiar lo que había dejado de ser un juego para ser zona de guerra. Se llegó a manejar que solo se jugara con una hinchada cada vez. Sin hinchada. No jugar. No jugar. El juego sin sangre ni dolores eternos era entonces parte de una historia que solo empiezan a recordar los que se hacen (los que nos hacemos) viejos.

No veo la utilidad de sentarse a enumerar los responsables de habernos robado el sueño de un viernes eterno en cada clásico. Que el gobierno, que la Policía, que los dirigentes del fútbol, que la decadencia social, económica, educativa, cultural. Hay una biblioteca de diagnósticos.

Lo que no debería haber es lugar a bromas, salvo que la usen los humoristas para su materia de trabajo. El resto no debería tomarle el pelo a otro ante tanta tristeza. Hay gente a la que esta situación en el deporte le llevó la vida, las esperanzas, los sueños, un hijo, un hermano.

El Observador informa hoy que Peñarol, el cuadro por el que alguna vez ansié que llegaran esos días de fiesta inesperada, le entregó al gobierno una lista de sus referentes de seguridad en la barrabrava y de 23 nombres 10 tienen antecedentes penales gravísimos.

Un chiste y, por eso, un mal chiste. No sé si hay alguien que pueda señalar un responsable ante la situación de violencia en el deporte, ni creo que haya un responsable. Íntimamente, noticias como esta del cuadro de mis amores me despiertan un enojo contenido (y pasajero) porque, ante la evidencia de que a quienes nos gusta el fútbol nos han robado los sueños, o los hemos perdido porque así es el paso del tiempo, porque estamos en otro país y en otra vida, este tipo de bromas no debería tener lugar.

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