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miércoles, 15 de enero de 2014

ANCHORENA: LA ESTANCIA PRESIDENCIAL DE URUGUAY

En 2010, llegó a la presidencia de Uruguay, José Mujica y tras un brusco viraje de timón, logró en poco tiempo algo que su antecesor, Tabaré Vázquez, había planteado: que la estancia presidencial se transformara por primera vez en la historia en un predio productivo.


Y lo hizo de tal forma que hoy ha dejado de dar pérdidas para el Estado; es autosustentable y, encima, fruto de un programa de producción rural que remite entre 25 y 30 mil dólares mensuales a Presidencia; dinero que a su vez es enviado a financiar uno de los desvelos del Presidente: el Plan Juntos de vivienda.

Pero todo tiene un inicio. Fue cuando Mujica redactó un decreto por el cual retiraba de la órbita de la Casa Militar parte de la administración de Anchorena y creó, al mismo tiempo, la “Unidad Productiva de Bosques y Parques del Establecimiento Presidencial de Anchorena”. Y pone al frente a una persona de su confianza: el colono Mario Humberto Vera Díaz, ex vicepresidente del Instituto Nacional de Colonización.

Anchorena sigue teniendo las 1.310 hectáreas de extensión, pero hay 700 hectáreas para agricultura y un 10% de estas destinadas a ganadería. Cuando asumió, Mujica mandó vender todo el ganado Hereford que allí pastaba y con el fruto de esa venta ordenó adquirir ganado Holando, lechero, con vistas a producir leche y, a futuro, venderla. Hoy, Anchorena es uno de los remitentes a Conaprole. Se compraron 30 cabezas de Holando. Ya hay cerca de 300 y se aspira a tener 500 vacas. Hay también ovejas de cara mora.

Mujica además, con dinero de su bolsillo, compró un aserradero portátil por un valor de 23.000 dólares que se usará para hacer tablas para encofrado, indispensables para la construcción y destinadas también al Plan Juntos.

La senadora Lucía Topolansky contó al diario La República que también se confeccionarán tablas de maderas nobles para carpintería “porque depende del árbol que se encuentre tirado. No vamos a usar cedro, por ejemplo, para encofrado”, consideró. Recordó que siempre la leña se usaba para calefaccionar y cocinar y por ello se pensó en darle más utilidad que quemarla. “Ahora, además del aserradero portátil, vamos a comprar una chipeadora para colocar chips en los caminos y evitar así que se degraden”, contó.

La estancia presidencial de Anchorena fue donada al Estado uruguayo en régimen modal. Esto significa que el predio y sus instalaciones deben ser ocupadas por el Presidente en cuestión de, por lo menos, 40 días al año. Es una visita casi obligada a esa quinta maravilla natural.

Y Mujica, Topolansky y la perra Manuela son los únicos que suelen ir a Anchorena. Pero ellos no se alojan en la casa principal sino que lo hacen en un pequeña casa  lindera “que nosotros llamamos el hotelito”, confiesa Topolansky. Es lo que sería, o uno intuye que es, la casa de huéspedes de Anchorena. “Son unas piezas, hay un baño, una cocina y un comedor. Para nosotros, nos da y nos sobra”.

Mujica es el único presidente que cuando deja el asfalto montevideano y va a los campos de Colonia no convoca al personal de servicio dispuesto permanentemente en la estancia, y la estancia no le compra nada para su sustento alimenticio durante su estadía. “Yo llevo una heladerita con cosas que compramos acá o en Colonia –cuenta Topolansky- porque vamos un fin de semana y llevamos todo”.

Mario Vera es el administrador de la estancia; oriundo de Soriano y amigo de Mujica, para más datos. Cuenta él que la pareja presidencial, cuando llega, “se bajan con sus bolsitos y cuando se van dejan todo limpio, porque tampoco permiten que les aseen la casa ni que les laven la ropa. Nada”.

La estancia presidencial ha sido escenario de reuniones de gobierno y de instancias de arduas negociaciones políticas. Entre los visitantes extranjeros pasaron George W. Bush, Felipe González y la princesa Ana de Inglaterra.

Pero hay alguien más que en el más absoluto silencio sigue allí casi formando parte del paisaje que pocos conocen. En la más recóndita profundidad de la torre de Gaboto, allí donde la luz es ganada por las sombras, Anchorena mandó construir un sepulcro. Allí yacen sus restos desde el 24 de febrero de 1965, tal como lo dispuso en su testamento. 40 días al año, el aventurero Aarón sabe que está acompañado.

Un poco de historia

Casi todo en su origen es obra del heredero directo de un visionario argentino que un día pensó que esa tierra verde y productiva era un buen lugar para invertir, para vivir y para morir.

El Siglo XX recién se estaba desperezando cuando un osado piloto amateur argentino, perteneciente a una muy acomodada familia patricia, sobrevoló en un globo aerostático la faja costera del extremo Sur Oeste uruguayo sin más cometido que hacer de ello un viaje de placer, rayando con la aventura. Este viajero no iba solo en la nave. Lo acompañaba alguien con muchas más horas de vuelo que él. Uno era Aarón de Anchorena. El acompañante experimentado, Jorge Newbery.

Iban montados en la cesta del “Pampero”, nombre del globo del que sería además su viaje inaugural cuando Anchorena quedó como encandilado con los campos que abajo se iban abriendo ante sus ojos. “Mirá qué lindo sería comprar esas tierras”, le gritó a Newbery que estaba a su lado y que, sin dudar, asentó con su cabeza y le levantó el pulgar en señal de aprobación. El viento que los impulsaba, que dio el nombre a la nave, se llevó enteritas sus palabras pero no la idea de comprar esas tierras jugosas que ya se habían encriptado en sus retinas, en lo que para él era la vecina costa uruguaya.

Cuando retornó a Buenos Aires, Anchorena le comentó a su familia lo visto. No pudo hacerse de aquellas parcelas pero, a modo de consuelo para el entusiasta Aarón, la madre le compró unas 11.000 hectáreas en la zona de la desembocadura del río San Juan en el departamento de Colonia. “Aprovéchalas, es lo que hay. Pero son tierras muy nobles y algún día serán provechosas”, le aconsejó la madre con esa aguda mirada a futuro que suelen tener sobre los hijos y sobre casi todo.

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