Talla de líder mundial ha alcanzado en los últimos meses el uruguayo José "Pepe" Mujica, al punto de que su nombre ya suena para Premio Nobel de la Paz. El periódico británico The Observer explicó en un artículo de política ficción cuánto mejoraría el Gran Bretaña si Mujica fuera su Primer Ministro. Un diario italiano lo ha comparado con Nelson Mandela. Y la revista The Economist acaba de nombrar a Uruguay como País del Año 2013, todo por obra y gracia de Pepe Mujica.
El mandatario uruguayo ha convertido a su país en la nación socialmente más progresista -otros dirían liberal- del mundo. El año pasado, Uruguay legalizó el matrimonio homosexual, acción que pone fin a la discriminación contra una minoría y favorece la igualdad social con costo cero para el fisco. El país también ha legalizado el aborto y, como regalo navideño, el 24 de diciembre recién pasado Mujica promulgó la ley que permite el cultivo, la distribución, la posesión y el consumo de marihuana, convirtiendo a Uruguay en el primer país del mundo que lo hace.
La legalización de la marihuana es tan visiblemente positiva para la sociedad que cuesta creer que hasta ahora ningún país lo haya hecho. La evidencia disponible muestra que la hierba es menos dañina para las personas y menos peligrosa para la sociedad que el alcohol. Legalizarla les quita el mercado a los grupos al margen de la ley que hoy controlan su distribución y venta, lo cual disminuirá el poder financiero de las mafias y reducirá la violencia asociada al tráfico de la droga. La policía podrá destinar más personal y recursos a tareas necesarias y urgentes.
Y el mercado formal de la marihuana dará ingresos adicionales al fisco, en forma directa si hay un estanco estatal, como sucederá en Uruguay, y por concepto de impuestos si se establece como negocio privado, como en el estado estadounidense de Colorado. Lo que es casi seguro es que el precio de la marihuana subirá, ya que el mercado ilegal es un ejemplo casi perfecto de equilibrio entre oferta y demanda, sin intermediarios.
Al legalizar la marihuana, Mujica y Uruguay han tenido la audacia de ignorar la Convención de 1961 Sobre Estupefacientes de Naciones Unidas, un documento redactado hace más de 50 años que Uruguay firmó. MUjica tuvo una escaramuza verbal con el presidente de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de la ONU, quien se quejó de no haber sido consultado durante la discusión del proyecto de ley y acusó a Uruguay de ser un país pirata. Mujica le contestó golpeado, argumentando al organismo internacional de doble estándar por no haberse quejado de la legalización en Colorado y Washington.
Y si estas acciones del mandatario uruguayo lo han puesto en un sitio privilegiado del escenario internacional, tiene varias cosas más a su favor, empezando por una cinematográfica aureola de héroe revolucionario. Guerrillero y tupamaro en los años 60, se alzó en armas contra el gobierno, fue encarcelado y participó en la legendaria fuga de una cárcel en la que se escaparon por un túnel más de cien guerrilleros. Recibió varios balazos, fue recapturado y pasó 14 años en prisión. Volvió a la política tras el retorno de la democracia y ha tenido una carrera sin retrocesos ni derrotas, pasando de diputado a senador, de ministro a presidente.
Además, tiene un gran talento para hacer suyas las consignas y banderas más populares del activismo global. Sus discursos lo han convertido en héroe de los movimientos ambientalistas, al tiempo que se queja del capitalismo inhumano y el consumismo desenfrenado, planteando que hay que regresar a la naturaleza y desconectarse del ritmo frenético de la vida contemporánea.
Pero quizá lo que más ayuda a la imagen de Mujica es su manera de vivir. No usa corbata y rehuye el protocolo. Vive en la misma casa donde vivía antes de ser elegido presidente. No tiene chofer y maneja un Volkswagen escarabajo de los años 60 para ir todos los días a la oficina. Y dona el 90 % de su sueldo a organizaciones de ayuda a los pobres. Es espontáneo, parece sincero y tiene sentido del humor.
Su buena imagen se debe en parte a que no recurre a los acartonados asesores de imagen que moldean a la gran mayoría de los jefes de estado. Pero sabe muy bien lo que hace y una de las cosas que hace bien es precisamente cuidar su imagen. Es un animal político por excelencia y tiene un insuperable instinto para captar lo que quiere la gente y elegir los temas de impacto global. Dosifica a la perfección sus apariciones en público y privilegia sus entrevistas con medios extranjeros al mismo tiempo que se escabulle de los periodistas uruguayos.
Hace bien, porque la prensa local quiere preguntarle por qué no ha habido avances en educación pública ni en seguridad ciudadana, que eran temas prioritarios en su programa de gobierno. Y si es paladín del ambientalismo y de la naturaleza, ¿por qué ha impulsado el polémico megaproyecto minero Aratirí, que explotará mineral de hierro a cielo abierto? ¿Por qué está impulsando un controvertido puerto industrial de aguas profundas en la localidad de Rocha, una zona costera sin contaminación? ¿Por qué está vendiendo tierras públicas en los bordes de un parque nacional para instalar allí emprendimientos agropecuarios?
Al parecer Mujica busca también el crecimiento económico de su país y la prosperidad de sus compatriotas. Al parecer no le basta con ser un héroe global, sino que quiere ser también un buen gobernante local. Pero su discurso ambientalista no se condice con los proyectos industriales y extractivos que impulsa.
Esos proyectos harán crecer a Uruguay. Económica y socialmente, el país tiene mucho a su favor. Tiene un saludable crecimiento en torno al 4 % anual, maneja bien sus cuentas, es el segundo país latinoamericano en índice de desarrollo humano, segundo en libertad económica, su desigualdad de ingreso es pequeña y sigue bajando, su riesgo país es mínimo, el costo de la vida es bajo y está entre los diez mejores países del mundo para vivir jubilado.
Cuando se habla de los jefes de Estado izquierdistas de América Latina, pensamos siempre en ejemplos como Hugo Chávez, Nicolás Maduro o Cristina Kirchner que lo han hecho todo o casi todo mal. Nos olvidamos de José Mujica, hombre de impecables credenciales progresistas que ha mostrado encomiable sensatez en sus políticas públicas. Mujica es el mejor líder de izquierda que ha surgido en América Latina en varias décadas.
Fuente: América Economía
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