Era el 13 de diciembre de 2013 en la ciudad de Bogotá. Un año que no se olvidará fácilmente en la historia política. El año en el que, gracias a la alevosía del procurador, Colombia descubrió un nuevo sujeto político formidable: la multitud urbana organizada y pacíficamente movilizada. El signo de los nuevos tiempos.
Eran las nueve de la noche, la plaza de Bolívar colmada de jóvenes entusiastas, de recicladores, de artistas, de mujeres, de sindicalistas, de gentes de todos los rincones de esta urbe gigantesca y multicolor. Petro arengaba a la multitud desde el balcón de la Alcaldía, con un discurso largo y enérgico al estilo de los caudillos de izquierda latinoamericanos. La plaza tenía espíritu: miles y miles de hombres y mujeres en pie escuchaban y vitoreaban. De su hálito colectivo emergía esa energía moral profunda de las grandes causas.
Sabíamos con certeza que era la gran batalla por la democracia. Un pueblo que siempre ha sido indómito, se rebelaba de nuevo. Esta vez contra el golpe del procurador. En el tono, en el ademán, en las palabras, en la mirada de la gente, el sentimiento de indignación reflejaba que habíamos pasado ese umbral en el que la razón política se vuelve sentimiento.
El 13 fue el momento máximo, pero ya habíamos llenado la plaza desde el mismo día en que la prensa anunció la ominosa decisión de borrar con la firma de un burócrata fanatizado la voluntad popular que en las urnas eligió a Petro y a su proyecto de la Bogotá Humana. Ese día, lunes nueve de diciembre, tan pronto en entrevistas radiales de las grandes cadenas me preguntaron cuál sería nuestra respuesta, yo no lo dudé un instante y convoqué inmediatamente a la ciudadanía a concurrir a la plaza de Bolívar a defender la democracia, era el mediodía.
Luego, aquel mismo lunes a las siete de la noche, Petro se dirigió a una plaza llena, inspirado ante la adversidad, y mostró al país y al mundo el alcance de la ignominia que se pretendía cometer y la naturaleza de nuestra respuesta: pueblo movilizado en paz hasta la victoria de la paz democrática.
Siempre defendí la tesis de que ante la decisión de los grupos de poder representados en la Procuraduría, de arrebatarnos a cualquier precio el derecho a gobernar legítimamente ganado en las urnas, la única respuesta eficaz sería la movilización ciudadana. Una forma de democracia reconocida en la Constitución, capaz de generar cambios políticos siempre que pueda mantenerse de manera pacífica, organizada y persistente en el tiempo.
La primera piedra la pusimos el 24 de junio, ocho días después de que el procurador anunció el pliego de cargos, primer paso hacia la destitución. Convocamos y realizamos con éxito una asamblea popular en la misma Plaza de Bolívar con apoyo de más de cien organizaciones políticas y sociales, durante la cual, a las voces de muchos ciudadanos se unieron el verbo beligerante de Piedad Córdoba y la defensa sin ambages de Antonio Navarro Wolf.
En las semanas siguientes realizamos eventos similares en Puente Aranda, Usme, Ciudad Bolívar, Rafael Uribe Uribe y otras localidades. Tiempo después se conformó el comité ciudadano por la defensa de la democracia, con cientos de voluntarios que tienen a su cargo la logística de las marchas y su convocatoria en los barrios y sectores populares. Nació así lo que sería el germen de un gran movimiento popular.
En las movilizaciones de apoyo a la Bogotá Humana, las redes sociales han jugado su papel, pero también es cierto que en Bogotá existe un complejo tejido de redes de ciudadanos que no están dispuestos a resignar su lucha por la democracia.
Cuando Petro terminó su alocución el 13, con la convocatoria a una nueva movilización para el 10 de enero, me pidió que dirigiera unas palabras a la plaza. Tenía algunas dificultades de respiración, por lo que no pude extenderme, pero sólo recuerdo que dije a los manifestantes: “hemos iniciado una revolución”.
Guillermo Asprilla
Ex secretario de Gobierno de Bogotá
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