Las raíces de las impresoras 3D se remontan a 1952 cuando investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) enchufaron una máquina a una computadora y así crearon un equipo controlado digitalmente. Uno de los cambios fundamentales se dio en la década de los años '80, cuando el proceso de producción de las nuevas máquinas pasó de ser sustractivo a ser aditivo.
Una impresora 3D es una máquina capaz de realizar 'impresiones' de diseños en 3 dimensiones, creando piezas o maquetas volumétricas a partir de un diseño hecho por computadora. La idea original era la de convertir archivos CAD en prototipos reales. En la actualidad son utilizados para la matricería o la prefabricación de piezas o componentes, en sectores como la arquitectura y el diseño industrial. El sector en el que este tipo de herramientas resulta más común es el de las prótesis médicas, donde resultan ideales dada la facilidad para adaptar cada pieza fabricada a las características exactas de cada paciente.
Los modelos comerciales son actualmente de dos tipos: de compactación, en las que una masa de polvo se compacta por estratos y de adición o de inyección de polímeros, en las que el propio material se añade por capas.
Según el método empleado para la compactación del polvo, se pueden clasificar en:
Impresoras 3D de tinta: utilizan una tinta aglomerante para compactar el polvo.
El uso de una tinta permite la impresión en diferentes colores.
Impresoras 3D láser: un láser transfiere energía al polvo haciendo que se polimerice. Después se sumerge en un líquido que hace que las zonas polimerizadas se solidifiquen.
Una vez impresas todas las capas sólo hay que sacar la pieza. Con ayuda de un aspirador se retira el polvo sobrante, que se reutilizará en futuras impresiones.
En vez de cortar o pulir, las impresoras 3D crean volúmenes agregando plástico derretido capa sobre capa, con un diseño estipulado en planos específicos para ellas. Así, se pueden imprimir objetos tridimensionales extremadamente complejos que no podrían ser tallados por la mano humana.
Las impresoras 3D nacidas en la producción industrial se han colado en la esfera doméstica.
Su costo, próximo a los US$ 1.000 para los modelos más económicos, las posiciona a un nivel similar al de un electrodoméstico. Además, existen en Internet modelos para crear con ellas vasijas, cintos, championes de marca, e incluso las partes de otras impresoras 3D.
En el MIT, Amit Zoran creó una flauta traversa que suena casi tan bien como el instrumento clásico y el estudio de arquitectos holandeses DUS Architects, desarrolla ahora los planos de la primera casa impresa en 3D, cuyas partes se ensamblarán durante la construcción.
Tan plural puede ser su uso, que el mundo quedó atónito cuando el norteamericano Cody Wilson creó el prototipo de un revólver impreso en 3D que podía disparar balas y publicó el diseño en el portal Mega. Tuvo 100.000 descargas y al Congreso de Estados Unidos le llevó varios días prohibir la divulgación de los planos.
Las reglas que regirán cómo el público debe usarlas todavía no están formuladas. Es que ni a mitad del siglo XX, ni en la década del `80 era previsible el giro creativo que estas máquinas iban a tener en el siglo XXI.
En la cara
Los usos de las impresoras 3D recién comienzan a diversificarse. Su alianza con la medicina, por ejemplo, es aún muy reciente.
En marzo de 2013, tras 4 años sin mejilla y con la mitad de la mandíbula expuesta, el británico Eric Moger recibió un implante de plástico que calzaba perfecto en el orificio que una cirugía para extraer un tumor le había dejado en la cara. El implante se confeccionó en una impresora 3D.
No fue el único caso: hace una semana una tráquea generada con una impresora así salvó la vida de una beba. La biotecnología, en cambio, explora su uso desde hace años, aunque los resultados todavía permanecen en los laboratorios.
Con la misma ingeniería de la impresora, los científicos han logrado imprimir tejidos muy similares a los vivos. En lugar de utilizar plástico, usan las células vivas que luego inyectan a materia- les que la impresora puede manejar, como el colágeno.
Valiéndose de esa técnica, y usando cartílago de vaca se creó una prótesis de oreja con la textura de una real.
Una receta similar se piensa aplicar a la gastronomía. Los carbohidratos, proteínas y azúcares diluidos en aceite son el material que utiliza la impresora 3D de la compañía Systems Materials Research Corporation para fabricar comida cuya creación es financiada por la NASA. Ya lograron imprimir chocolate. No es poco alimento para los futuros astronautas.
Una impresora 3D para hacer chocolate
La compañía System Materials Research Corporation diseñó una impresora 3D para producir chocolate. Con ese prototipo recibió US$ 125.000 de la NASA para crear otras impresoras 3D de comida.
Las impresoras 3D avanzan en Uruguay
La bobina imprime una vasija blanca. Es una de las primeras impresoras 3D del Uruguay. El Centro de Diseño, la Facultad de Ingeniería y el liceo Hebreo son otras instituciones educativas que tienen esta tecnología.
Colágeno pero con la textura humana
La Universidad de Cornell, desarrolló un implante de oreja hecho con cartílago de vaca y colágeno que tiene la textura de una oreja humana.
Un arma de plástico pero no de juguete
Cody Wilson diseñó un arma que puede imprimirse en 3D. Los planos se podían descargar hasta que el Congreso de USA lo prohibió.
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