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martes, 14 de mayo de 2013

CAPITALISMO: CADA VEZ MAS DESGASTADO, CADA VEZ MAS EQUIVOCADO


El desgaste de un sistema como el capitalista, se nota cuando su funcionamiento ya no produce las chispas que solían iluminarlo. En las 6 décadas de política internacional de la posguerra ha ido produciéndose un desgaste, cuya consecuencia ha sido la pérdida de prestigio de la misma. Un sistema que marcha en caída permanente.


Como así también la falta de notabilidades dominantes que reanimen su funcionamiento y la huida de verdaderos talentos en la materia, que han optado por dedicar su capacidad a otros menesteres.

Quienes hayan sido testigos o cultores del proceso vivido por la política mundial desde mediados del siglo XX, saben que el escenario ha pasado de un juego entre formidables dirigentes, a un apagado torneo entre figuras de segundo orden donde toda crisis y toda negociación se ha resuelto en términos bastante previsibles, bastante rutinarios.

Hasta el discurso verbal ha perdido los antiguos resplandores, como aquellos del debate parlamentario entre Churchill y Lady Astor, rivales irreconciliables, en el que ella finalizó una discusión diciendo: 'Mire Churchill, si yo fuera su mujer le pondría veneno en el café', y él contestó: 'Y si yo fuera su marido me lo tomaría'.

Desde aquellas alturas se ha bajado al llano de la mediocridad generalizada, que es lo contrario de la excelencia y el reverso del brillo. Cuando se contempla hoy el panorama de la dirigencia política internacional, se repasa la lista de gobernantes que no superan un nivel de aptitud bastante gris, elegidos por votación popular en virtud del principio de exclusión, quizá porque sus oponentes eran aún más precarios y sus programas más endebles.

Pasar revista a los Cameron, Merkel, Berlusconi, Rajoy, Obama y Putin de este tiempo es comprobar que el mundo de los superpolíticos pasó a la historia y que la gente termina votando por descarte, tal vez a lo menos malo, o a lo más inofensivo, o a lo más confiable, pero no al talento ni a la propuesta audaz ni a la idea innovadora ni a la personalidad magnética.

Los viejos de hoy crecieron en otro mundo donde el genio para la política podía ser siniestro, la capacidad de mando podía ser fatídica y el temperamento podía ser temible, pero en todos esos casos tales presencias iban acompañadas de un relieve personal que les aseguraba un lugar en la historia, para bien o para mal.

Aquella fue la época de Roosevelt, del propio Churchill, aunque también de Hitler y de Stalin, y aun de Mussolini, aquel payaso encaramado al balcón del Palazzo Venezia, que sin embargo era un políglota capaz de hablarles en sus propios idiomas, a todos los colegas con quienes se encontró para firmar el Pacto de Munich.

De un mundo de monstruos y de genios se ha llegado a un mundo de burócratas cortados por la tijera común de la medianía, donde ya no cabe esperar ninguna sorpresa de las cumbres entre poderosos y ningún deslumbramiento al escuchar sus declaraciones.

Quizá porque este es el mundo controlado por la mediocridad, todo individuo que amenace con quebrar esa medida e imponer algún destello, está destinado a morir violentamente.

Por eso fueron abatidos a balazos ejemplares como Olof Palme o John Kennedy, quizá por eso perecieron en accidentes dudosos otros dirigentes singulares como Patrice Lumumba, Omar Torrijos o Dag Hammarskjold. Con la política mundial ha ocurrido algo similar a lo que pasa con la dramaturgia.

La crisis del teatro ha determinado que los mejores autores dramáticos hayan emigrado hacia los terrenos de la televisión y el cine, más dinámicos y redituables. Con el talento político sucede lo mismo: quienes podrían aportar un fulgor personal y una tarea transformadora, han resuelto juiciosamente dedicarse a otra cosa.

Bajo esa pátina aplanadora, el valor de un sistema se debilita gradualmente y la vitalidad democrática se apaga, quedando reducida al mérito formal de su mecanismo electoral.

E incluso allí quien triunfa no lo hace por el peso de su personalidad sino por el respaldo de una estructura de partido que es lo que explica ciertas victorias en comicios de Venezuela, México o Argentina. Todo se desvirtúa gradualmente a medida que el manto de la mediocridad planea sobre la política.

Y como síntoma del envejecimiento del sistema, los pocos nombres envueltos en una calidad singular que vienen a la memoria son los de ancianos (Adenauer, Pertini, Deng Xiaoping, Napolitano). Son los fantasmas de lo que va quedando de aquel otro mundo de grandes pronunciamientos y debates vivos. Ahora eso se apagó.

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