La Policía de Hong Kong, con uniforme de asalto, lanzó gas lacrimógeno, gas pimienta y disparó balas de goma contra los millares de manifestantes que paralizaban el centro del territorio autónomo chino para exigir elecciones completamente libres. Las concentraciones iniciaban una campaña de desobediencia civil y culminaban una semana de protestas iniciada por los movimientos estudiantiles, en huelga desde el lunes pasado.
Las escenas en las calles eran de caos. El área más cercana a la sede del gobierno local, ocupada las dos noches anteriores por los estudiantes, había sido cercada por la Policía, que no permitía el acceso, únicamente la salida. En las áreas adyacentes, los cordones policiales trataban de dispersar a la multitud, que mantenía una actitud pacífica. “Están ustedes participando en una concentración ilegal. Les instamos a marcharse inmediatamente”, repetían los agentes a través de los altavoces.
En las áreas de mayor concentración la Policía recurría, además del gas pimienta que ya había utilizado en las dos noches anteriores, al gas lacrimógeno, raramente empleado en Hong Kong. No obstante, los manifestantes continuaron su protesta en extensas áreas del centro de la ex colonia.
“El uso de gas lacrimógeno hoy es inaceptable”, declaraba uno de los líderes del movimiento civil “Occupy Central”, Chan Kin-Man. “La gente ocupaba la calle, pero no tenía más remedio, porque no les dejaban pasar a la zona vallada”.
Pekín ha indicado, a través de un portavoz de su Oficina para Hong Kong y Macao citado por la agencia Xinhua, que “se opone firmemente a toda actividad ilegal que socave el mandato de la ley y ponga en peligro la paz social”. El jefe del Gobierno local, Leung Chu-ying, se ha declarado “decidido a oponerse a los actos ilegales de ocupación de Occupy Center”.
El choque entre el régimen y el movimiento prodemocracia ha entrado con ello en una nueva etapa, en la que es difícil ver que ninguna de las dos partes ceda voluntariamente.
Pekín nunca ha estado dispuesto a tolerar ningún tipo de movilización que pueda evocar ni remotamente a las revoluciones de la “Primavera Arabe”.
Y los manifestantes quieren defender algo que va, en realidad, más allá de una mera reforma electoral. Al reclamar elecciones libres buscan defender una identidad y unas libertades hongkonesas que sienten amenazadas por una influencia de la China continental que consideran cada vez mayor.
Hong Kong está regida desde 1997 por el principio “un país, dos sistemas” que le otorga libertades inexistentes en la China continental. Pekín se ha comprometido a permitir a partir de 2017 que las elecciones para nombrar jefe del gobierno de la ex colonia se celebren bajo sufragio universal.
Pero el pasado 29 de agosto el Gobierno central presentó su propuesta de reforma electoral, que impone una serie de condiciones que en la práctica garantizan que cualquier candidato tendrá que contar con su beneplácito previo. Entre otras cosas, los aspirantes serán propuestos por un comité de 1.200 miembros, formado en su mayor parte por personalidades que mantienen vínculos con Pekín.
Una completa negación de las aspiraciones del movimiento prodemocracia, que había esperado que sus presiones -que incluyeron un referéndum no vinculante en el que participó el 12 % de la población y una masiva manifestación en julio- inclinarían a Pekín en favor de una reforma más liberal.
La concentración ocurría después de que el movimiento civil “Occupy Central with Peace and Love” (“Ocupar Central con Paz y Amor”, OC) declarara la madrugada del domingo el comienzo de su campaña de desobediencia civil, tres días antes del día previsto inicialmente, el 1 de octubre, fiesta nacional de China.
Según Chan, la respuesta popular “está muy por encima de nuestras expectativas. Algunos nos criticaban por ser demasiado pasivos. A primeras horas de la mañana estábamos muy pocos... Luego hemos visto cuánta gente venía y nos hemos quedado muy sorprendidos”.
En las últimas 48 horas, según la Policía, fueron detenidas 78 personas en las protestas. En un aparente gesto hacia los manifestantes quedaron en libertad los líderes estudiantiles Joshua Wong, de 17 años, Lester Shum y Alex Chow, arrestrados en las movilizaciones del viernes y sábado.
En la noche del domingo más de un centenar de estudiantes se agrupaban en la esquina del Centro Artístico de Hong Kong, a unos 200 metros del cerco policial. Los jóvenes, algunos menores de edad, acarreaban incesantemente cajas de agua mineral, máscaras quirúrgicas, toallas, papel higiénico, plástico para envolver y paraguas, únicos instrumentos de su constante "batalla callejera" (como lo califican algunos medios) con la Policía. La mayoría de estos productos los han comprado los propios estudiantes.
A pocas cuadras, a la salida de la estación de metro Admiralty, una cadena humana de más de 100 metros suministra constatemente los mismos productos a sus compañeros, enfrentados con la fuerza policial antidisturbios. La capacidad de organización y autosuficiencia es impresionante en medio del caos.
Aunque la brecha entre la fuerza policial y el número de manifestantes es abismal, y en varias ocasiones los policías se encontraron rodeados por centenares de manifestantes, raramente se observan acciones más allá de gritos como "vergüenza policial" o"¡dejadnos pasar!".
Cuando se lanza el gas lacrimógeno la multitud retrocede. Al despejarse el gas, la multitud se reagrupa, encarando a la Policía con los brazos en alto en señal de estar desarmados.
No es que los jóvenes crean en el principio de no violencia profesado por el movimiento civil “Occupy Central”: es que la sociedad de Hong Kong, no acostumbrada a las protestas callejeras, tiene un rechazo profundo a cualquier forma de violencia física. Esto forma parte del carácter de esta ciudad.
"En comparación con estudiantes europeos o coreanos debemos parecer unos cobardes", dice Minnie, estudiante secundaria de 17 años mientras recarga su móvil.
Entrada la medianoche, el centenar de estudiantes en la esquina ha distribuido sus productos y se ha marchado; casi sin dejar señales de su paso, a excepción de botellas vacías y cajas cuidadosamente apiladas en el basurero.
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