La tregua unilateral israelí de 7 horas y la retirada de los tanques de las calles de Juza, un pueblo al sureste de la franja de Gaza, permitió el lunes a Tahrir Qudeh inspeccionar su casa por primera vez en dos semanas. En su dormitorio encontró un pesado proyectil de artillería que había entrado por el techo y sigue sin estallar sobre el suelo de baldosas. Junto a las ventanas de su piso, en la segunda planta, se amontonan casquillos de armas automáticas. Los israelíes que entraron en su casa “la han destrozado”, lamenta Qudeh.
Abrieron los cajones, vaciaron el frigorífico y se apostaron en posiciones de combate. Desde la azotea se ve el minarete de la mezquita del pueblo casi desmochado por dos proyectiles. Un vecino que pidió no dar su nombre aseguró que “fueron disparos de despedida”. Algunos en Juza temen identificarse, por si los israelíes “se vengan la próxima vez que invadan”
La familia de Tahrir Qudeh decidió el lunes que regresaría al refugio de la ONU donde ha vivido desde poco después de que Israel emprendiera su invasión terrestre contra Hamás en Gaza, el pasado 17 de julio. Al principio no creyeron que Israel fuera a entrar tanto con sus tanques, hasta que “el primer proyectil impactó contra la fachada”, recuerda Tahrir.
Se refugiaron en uno de los cuartos interiores del piso y vivieron durante cuatro días “entre explosiones, ruido de tanques y combates”. Vieron una posibilidad de escape en “la ventana de la cocina”, que da a un callejón trasero. En la calle principal son bien visibles los destrozos por las cadenas de los tanques, que, según recuerda Qudeh, “permanecían allí” para dominar un cruce. Diez miembros de su familia se descolgaron más de diez metros con una cuerda. Su padre, sexagenario, resultó herido, pero todos partieron andando hasta el refugio de la ONU en Jan Yunis.
Allí se hacinan aún más de 2.700 personas en un colegio de secundaria. Rawad Nayar, un discapacitado físico de 34 años, se sentaba a mediodía en su colchoneta bajo un soportal anejo al patio. Contaba que allí dormían “entre diez y veinte personas” cada noche, porque las aulas están repletas. Él lleva en ese lugar “desde hace 20 días”. Cuando empezaba a describir las penalidades de la vida diaria, un grupo de desplazados se arremolinó para contar sus casos. “No hay leche”, explicaba la joven madre Islam Nayar, que con 19 años ya tiene dos hijos. “Los niños ya están todos enfermos”.
El pasado domingo, la ONU anunció que el número de desplazados había “aumentado en 10.000 personas” en un solo día. En los 90 refugios habilitados en sus escuelas ya se hacinan 270.000 gazatíes que huían de las bombas o se han quedado sin casa. Una media de 3.000 por refugio, que están preparados para albergar a solo 500. La situación humanitaria en ellas es, según la ONU, “extrema”.
Las bombas israelíes han matado a desplazados en 3 de estas escuelas, 1 en la sureña Rafah y 2 en las norteñas Beit Hanún y Yabalia. En estas últimas impactaron diversos proyectiles de artillería, un arma imprecisa y muy peligrosa para los civiles en áreas densamente pobladas. El Ejército alegó que habían recibido “fuego enemigo” desde “las inmediaciones” de los colegios. No ha dado mayores detalles. En total, más de 35 personas han muerto en estos dos bombardeos. Los civiles de Gaza, cercada por tierra, mar y aire, no tienen ningún lugar seguro frente a las bombas.
En total, la ONU calcula que el número de desplazados ronda ya el medio millón. Una cuarta parte de la población de Gaza se encuentra así, sin hogar. La mayoría provienen de las zonas devastadas por la invasión israelí en los límites norte, este y sur de la Franja. “No tenemos futuro”, decía Islam Nayar en el refugio de Jan Yunis, “nos han dejado sin nada”.
La incertidumbre es también a corto plazo. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, rechaza negociar con el grupo islamista Hamás [considerado terrorista por USA y la UE], que ha controlado la Franja desde 2007. El lunes, antes de que se conociera el nuevo alto el fuego, negociado por Egipto, anunció que “la campaña continúa” a pesar de que el Ejército ya está cerca de cumplir su objetivo militar de destruir los túneles que usan los milicianos palestinos para hostigar a los israelíes y resguardarse de su abrumadora superioridad militar. En el lado palestino han muerto ya 1.830 personas, más del 75 % de las cuales eran civiles. Desde que comenzó su ofensiva, el 8 de julio, Israel ha encajado 64 bajas militares y tres civiles, estas últimas por el lanzamiento de proyectiles desde la Franja. Según el Ejército israelí, el lunes se dispararon 49 y el 12% fue interceptado. Durante la ofensiva suman 3.243.
Fuente: El País de M.
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