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jueves, 1 de mayo de 2014

USA: 4 % DE LOS EJECTUADOS ERAN INOCENTES

El 7 de diciembre de 1989, las autoridades del estado de Texas autorizaban finalmente que se deslizara por las venas de Carlos DeLuna un cóctel letal de venenos hasta matarle. Quince años después, una investigación periodística del Chicago Tribune denunciaba que se había ejecutado al hombre equivocado: DeLuna no era el asesino de Wanda López y su único error fue el de estar en el peor momento en las peores circunstancias. Desde hace tiempo, juristas y escuelas de derecho tratan de calcular cuántos errores fatales como este lleva la Justicia de EEUU a sus espaldas y siempre se contestaba que “ni se sabe ni se puede saber”, debido al complejo sistema judicial.



 No es lo que creen un equipo de investigadores formado por dos juristas y dos bioestadísticos, que han sido capaces de desenmarañar esa red de errores judiciales que a veces termina con un inocente en el patíbulo. Sus resultados, publicados en la revista PNAS, proporcionan un dato estadístico muy grave: al menos 4,1% de los condenados a muerte habría sido exonerado de haber pasado el suficiente tiempo en el corredor de la muerte. Porque están allí debido a un error judicial, no a su culpabilidad. Los investigadores, con el profesor Samuel Gross a la cabeza, insisten en que ese 4,1% es una cifra de lo más conservadora.

 Por tanto, podría deducirse que, de los 1.320 presos ejecutados desde 1977 en EEUU, alrededor de 50 habrían sido inocentes. Es un cálculo que a cualquiera se le antoja tras conocer ese porcentaje, pero que los investigadores rechazan porque muchos de los condenados a muerte finalmente no son ejecutados, sino que pasan a otra situación legal, generalmente de cadena perpetua.

 “Si la tasa (de inocentes ejecutados) fuera la misma que nuestra estimación de las penas de muerte erróneas, el número de inocentes ejecutados en EEUU en los últimos 35 años sería de más de 50. No creemos que esto haya sido así, tanto por nuestros datos como por nuestra experiencia profesional”, explican en el estudio. “Sin embargo, ningún procedimiento para eliminar potenciales inocentes de la fila de ejecución puede ser infalible”, reconocen.

 Los datos del profesor Samuel Gross y su equipo ofrecen una paradoja: cuanto más tiempo pasa un reo inocente en riesgo de ser ejecutado, más probable es que salga exonerado. Sería el escenario clásico de las películas: abogados idealistas, investigadores insobornables y periodistas honestos buscando hasta el último minuto la prueba que demuestre la inocencia del preso que camina hacia la sala de ejecución. Es el caso de los 143 condenados a muerte que se liberaron antes de llegar al cadalso desde 1977, fecha en que se reinstauró la pena capital.

El silencioso olvido de los inocentes perpétuos

Sin embargo, hay un escenario mucho más común y probablemente más terrible: el olvido y la muerte silenciosa en prisión. Según explica Gross a Materia, la mayoría de los inocentes que fueron condenados a muerte terminan recibiendo una fatídica medida de gracia: cambio de la pena de muerte a cadena perpetua. Así, cuando el reo ya no está amenazado por la silla eléctrica o la inyección letal, desaparecen los héroes de película que luchan por su vida que ya está salvada. Y las posibilidades de que se demuestre su inocencia desaparecen casi por completo, porque ya no es una urgencia para nadie ni dentro ni fuera del sistema.

 Gross explica que el proceso de revisión de las sentencias de muerte en EEUU es muy complejo, en parte debido a su propia estructura: tribunales estatales en cada uno de los 50 estados y tribunales federales al margen que también revisan las sentencias de muerte después de que los estatales hayan dictaminado. “Con el tiempo este proceso revoca la mayor parte de las penas de muerte, pero en la gran mayoría de los casos las apelaciones no tienen que ver con la inocencia, sino con cuestiones procesales o la pertinencia de la pena de muerte como castigo. Muy a menudo el resultado es simplemente que el acusado es condenado a pasar su vida en la cárcel en lugar de la pena de muerte”, resume Gross, profesor de Derecho de la Universidad de Michigan.

 De este modo, habría un importante grupo de reos inocentes que mueren en la cárcel, en el olvido, sin más verdugo que el paso del tiempo y el propio sistema judicial. ¿No es este un problema tan grave como el de los inocentes ejecutados? “Esa es una pregunta muy difícil”, elude Gross, “todo lo que puedo decir es que tenemos que hacer nuestro trabajo más minuciosamente, tener la mente abierta, ser honestos y muy cuidadosos”. ¿Cuántos serían? “Una buena estimación sería el 2,5%”, asegura Gross. Es decir que, de cada 1.000 condenados a muerte, 25 inocentes acabarán pudriéndose en la cárcel.

 Sabemos que 7.482 acusados fueron condenados a muerte en EEUU desde enero 1973 hasta diciembre de 2004 –el período estudiado por el equipo de Gross–, por lo que serían casi 190 los inocentes que recibieron el triste consuelo de una cadena perpetua. “El resultado es que la gran mayoría de los inocentes que son condenados a la pena capital en los Estados Unidos no son ni ejecutados ni exonerados. Se los sentencia, o resentencia, a prisión de por vida, y luego se los olvida”, concluye el estudio.


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