Si bien desde que a la selección le empezó a ir bien dejamos de interesarnos por nuestros hombres de negro, resulta cuando menos curioso que el Mundial de Brasil vaya a carecer de árbitros uruguayos. No porque pensemos que el arbitraje charrúa esté pasando por un momento soñado, sino porque –en el peor de los casos– tendemos a suponer que los árbitros del resto del mundo no son mucho mejores que los nuestros. A continuación, un somero análisis de la situación de nuestros hombres de negro y de todo lo que tendrán que pitar (y correr) para clasificar a Rusia 2018.
“Muy bien Larrionda, muy bien cobrado el penal.”
Javier Máximo Goñi, 2006.1
Para quienes nunca pensamos seriamente en dedicarnos a arbitrar, puede sonar extraño que alguien halle placer en hacerse putear cada fin de semana, a cambio de unos pocos pesos y viéndose sometido a una preparación física que gracias a los avances de la tecnología se ha vuelto cada vez más rigurosa.2 Detrás quedaron los tiempos de los árbitros petisos y/o regordetes que arbitraban “con carpeta”, a distancia, casi sin moverse del mediocampo. Ahora hay que ser un atleta que dos por tres sopla un silbato, gesticula y exhibe cartoncitos de colores, si es que quiere aparecer en los replays para que Scelza pueda admitir “el árbitro está mejor ubicado”, ante una jugada polémica.
Crecí suponiendo que el árbitro era un futbolista frustrado, quien con tal de poder vivir la fiesta desde adentro se exponía a sufrir indescriptibles vejámenes que no pocas veces han derivado en amenazas de muerte.
Tampoco descartaba la posibilidad del deportista con vocación de militar que podía dar rienda suelta a sus berretines autoritarios: el juez central manda incluso desoyendo a sus asistentes (subalternos), y en ningún otro deporte el árbitro parece tener tanta incidencia en el devenir del juego, ni tanta capacidad para hacer prácticamente lo que desee dentro del campo, sometiendo a los jugadores a su fallo inapelable.
La posibilidad de verse rodeado de policías con escudo en casi todo momento también fortalecía esa visión del juez “miliquero”.
Pero tras haber intercambiado un par de palabras con algunos árbitros uruguayos, llegué a la conclusión de que quienes ejercen el referato profesional en nuestro país tienen algo así como “un fuego arbitral” que les recorre el alma. Nadie llega a arbitrar un mundial sin esa fuerza interior que te lleva a sacrificarlo todo por una profesión corta que no te dará de comer.
¿Qué se necesita para ir a un Mundial? “Por más obvio que parezca, para arbitrar un mundial primero hay que recibirse de árbitro”, explica Igor Moreira, juez asistente de primera categoría. “Para eso hay que pagar una matrícula en la auf, cursar dos años en la Escuela de Árbitros, y salvar pruebas físicas y técnicas que demuestren que ese estudiante de reglas de fútbol puede llegar a ser un árbitro.”
Luego comienza un largo camino en el que el jovenzuelo se desempeña indistintamente como árbitro central o asistente, en partidos correspondientes a las divisiones juveniles de nuestro fútbol. Recién al ascender a segunda categoría (antes el colegiado debe pasar por la cuarta y la tercera) debe optar entre ser árbitro o ser asistente.
“A esa altura de la carrera el árbitro ya está definiendo si desea arbitrar o si, por el contrario, decide que su carrera estará en la línea de banda”, explica Igor.
Tras algunos años arbitrando partidos de la C o de tercera división, y si todo va bien, el joven silbato puede llegar a la primera categoría de nuestro referato, donde deberá hacer un gran esfuerzo para mantenerse e intentar “pegar el salto” a la categoría internacional, que viene a ser el requisito imprescindible para poder siquiera pensar con llegar a una Copa del Mundo.
“Estos serían los requisitos técnicos: conocimiento de las reglas de juego, buena aplicación de las mismas (demostrándolo en la práctica en cada partido), buen manejo de inglés (imprescindible), capacidad de aprendizaje, etcétera. Todas estas características se aprenden desde que el árbitro está en la Escuela, pero se potencian en la medida que la carrera va avanzando”, sentencia el aguatero Moreira.
Cada cuatro años, a tres de la celebración de la siguiente Copa del Mundo, la fifa preselecciona a dos o tres árbitros y a unos cuatro asistentes por asociación, que son sometidos a una larga serie de pruebas de toda índole. Muchos van quedando por el camino antes de que comience el Mundial, al que llegan quienes hayan logrado sortear las diferentes etapas de preparación.
En Uruguay, los preseleccionados para el Mundial brasileño fueron Darío Ubriaco, Roberto Silvera y Martín Vázquez. Este último fue quien más lejos llegó, logrando pasar una tras otra las pruebas impuestas pese a trabajar diez horas por día, y pese a haber alcanzado el límite de edad (45 años) a principios de enero. Pero las lesiones le jugaron una mala pasada y la fifa terminó optando por otros 33.
Bien, colegiado, bien. Algunos hinchas de cuadro grande, de esos que no destacan por la riqueza de su actividad neuronal, afirmaron –ni bien se conoció la lista de árbitros mundialistas– que sus instituciones de alguna manera habían tenido incidencia en la decisión de haber dejado a Brasil libre de silbatos celestes.
“¿No me cobraste un penal? Pues bien, te dejo sin Mundial”, era la explicación.
Hace unos años los dirigentes de cuadro grande se contentaban con declarar persona no grata al árbitro, haciendo hincapié en que se declaraba persona no grata “al profesional y no a la persona”, como diciendo “como persona es un tipo de aquéllos, con valores, amigo de sus amigos. Pero como árbitro es un reverendo ladrón”.
Claro está que los dirigentes de Nacional y Peñarol no tienen tanto poder, ni los árbitros son ladrones. Son personas, y ellos, como nosotros y nosotras, buscan llegar lo más alto posible en su profesión. Del mismo modo que un relator bronceado intenta llegar a la cadena Fox, o un lateral izquierdo de Nacional busca desbordar y tirar un centro como la gente,3 los árbitros buscan llegar a lo más alto. Y para estos deportistas (sí, deportistas) lo más alto es dirigir una Copa del Mundo.
Para ello tendrán que hacer malabares para equilibrar el tiempo en la oficina con los piques por el cantero de avenida Italia, haciendo coincidir la licencia con los seminarios, y viendo cómo sus familiares cercanos se ven imposibilitados de entrar en Facebook toda vez que el hombre comete un error (o lo que el comentarista de turno juzga como error).
Quizás la próxima vez que les queramos recordar a los árbitros que sus respectivas madres se han dado a la práctica sistemática del meretricio porque no echaron a tal, o anularon el gol de cual, lo pensemos dos veces.
Quizás los terminemos puteando igual, aunque con un poco de culpa.
1. El relato corresponde al penal que sancionó Larrionda en la semifinal que Francia le ganó 1 a 0 a Portugal, precisamente gracias al gol de penal (bien cobrado) anotado por Zidane.
2. Los árbitros orientales reciben una partida mensual fija de 3.500 pesos (sean árbitros o asistentes), más lo que sacan “por partido”, que va de 7 mil pesos para un árbitro a 3.500 para un asistente. Es decir que un juez que tenga la suerte de ser designado para dirigir tres fines de semana en un mes cobraría unos 24.500 pesos. Cifra que se reduce si tomamos en cuenta que se juega al fútbol 30 semanas al año, sobre 52 posibles.
3. El último lo tiró Carlos Favier Soca en un partido ante Huracán en 1991.
Fuente:Brecha
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