La colonización de África creo países como quien corta trozos de fainá, trazó mapas irreales y unió a enemigos bajo la misma bandera. Sus consecuencias aún se sienten en este continente enfermo de estados fallidos. Uno de ellos, Sudán del Sur, el país más joven del mundo, sigue siendo una fábrica de malas noticias por sus guerras tribales.
Desde su independencia de la República de Sudán en verano de 2011, promovida por EEUU, Sudán del Sur construyó sus cimientos sobre un gran pacto de las etnias enemigas y mayoritarias: dinka y nuer. Son pueblos nilóticos de tradición guerrera, con sus propios dialectos y leyes, cuya mayor riqueza son sus rebaños de vacas, que son sagradas como en India.
Los dinka se extienden desde la capital hasta la frontera con el norte y Darfur, mientras que los nuer son originarios del estado de Jonglei, un territorio más grande que Andalucía junto al Nilo que se inunda en la época de lluvias, aunque sus dominios también ocupan parte de Etiopía.
El control de los pastos, vitales para la supervivencia de estos pueblos, los ha enfrentado durante siglos. No hay pastor en Sudán del Sur que no lleve a la espalda un 'Kalashnikov' para proteger su bien más preciado. Durante la segunda guerra civil contra el enemigo del norte, en los años 90, se dividieron en dos facciones que acabaron combatiendo entre ellas para regocijo de su 'bestia negra', el general Al Bashir, que se dedicó a apoyar a ambos contendientes para que se masacraran con más saña. En aquella guerra silenciosa, sin apenas observadores extranjeros, se usó con precisión la peor arma de destrucción masiva creada por el hombre: la hambruna.
Enfrentamiento entre el presidente y su 'número dos'
Desde el principio, el presidente Salva Kiir (Dinka), siempre ataviado con el sombrero de 'cowboy' que le regaló George Bush, tuvo problemas para entenderse con antiguo vicepresidente, el nuer Riek Machar. El verano pasado Kiir disolvió el Gobierno y dejó sin poder a la etnia vecina, lo que todo el mundo interpretó como una ruptura del pacto fundacional sobre el que se asienta la convivencia del país y el nuevo Estado. La rebelión nuer era cuestión de tiempo.
Hace unos días, los nuer tomaron las armas y conquistaron a sangre y fuego la ciudad de Bor, la capital del estado de Jonglei. La respuesta de los soldados dinka, mayoría en el SPLA (Ejército Popular de Liberación de Sudán) fue salir a cazar a todos los nuer que encontraran por Juba, la capital del país, según denuncia Human Rights Watch. El Gobierno cifra en 500 los muertos de estos días y en 100.000 las personas que han huido o se han refugiado en iglesias. Más de 16.000 de ellas están en la base de Naciones Unidas.
Mientras tanto, la gran mayoría de ciudadanos extranjeros se protegen en el aeropuerto, apenas un cajón de ladrillo, esperando un avión que los saque de allí. El Gobierno británico ha enviado un vuelo para sacar de allí a todos sus ciudadanos. Y el problema es que lo que está sucediendo en Juba sólo es la punta del iceberg. En las zonas rurales nadie cuenta los muertos.
Riek Machar, el ex vicepresidente nuer y actual líder de la rebelión se encuentra en paradero desconocido. Y de momento lo único que ha hecho es arengar a los sublevados. Ban Ki-moon ha pedido que se inicie el diálogo entre ambas partes para terminar con la crisis. Lo contrario sería volver a la guerra civil, algo inasumible para una población desgastada por décadas de hambre y conflicto.
Lo más curioso es que, a pesar de que el país se desangre como proyecto, será el que más crezca en 2014 según todos los indicadores, ya que verá incrementado su PIB en más de un 30% por el control de las zonas petrolíferas, antes en manos de su vecino del norte.
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