3 años después del primer derrocamiento de una dictadura en el norte de África, Rachid Ghanouchi (1941) de 72 años de edad, está “satisfecho”. La Asamblea Nacional Constituyente, elegida hace 27 meses, está a punto de acabar de aprobar la primera Constitución democrática de Túnez. Para llegar a ello, sin embargo, Ennahda, el gran movimiento político islamista moderado que encabeza Ghanouchi desde hace más de 25 años, ha tenido, según él, que hacer “concesiones dolorosas”.
“Hemos sacrificado el interés del partido por el de la nación para llegar así a un consenso” con los adversarios laicos, recalca este hijo de un modesto campesino del sur del país que fue brevemente admirador del egipcio Gamal Abdel Nasser antes de hacerse islamista. “Seguro que lo que hemos hecho en Túnez se podrá aprovechar en otros países árabes y se evitarán así las contrarrevoluciones”, vaticina.
Ghanouchi recibe al diario El Pais de Madrid en su chalé del barrio de El Ghazala de la capital tunecina, custodiado por la policía. Habla pausadamente, buscando las palabras, mientras bebe té. Sus colaboradores graban en vídeo la larga entrevista interrumpida, a veces, por llamadas urgentes a su móvil. Para Ghanouchi, el principal sacrificio no ha sido renunciar a incluir a la sharía (ley islámica) como fuente de derecho en la Constitución, o consagrar la igualdad entre ambos sexos —Ennahda quiso, en un principio, que la mujer fuese considerada “complementaria” del hombre—, sino “renunciar al Gobierno”.
“Hemos sacrificado el interés del partido por el de la nación”
El primer ministro islamista, Ali Larayedh, presentó el 9 de enero su dimisión para dejar paso a un Gobierno de independientes que conducirá el país hasta las próximas elecciones. “Gozamos de la mayoría parlamentaria [40% de los escaños], contamos con el apoyo de nuestros socios [dos partidos laicos], no había una revuelta masiva en la calle y aun así nos hemos ido”, señala Ghanouchi.
¿Por qué lo hicieron? “Había que elegir entre ir poniendo los cimientos de la democracia, aprobar la Constitución, o mantenernos en el Gobierno”, contesta. A finales del pasado julio, tras el asesinato, el 25 de ese mes, de un segundo diputado izquierdista, Mohamed Brahmi, a manos de terroristas, la oposición laica anunció que se retiraba de la Asamblea Nacional Constituyente hasta la dimisión del Gobierno.
“Pese al boicoteo podíamos legalmente haber acabado de redactar la Constitución con nuestros socios, pero no lo quisimos”, explica Ghanouchi. “No queríamos una situación a la egipcia con una sociedad enfrentada entre, digamos, promusulmanes y prolaicos”. “Aspirábamos a tener una Constitución en la que tuvieran cabida todos los tunecinos”.
“Parte de nuestra gente no está muy conforme” con la salida del Ejecutivo, señala. “Y nos lo han hecho saber”. “Pero ahora se han dado cuenta que”, tras la dimisión de Larayedh, “la situación se ha apaciguado”. “La oposición laica se proclama ganadora de este pulso con nosotros, pero no estoy seguro de que cuando lleguen las elecciones y vea los resultados siga pensando lo mismo”, vaticina con una ligera sonrisa. “Presiento que volveremos a ganar”.
La oposición laica la constituyen, ante todo, el Frente Popular, que reagrupa a una docena de pequeñas formaciones y asociaciones de izquierdas, y Nidaa Tunes (la Llamada de Túnez), un partido también integrado por izquierdistas, liberales y miembros no destacados del antiguo régimen que lidera Beji Caid Essebsi, de 87 años, que fue ministro del Interior (1965-1969) en tiempos del presidente Habib Burguiba.
Lo que hemos pactado en Túnez se podrá aprobar en otros países árabes”
¿Por qué en Túnez ha sido posible ese consenso a la española para sacar adelante la transición que ha resultado imposible en otros países empezando por Egipto? “No es conveniente comparar, pero digamos que aquí tenemos un Ejército apolítico; un nivel de escolarización más elevado; una sociedad civil más desarrollada y un movimiento islámico dialogante”, responde el dirigente.
Dialogante, pero que ha cometido errores en el Gobierno. “Reconozco que entre todos hemos alargado mucho la transición, que empezó hace tres años, porque la Asamblea se ha dedicado, además de elaborar la Constitución, a controlar al Gobierno, ratificar tratados, etcétera”, señala Ghanouchi.
“También deberíamos haber puesto antes en marcha un mecanismo que obligue a rendir cuentas a los responsables de la represión” en la dictadura. Hubo que esperar hasta el 15 de diciembre para que se adoptase la llamada ley sobre la justicia transicional.
Pese a los frecuentes enfrentamientos entre los dos bandos, pese al azote del terrorismo, Ghanouchi afirma “no haber pensando nunca que la transición tunecina pudiese descarrilar” como lo han hecho todas las demás de la primaveras árabe. El camino hacia la democracia, admite, “no está aún del todo exento de riesgos”.
“Puede haber sorpresas desagradables”, advierte. La primera es, según él, “el terrorismo, a pesar de que las fuerzas de seguridad han logrado reducir la amenaza”. “Están además ahora mejor equipadas y tienen más confianza en sí mismas”, añade. En la sierra de Chaambi, en el oeste del país, un puñado de yihadistas resisten desde hace más de un año los asaltos del Ejército.
Acaso la crítica más recurrente que formulan los laicos a Ennahda es haber sido demasiado comprensivo con Ansar al Sharía (Partidarios de la Sharía) el grupo islamista radical tunecino que en 2012 acabó apostando por el terrorismo. Solo fue ilegalizado en agosto pasado.
“Al principio ellos no eran agresivos”, replica Ghanouchi defendiéndose. “Trabajaban en el seno de la sociedad civil; hicieron una buena labor acogiendo a refugiados que llegaban de Libia” durante la guerra civil que asoló a ese país. “Nosotros desarrollamos un diálogo con ellos, para evitar su radicalización, que no dio frutos”. “Cuando traspasaron la línea roja y recurrieron a la violencia, les cayó encima todo el peso de la ley”.
El líder islamista se hace eco del “sentimiento generalizado que prevalece en Túnez de que hay fuerzas ocultas, extranjeras, empeñadas en que la transición salga mal parada”. “En primera fila estarían aquellas potencias que tienen miedo al contagio democrático; pero no tenemos pruebas y no voy a señalar a nadie”, recalca.
Cuando expresa su “tristeza ante el fracaso” de Egipto, Ghanouchi prodiga un consejo a los Hermanos Musulmanes egipcios, un movimiento afín a Ennahda: “Rehuir de la violencia”. “La contra revolución les incita a que la empleen para así tener un pretexto más para liquidarles”, advierte. “En Egipto y en otros lugares el viento de la revolución volverá a soplar algún día y se impondrá la voluntad del pueblo”, vaticina.
¿También soplará en esas partes del mundo árabe donde nunca lo hizo? “En un mundo globalizado nadie se va a librar de los nuevos aires”, contesta con un cierto entusiasmo aunque trata de no herir la susceptibilidad de sus vecinos a los que apenas ha rozado la primavera árabe. “Estoy, sin embargo, seguro de que habrá gobernantes sabios que sabrán hacer reformas sin necesidad de esperar a las revueltas”, concluye diplomáticamente.
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