El Maestro Tabárez nació en la calle Termópilas de Montevideo. La histórica batalla no la libraba el pequeño ejército griego contra el imperio persa, sino unos pobres caballos. Termópilas iba en subida. Las frutas y verduras que caían del carro del vendedor eran un trofeo para Washington (como le decían en el barrio) y sus amigos. También crecieron en Termópilas sus hermanos Williams, empleado público, y Walter, director de escuela y murguista. En realidad, todos los Tabárez crecieron en Termópilas.
El abuelo Gregorio compró lotes y los repartió entre sus cuatro hijos. Oscar (padre del Maestro, hábil fabricante de helados y cometas, votante del colorado Luis Batlle) y 'Chicha' (empleada doméstica de joven, luego madre que impuso a sus hijos la obligación de estudiar) vivieron en un rancho de chapa, con pilares de pinotea, construido por el abuelo Gregorio, carpintero. Oscar y Chicha se separaron cuando sus hijos eran niños, 'pero nunca se abandonaron'.
Chicha, que cuidaba a vecinos enfermos en los hospitales, obligó un día a Walter a ir a la escuela en plena huelga. Washington, hermano mayor, le explicó a su madre que la huelga era un derecho de los estudiantes.
En Termópilas también estaban los tíos: el médico Helvecio (padre del solidario Hamlet y de Yamandú), Élida e Ismael (el del carro con hielo, padre de Miguel Ángel, el primo crack admirado por el Maestro). Escuela, familia, fútbol, calle y radio. Barrio pobre, digno y solidario. De gente preocupada si había vecinos enfermos o hijos que debían rendir exámenes.
A Oscar Washington Tabárez, el Maestro, no le agradó que Uruguay haya llegado al último partido de las eliminatorias (anoche, ante la Argentina, en el Centenario) con la perspectiva de tener que ir otra vez a un repechaje para clasificarse al Mundial, como ya le sucedió para Sudáfrica, cuando casi todo era insultos y críticas.
Pero aprendió de joven, estudiando filosofía y especialmente existencialismo y Sartre, que la vida es un viaje. Nacimos y sabemos que algún día moriremos. Y en el medio está la vida. '¿Qué hacés? ¿Te morís ahora y te empezás a lamentar hasta que llegue o hay cosas para hacer?'. Preguntas 'sin respuestas definitivas', dice el Maestro, pero que 'te hacen caminar hacia determinado lugar'.
Como leyó de Antonio Machado y le cantó Joan Manuel Serrat: 'Caminante no hay camino, se hace camino al andar'.
Asumió que la rodilla maldita cortaría su carrera de futbolista-zaguero (Tabárez llegó a ser capitán de Wanderers, el primer club de Uruguay, no siendo Nacional o Peñarol, que jugó la Libertadores) y, ya padre joven, tras amagar Derecho, Radiología y Filosofía, el Maestro se metió a estudiar Magisterio.
Dudó primero, cuando debía jugar cantando con los niños o hacer un carrito de juguete en Manualidades, pero se convenció luego, cuando profundizó estudios sobre niños y psicología. Ya recibido, su primer trabajo, una suplencia en verano en la escuela especial Tiburcio Cachón, fue enseñarle a cocinar y a comer a un ciego.
'Porque esto se hace así, ¿ves?', indicó a un adulto reacio a cocinar.
'No, yo no veo', le respondió. 'Yo era completamente inexperiente. Vos podés estudiar, leer libros, informarte, pero el acto educativo -dice el Maestro- es cuando tenés al otro enfrente'.
Treinta años más tarde, el Maestro, con altas y bajas en su carrera, pero ya un consumado DT, estaba en el centro de otro mundo. El día previo a la semifinal contra Holanda en el último Mundial de Sudáfrica. La conferencia de prensa más concurrida de su carrera. Le respondió duro y digno a un periodista inglés que le preguntó dando una clase de ética por la mano-penal de Luis Suárez que salvó el dramático partido de cuartos de final contra Ghana.
'Me pareció que era el momento de puntualizar algunas cosas, simplemente eso', me contestó Tabárez cuando le recordé el episodio el mes pasado, en una larga entrevista en el Complejo Celeste. La selección uruguaya, que se clasificó a Sudáfrica sufriendo en el repechaje, terminó siendo en el Mundial la mejor de Sudamérica. Y en 2011 ganó la Copa América en la Argentina.
Uruguay decayó a partir de entonces y, cuando nos vimos en septiembre pasado, Tabárez ya era por supuesto consciente de que el camino para Brasil 2014 se había puesto otra vez difícil.
Me recordó la reflexión que le dedicó una señora en medio de una emotiva despedida de la celeste de la concentración de Kimberley, en Sudáfrica: 'The journey is the reward'. 'El camino es la recompensa', castellanizó Tabárez a la vuelta del Mundial, el día de la recepción popular en Montevideo.
Dijo que el resultado, si bien importante, nunca está asegurado y que 'lo que nos va a satisfacer es la ruta que elegimos para andar en esto'. El país de los tres millones eternos de habitantes, que parecía también eternamente obligado a celebrar sólo en caso de nuevo Maracanazo, festejó por fin un cuarto puesto como lo que fue: un triunfo.
El camino es la recompensa (Aguilar, 2012) se llama también el hermoso libro sobre Tabárez escrito por el ex basquetbolista Horacio Tato López. '¿Entrevistar al Maestro? Un regalo de la vida', me responde Tato desde Uganda, cuando lo felicito por su libro, del cual extraje historias de Tabárez.
El camino, el viaje, me dijo el propio Tabárez en la charla de septiembre, no es sólo la selección mayor. El ciclo incluye siete de ocho selecciones juveniles clasificadas a sus respectivos Mundiales, con dos finales, una en Sub 17 y otra en Sub 20, y con jugadores que iniciaron el proceso desde pibes en 2006, como Edinson Cavani, Luis Suárez y Martín Cáceres.
En el libro que López escribió con la ayuda de Tania Tabárez (hija del DT) y de Ana Laura Lissardy, el Maestro recuerda que ya en el 50 Yugoslavia envió a un especialista a Uruguay para que estudiara de qué modo un país tan pequeño producía tan buenos futbolistas. Y Tabárez cita el fenómeno del baby fútbol, que hoy implica a 60.000 niños y 2000 partidos, un total de 300.000 personas por fin de semana.
Inclusión social por un lado, semillero por otro, con planes ya iniciados en departamentos del interior, como Flores, donde el fútbol ayudó 'a sacar a los niños de los semáforos' y que llevaron a Tabárez a recorrer todo el país. También se juega una Liga Universitaria que 'es récord Guinness'.
Hay un plan de la Fundación Celeste para escuelas rurales. Y Gol a la Esperanza del gobierno uruguayo. Todo favorecido por la hazaña de los mayores en Sudáfrica. 'Hay cosas que a través del deporte se pueden lograr. Bien manejada -dice el Maestro-, la competencia es formativa'.
'El Washington entrenador -dice el hermano Walter en el libro de Tato- tiene mucho de maestro'. Por un lado, usa el error para enseñar, y por otro respeta los procesos.
'Soy de reacciones lentas, no sólo porque hago los cambios tarde, sino porque me cuestiono todo', dijo Tabárez al presentar el libro, en medio de las risas de los presentes.
El capitán Diego Lugano destacó alguna vez que Tabárez no impone, sino que convence. Dice el porqué.
Después, como me dijo el Maestro en septiembre, hay que 'hacer a rajatabla lo que uno considera correcto'. Parte de eso lo aprendió cuando 'el Maestro López, de cuarto año', enseñaba las parábolas del político e intelectual uruguayo José Enrique Rodó y hablaba de Gorgias, el filósofo griego que, ya cerca de la muerte, rechazó el brindis de uno de sus alumnos que pedía 'ser eternamente fieles' a sus enseñanzas. 'Yo brindo por quien me venza con honor en vosotros', replicaba Gorgias.
Rodó, seguía el Maestro López, decía que no se debe tener fidelidad extrema, sino el espíritu de superar al maestro. 'El gran deseo que tenemos -me dijo el Maestro en el Complejo Celeste- es que cuando no estemos nosotros, que no va a demorar mucho por razones de edad, que igual se siga con una planificación. Con ésta o con alguna que la supere'.
Ezequiel Fernández Moores
Fuente: canchallena.com
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