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jueves, 12 de septiembre de 2013

SUECIA: ESE RINCON DEL NORTE DEL MUNDO DONDE HABITAN 4.600 YORUGUAS

Los 4.600 uruguayos que quedan en Suecia son apenas un manojo de los más de 380.000 que durante la dictadura y los años previos buscaron asilo afuera de fronteras. Llegaron con apenas un bolso en mano y con el rótulo de exiliado. Para muchos de ellos la lengua (su lengua) tenía cinco vocales y no las nueve del sueco, las albóndigas se comían con arroz y no con mermelada de arándanos y la puntualidad era una simple convención más que una cuestión de respeto.


De hecho, algunos ni siquiera sabían qué escalas debían hacer para llegar a Estocolmo, aquella capital a 12.478 kilómetros de Montevideo. Hoy no solo hay profesores de idioma español y sueco, médicos que pueden haber sido candidatos a un Nobel, artistas y trabajadores de todos los rubros; hay también segundas y terceras generaciones de uruguayos que hacen de puente entre estas culturas muy distintas y con similitudes a la vez.

Todo comenzó en 1973 ni bien derrocaron a Salvador Allende en Chile. El primer ministro sueco Olof Palme inició una estrategia contraria a las dictaduras del Cono Sur, y su embajador Harald Edelstam se comprometió a salvar a las víctimas del terrorismo de Estado y otorgó visas de entrada al país del Norte. Por aquel entonces, Henry Engler y Ana Luisa Valdés estaban presos. Juan Cano militaba en el 26 de Marzo y vendía postales en las ferias. Ana Bertrán deambulaba en la clandestinidad entre Montevideo, Santiago y Buenos Aires.
Y Martín Muro, de apenas tres años, no tenía idea de la militancia de sus padres frenteamplistas.

Por eso, cuando cada uno de ellos o sus familias pudieron, se subieron al avión que dispuso Naciones Unidas para llegar unas cuantas horas después al campamento de refugiados en Suecia, donde aprenderían el idioma y se encontrarían con algunos de los suyos. Es que luego de España, Suecia fue el país europeo que acogió a más exiliados latinoamericanos en relación a su población. Claro que eso no significaba que la previa y los primeros tiempos hayan sido fáciles.

"El exilio es una categoría política que dura mientras siga esa circunstancia que obligó a la persona a salir de la frontera. Significa un desprendimiento de lo propio: se llega a un lugar en el que al principio no sos nada, ni siquiera un número en un documento", explica la historiadora uruguaya, residente en México, Silvia Dutrénit Bielous.

Las consecuencias del destierro en algunos casos eran claras. Juan Cano, por ejemplo, no conseguía recordar la fecha exacta en que había llegado a Suecia, tras escaparse vía Brasil. Había sido el 29 de marzo de 1980.

¿Con qué se encontró? "Con que la nieve no era tan linda como uno se imagina" y que "en menos de 24 horas" pasó a ser "un analfabeto". Al comienzo no sabía cómo relacionarse con los suecos. No había bares ni cafés en los que socializar o ir a tomarse unas copitas. Incluso el alcohol era visto como pecaminoso ante un Estado que decía presente en todo.

Mientras duraba la adaptación, en los campamentos, los latinos interactuaban mayoritariamente entre sí. A los pocos meses, cuando ya sentían que habían aprendido algo del idioma y se iban acabando las ayudas del gobierno y de Naciones Unidas, aparecía la disyuntiva de dónde instalarse, comprar los muebles en la famosa Ikea y arrancar otra vez.

Algunos, como el propio Juan Cano, se decidieron en el momento. "Yo quería ir al lugar más calentito y por eso elegí Malmö en el Sur". Otros iban directamente a donde los mandaban, como Engler que junto a su familia se fue a Västers y luego se radicó en Uppsala, o los Muro a quienes les consiguieron un apartamento en Växjö. También estaban quienes tenían conocidos de la militancia ya instalados en algún barrio, por lo general de inmigrantes; fue el caso de las dos Ana que llegaron a la capital.
Militantes.

No necesariamente los destinos de residencia estaban vinculados al tipo de militancia política. En Suecia, a diferencia de otros países como México que tenía acuerdos con el Partido Comunista o la propia Cuba, llegaban activistas tupamaros, comunistas, socialistas, anarquistas (Comunidad del Sur) y de los grupos estudiantiles sin distinción. Si bien todos tenían en común su oposición a la dictadura, "a la distancia las diferencias ideológicas se hacían notar: unos queríamos liberar a los presos políticos primero, y otros querían volver a la legalidad", recuerda Valdés. Es que, como dice la historiadora Dutrénit: "El exilio es una forma de reorganizar los distintos grupos".

Fue esa misma condición de militantes la que facilitó a los uruguayos acoplarse a la sociedad sueca. En su mayoría (no todos) formaron grupos de solidaridad, organizaron actividades culturales, radios, imprentas, representaciones teatrales (tanto de Carlos Liscano como de Mauricio Rosencof) y asociaciones de discusión. "Esa capacidad de discurso, que otorga la enseñanza en la militancia, sirvió para adaptarse", explica la historiadora. Aún más si se tiene en cuenta que en su mayoría eran personas de clase media y media-alta, con un promedio de entre 20 y 40 años y que alcanzaron niveles altos de educación.

A Henry Engler, uno de los últimos uruguayos en irse a vivir a Suecia por razones políticas, lo que más le costó fue acostumbrarse a los crudos inviernos en los que las temperaturas descienden a los 20ºC bajo cero. Pero también le dificultó aprender a no estacionar en cualquier lugar, clasificar la basura, no tirar papeles en la calle y ser extremadamente puntual. Es que "la adaptación depende de una actitud mental, más que intelectual", dice el exintegrante del grupo de los Nueve Rehenes. "Si yo llego a un país y no abro mis valijas, porque quiero irme, no me integro. Si digo: bueno, aquí voy a tratar de hacer algo, conocer la sociedad, aportar, discutir, opinar, aprender, entonces hay que integrarse". Y eso fue lo que hizo. Estudió medicina y formó parte de uno de los equipos que se rumorea estuvo postulado para el Nobel (aunque las candidaturas se dan a conocer recién 50 años después del acontecimiento).

El destierro fue para Engler, además, su cura. "Era un monje `cartujo`, muy fundamentalista. Había quedado como anestesiado con los sentimientos. Yo veía las cosas sin afectos. Veía colores y personas y casas, pero no sentía que esas cosas me conmovieran. Me ayudaron algunos amigos fantásticos, que me fueron devolviendo el sentir. Y la fe, que me acompaña donde voy. Los cambios más profundos se dieron en Suecia con mi compañera, con quien me casé en la iglesia de la Santa Trinidad, después de bautizarme".

Pero mientras una parte del ser les exigía integrarse cada vez más y aprovechar la estadía allá en el Norte, otra parte se aferraba cada vez más a la identidad uruguaya. "Buscamos identificarnos en todas las cosas, en la música, la literatura, las comidas y hasta hablar español en las casas", cuenta Bertrán. Es que "cuando uno está afuera del país se vuelve más radical", confiesa Muro. Y si bien admite que en comparación con otros latinos los uruguayos son "de perfil bajo", hay un fuerte apego a los ritos. Muchos toman mate ahora que se consigue yerba en los supermercados, compran carne para el asado de los fines de semana, aunque es cara, y hasta armaron conjuntos de candombe, por más que mientras vivían en Uruguay no iban a las Llamadas.

En 1986 surge la comparsa La Peregrina, al Sur de Suecia, que se mantiene hasta hoy. El nombre, que no fue el del inicio, describe la esencia: "Gente que va caminando de un lado para el otro, como nosotros", dice Muro, quien integra el conjunto con el que viajaron a varios puntos en Europa. No son solo uruguayos: hay árabes, chinos y otros latinos. "Se va conociendo qué es Uruguay, porque para los suecos todo ritmo latino es samba".

Zanjado entonces los problemas de integración y la forma en que se mantenía viva la identidad uruguaya, otra preocupación se instala en los uruguayos: ¿dónde voy a continuar mi vida?

"Cuando nos fuimos de Uruguay teníamos claro que la situación era pasajera y que tarde o temprano uno iba a volverse", recuerda Bertrán. Por eso estudió Trabajo Social con el fin de "aprender algo para volcarlo de regreso a Uruguay".

Y así fue. En 1994 regresó a Montevideo junto a su hija Cecilia. Trabajó en la asistencia a personas adictas a las drogas. Pero como otros retornados la visión romántica se chocó con la realidad: "Volver no es solamente llegar, también es irse", afirma. Es que en lugar de exacerbar la uruguayez como lo había hecho en Suecia, se vinculó a suecos y trataba de defender esa parte de su historia.

Su hija se volvió y con la crisis económica, en 2001, Ana también regresó a Estocolmo. La esperaban en una reunión de trabajo. Era otra vez una uruguaya más trabajando en Suecia.

Engler, en tanto, demoró mucho tiempo en volver a mantener contacto con su país. Al principio eran simples cartas que llegaban con retraso y alguna llamada a la familia. ¿Noticias? Poco y nada se conocía. Cada tanto se captaba alguna radio de onda corta con antenas caseras o tenían datos por alguna visita. Pero su patria "es Uruguay" y Suecia es su "casa". Por eso hoy se reparte el tiempo entre un país y el otro. Cuando se le presentó la oportunidad de regresar a Montevideo para volcar su experiencia en Uruguay no lo dudó. Hoy es director del Centro Uruguayo de Imagenología Molecular (Cudim) y al mismo tiempo trabaja en Uppsala.

Valdés, por el contrario, regresó en 2011 a Uruguay para quedarse. "Sentía que en Suecia ya había tocado un techo", explica esta mujer que representó al país nórdico en varias ediciones de escritores europeos y fue una firma prestigiosa en uno de los periódicos locales. Ahora prepara la llegada de escritores del Norte a la próxima Feria del Libro de Montevideo, en octubre.

Cano, como la mayoría de los exiliados, se quedó en Suecia que fue "una gran escuela" para él. Aprendió su oficio de artista plástico (hace instalaciones con arte político) y rearmó su familia que se sigue agrandando y tomando de los mates que guarda arriba de la heladera.

Este país del Norte que una vez arropó a los más de 2.500 exiliados parece mantener congelada la identidad y el número de uruguayos no desciende, al contrario. Claro que ahora se cuentan los hijos de esos primeros desterrados y los inmigrantes por razones económicas. También están los que regresaron a Uruguay y al tiempo dieron otras vez marcha atrás en su decisión. O los que pasan un tiempo en cada lado. Es que a estos uruguayos cuando están en Suecia le dicen que son uruguayos, y en Uruguay le dicen que son suecos o suizos "porque se confunden", dice Muro. Por eso cuando a Diego, uno de sus hijos nacido en Suecia, le preguntaron en el colegio de dónde es, respondió con firmeza: "Del hospital".
ENTRE VALIJAS Y LENGUAS

"Los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos y uruguayos...de los barcos", decía Octavio Paz (también se le atribuye la frase a Borges). Pero esa condición de inmigrantes no facilitó la integración de los uruguayos a la sociedad sueca, explica la historiadora Silvia Dutrénit. "El exilio organizado no se quería arraigar al nuevo país, porque su causa estaba en Uruguay". De hecho, muchos retornaron al término de la dictadura. Otros no.
HISTORIA QUE SUPO QUEDAR IMPRESA

En América Latina hay literatura que también merece ser conocida. Esa fue la premisa inicial de la editorial Nordan, fundada en 1980. Su nombre significa "vientos del Norte" y, paradójicamente, nace como un proyecto de la Comunidad del Sur. Este grupo cooperativista y anarquista uruguayo que se exilió en Suecia decidió, como parte de su compromiso ideológico a la distancia, contar con su propia editorial, la que se convirtió en pocos años en la empresa que más libros latinoamericanos publicase en los países nórdicos. De hecho, con la colaboración de Ángel Rama se editó la colección Latinoamericana XX con obras de Mario Benedetti, Julio Cortázar y César Vallejo, entre otros. "Algunos han logrado hacer del exilio algo fructífero. Lo han convertido en una excelente ocasión de fomentar los contactos entre dos culturas: la de su patria y la del país acogido", elogiaba el académico sueco Artur Lundkvist. Con el término de la dictadura la comunidad se desintegró, y muchos de sus integrantes regresaron a Uruguay. Otros, como Ana Luisa Valdés, se quedaron trabajando en el área de la Cultura, haciendo de puente entre el sueco y el español. Es que "un puente no es un puente, un puente es un hombre caminando sobre un puente", cita a Cortázar esta escritora uruguaya que tantas veces lo ha traducido y que por su actividad fue condecorada con la Medalla de Oro de Estocolmo.
Un poco de orden, otro tanto de rito y mucho de identidad

En la década de 1980, cuando había llegado la mayoría de los exiliados, surgieron en Suecia agrupaciones civiles de uruguayos. Algunas con fines culturales y otras con objetivos solidarios: se buscaba recaudar dinero para ayudar a las familias de presos políticos.

-El intento de organización: FOUS. Para nuclear a este montón de asociaciones civiles que estaban desperdigadas por todo el país (sobre todo en las cuatro principales ciudades que es donde están los barrios obreros: Estocolmo, Gotemburgo, Malmö y Uppsala ), surgió la Federación de Organizaciones Uruguayas en Suecia (FOUS). Pero hace casi un lustro que está inactiva.

-La conexión con el Estado y el viejo país. Hay dos Consejos Consultivos. Uno está en Estocolmo (actualmente en receso) y el otro ubicado en Gotemburgo (fue el primero en fundarse).

-Los que mantienen el sentido del hogar. Hay dos "Casas Uruguay" en el país nórdico. Ambas asociaciones se ubican donde las comunidades de uruguayos son más numerosas: una en Estocolmo y otra en Malmö. Su propósito principal es mantener algunas tradiciones y la remisión a Uruguay de ayuda, sobre todo equipos de rehabilitación para centros de atención médica. Recientemente se donó una ambulancia.
LA HUIDA
Suerte y valentía

Unos 50 compañeros de militancia de Juan Cano cayeron presos el 5 de enero de 1975 y él se vio acorralado. La opción de cruzar a Argentina la descartó porque su entonces pareja estaba embarazada. Se hizo pasar por pintor, albañil y hasta especialista en impermeabilización de azoteas para ganarse unos pesos mientras se camuflaba en casas ajenas. Así por casi cuatro años. El 22 de diciembre de 1979 llegó a la feria artesanal en la que su hermana vendía las postales que él pintaba. Lo estaban esperando los mismos oficiales que ya habían allanado la casa de sus padres. Su hermana le hizo una seña de lejos (de esas que se comprenden solo en momentos críticos) y pegó la vuelta para tomar el primer tren que salía hacia Rocha, para escapar por la frontera a Brasil. Un conocido había hecho lo mismo antes, ayudado por frailes capuchinos. Esos mismos religiosos contactaron a un escribano que falsificó documentos para que la pareja e hija de Juan pudiesen salir de forma aparentemente legal. Mientras, él llegó al Chuy con un ómnibus de bagayeros que no controlaron, pero le faltaba el papel de migración para tomarse otro ómnibus hasta Porto Alegre. En eso, un taxista lo llevó a las corridas a buscar el documento a la frontera uruguaya y se lo dieron sin preguntar nada. Con el tiempo justo llegó a tomar el viaje. A ese mismo vehículo lo paró la Policía brasileña, pero era un simple control. Sin dormir, descalzo porque se le rompieron los championes y con hambre, pasó unas noches en San Pablo para el 29 de marzo de 1980, ayudado por Naciones Unidas, llegar a Suecia.
Las cifras
15%

De la población sueca nació en el extranjero. Los motivos políticos son una de las principales causas de llegada. Dentro de los latinos, los chilenos son mayoría (unos 28.000).
4.602

Uruguayos había en Suecia en marzo de este año. En 1900 había solo 4, según la Agencia Central de Estadísticas sueca. Se estima que en la dictadura exiliaron unos 2.500.

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