En diciembre de 2008, España derrotaba a Argentina y se coronaba campeón de la Copa Davis en Mar del Plata. Tras haber sido insultados y acosados por el público durante todo el fin de semana, los jugadores ganadores, con David Ferrer a la cabeza, decidieron incitar al puñadito de hinchas españoles a cantar Ar-gen-ti-na, Ar-gen-ti-na.
El estadio fue un solo grito durante unos segundos, tras los cuales España pudo festejar su triunfo con total normalidad, ante un público local que hizo una increíble metamorfosis y pasó a comportarse en forma ejemplar.
Esa actitud fue una gran demostración de todo lo que pueden ayudar los protagonistas a la hora de mejorar el entorno de un evento deportivo. Fue una enorme lección de cómo engrandecer una victoria, cómo debe vivirse una derrota, así como de RESPETO, al público y al rival. Lamentablemente, este tipo de actitudes son excepcionales y, duele decirlo, sobre todo en Sudamérica y específicamente en el fútbol.
En líneas generales, nuestros futbolistas de elite suelen colaborar poco, por ejemplo dedicando sus triunfos a los barrabravas, los más violentos, con quienes incluso suelen entablar relaciones personales, hacerles regalos y tolerar sus reclamos.
Tristemente, por estas horas tuvimos un gesto de ese tipo por parte de un grupo de basquetbolistas, quienes, haciendo gala de una inmadurez llamativa, ajustaron sus sonrisas para sacarse una foto con una gallina inflable con los colores de Nacional. La verdad, me llamó la atención, especialmente porque el grupo estaba compuesto por varios jugadores que a lo largo de sus carreras han demostrado ser serios, inteligentes y reflexivos.
Duele, irrita e indigna que no sean capaces de comprender que ellos son la mejor arma para fomentar los verdaderos valores del deporte, basados en la tolerancia y el respeto.
Igualmente, lo de los jugadores no me parece lo más grave. Estaban ahí, emocionados por la pasión carbonera, y los llevó el viento. Calculo que algunos estarán arrepentidos. Lo más patético es la premeditación del organizador del espectáculo, que decidió que la gallina fuera parte del menú.
¡Peñarol, como institución, colocó una gallina con los colores de Nacional adentro de la cancha para que fuera una especie de broche de oro del espectáculo! Realmente cuesta creerlo, aún más cuando Juan Pedro Damiani salió como loco el año pasado a exigir disculpas públicas por aquella gallinita con la pata quebrada -haciendo referencia al Tony Pacheco- que apareció en un palco del Parque Central.
La incoherencia del presidente es difícil de entender, aunque tal vez se deba a su pasaporte italiano, elemento a través del cual Juan Pedro intenta usualmente explicar sus diferentes desbordes emocionales.
Claro que el comunicado de Nacional -que deplora el hecho ocurrido en el Palacio- también es risible, ya que un año atrás justificó todo lo que pudo el lamentable episodio ocurrido en el Parque (con la excepción de Ricardo Alarcón).
Resulta particularmente pintoresca la indignación del mediático delegado Alejandro Balbi, quien hace unos meses atrás, intentando hacerse el canchero, tuiteó una foto de Alejandro González con la camiseta tricolor.
Sé que algunos creen que una gallina no le hace mal a nadie, que es una broma, parte del folklore y que, en realidad, estamos todos demasiado sensibles. Yo creo que se trata de un gesto impropio de los valores que aspiro para el deporte.
Asumo que seguramente sea respondido con otro gesto -todavía más tonto e inmaduro-, generando una especie de cadena de la estupidez que, inexorablemente, tarde o temprano, llevará a acciones despreciables y violentas.
Pero lo peor de todo es que el barrabravismo está cada vez más legitimado. Que haya un tipo que gaste su energía en colar una gallina de Nacional en la Ámsterdam, y que sea feliz con eso, me parece casi normal. Muy triste por él, claro, pobre muchacho. Lo realmente preocupante es que la gracia sea festejada por un amplio sector del público futbolero.
Lo triste es que su idea concite la atención de los medios, incluso con una orientación solapadamente positiva. Lo increíble es que le dediquen un capítulo de un libro. Lo doloroso es que tipos queribles, inteligentes y formados tengan a la gallina como foto de perfil en el Facebook.
Lo patético es que Peñarol la utilice para redondear un espectáculo. Lo desconcertante es que tipos como Nicolás Mazzarino se saquen una foto al lado de ella, como si en lugar de una gallina inflable fuera Bruce Springsteen.
En definitiva, en lugar de ser visto como un freak con mucho tiempo libre, el creador de la gallina es como una especie de héroe, como si hubiera clonado la oveja Dolly o encontrado vida en Urano.
Ahí está el principal problema, cuando la bobada se venera, la violencia se legitima y la estupidez se institucionaliza.
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