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jueves, 30 de septiembre de 2010

LA OPINION DE AMY GOODMAN: LA TORTURA EN IRAK NO DISMINUYE

Si uno creyera en el discurso del Presidente Barack Obama debería pensar que las operaciones de combate en Irak han terminado. Sin embargo, expuesta públicamente por primera vez con el escándalo de Abu Ghraib, la tortura en las cárceles iraquíes crece y crece, cada vez más distante de todo tipo de escrutinio o responsabilidad.


Tras arrestar a decenas de miles de iraquíes (en muchos casos sin imputárseles ningún cargo) y de mantener a muchos de ellos prisioneros durante años sin juzgarlos, Estados Unidos de América ha entregado el control de las prisiones de Irak, con sus 10.000 prisioneros, al gobierno iraquí.
Conozcan al nuevo jefe, es igual que el anterior.

Tarde en la noche del sábado, tras aterrizar en Londres, nos trasladamos a la pequeña zona residencial de Kilburn para hablar con Rabiha al-Qassab, una refugiada iraquí a quien se le otorgó asilo en territorio británico luego de que su hermano fuera ejecutado por Saddam Hussein.

Su marido, de 68 años de edad, Ramze Shihab Ahmed, fue general del ejército iraquí durante el régimen de Saddam, peleó en la guerra entre Irán e Irak y formó parte de un frustrado intento de derrocar al dictador iraquí. La pareja vivió apaciblemente en Londres por varios años hasta septiembre del año 2009.

En esa fecha, Ramze Ahmed se enteró de que su hijo Omar había sido arrestado en Mosul, Irak.
Ahmed regresó a Irak para encontrar a su hijo pero lo arrestaron a él también.

Durante meses, Rabiha no supo nada acerca del paradero de su marido. Pero el 28 de marzo de 2010 sonó su celular.

Rabiha cuenta lo sucedido: “Mi celular sonó y respondí. Parecía otra persona, no reconocí su voz y pregunté: ‘¿Quién es?’ Dijo que estaba muy enfermo y luego dijo: ‘Soy yo, Ramze, Ramze. Llama a la embajada.’ Le sacaron el teléfono y terminó la conversación.”

Ramze Ahmed estaba preso en una cárcel secreta ubicada en el viejo aeropuerto de Muthanna en Bagdad.

En un informe reciente de Amnistía Internacional titulado “Nuevo orden, los mismos abusos” se describe a la cárcel de Muthanna como “una de las más duras” de las prisiones de Irak, escenario de múltiples torturas, bajo el control del Primer Ministro Iraquí Nouri al-Maliki.

Mientras Rabiha me mostraba fotos de su familia, se cayó un pedazo de papel con palabras en inglés y en árabe.

Rabiha me explicó que para poder decir en inglés lo que sucedía a su marido tuvo que buscar en el diccionario algunas palabras, ya que nunca antes había utilizado en inglés palabras como: “violación”, “palo”, “tortura”.

Caían lágrimas de sus ojos mientras transmitía lo que su marido le había relatado: "lo han sodomizado con un palo, lo ahogaban repetidas veces colocándole bolsas de plástico en la cabeza, le propinaban descargas eléctricas.”

“Lo primero que hacían era colocarle bolsas de plástico en la cabeza, unas cincuenta veces por día, cuando perdía el conocimiento y ya no sentía nada, le propinaban descargas eléctricas y lo dejaban en estado de shock.
Cuando se despertaba, le ponían de nuevo la bolsa de plástico y una vez más, le hacían lo mismo, le hacían eso todo el tiempo.
También ponían un palo en una bolsa o ponían una parte de un arma, la pequeña parte que va al principio del arma, no de un revólver o de una pistola, sino de un arma grande. Ponían eso en una bolsa y la cerraban. Luego traían a su hijo y le decían que violara a su padre y a la inversa. Le decían: `Debes violar a tu hijo´.”

No resulta sorprendente entonces, que según se detalla en el informe de Amnistía Internacional, el gobierno de Irak afirme que Ramze Shihab Ahmed haya confesado vínculos con al-Qaida en Irak.

En enero de 2010, durante una conferencia de prensa organizada por el Ministro de Defensa iraquí, se proyectaron videos que mostraban a otros nueve prisioneros confesando crímenes, entre ellos al hijo de Ahmed, Omar, que presentaba signos de haber sido golpeado.

En el video, Omar confiesa “haber asesinado a varios cristianos en Mosul y haber detonado una bomba en una localidad cercana a Mosul.”

Malcolm Smart, director del programa de Amnistía Internacional para Medio Oriente y el norte de África me dijo en Londres:
“[En Irak] hay una cultura del abuso que ha echado raíces. Es cierto que estaba presente durante el tiempo de Saddam Hussein, pero lo que pretendíamos a partir del año 2003 era dar vuelta la página de esa historia, y esto no ha sucedido. Lo que sí sucedió es que hay prisiones secretas, gente torturada y maltratada que es forzada a realizar confesiones.

A pesar de que en los tribunales son muchos los detenidos que dicen haber sido forzados a firmar confesiones falsas, la justicia no investiga estos hechos ni lucha para erradicarlos. Quienes perpetran estos actos no enfrentan responsabilidad alguna y no son identificados.”

Tras aquella breve e interrumpida llamada telefónica que recibió de su marido, Rabiha se puso en contacto con el gobierno británico y su embajada en Irak siguió el rastro de Ahmed hasta la prisión de al-Rusafa en Bagdad.

Habitualmente Ahmed utilizaba bastón, pero ahora se encontraba en una silla de ruedas. Rabiha tiene una foto de él que sacó el representante del gobierno británico.

Amnistía Internacional informa que, estimativamente, hay unos 30.000 prisioneros en Irak, 200 de los cuales continúan bajo custodia estadounidense.

Pregunté a Malcolm Smart de Amnistía Internacional por los prisioneros y contestó: “Me dicen que el ejército estadounidense considera este tema como un asunto iraquí y que han entregado a los últimos prisioneros, a excepción de los doscientos que continúan bajo custodia estadounidense.”

Sin embargo, mientras Estados Unidos de América continúe destinando miles de millones de dólares a mantener su presencia militar en Irak y a financiar al gobierno iraquí, es claro que el trato que reciben los prisioneros también es un asunto estadounidense. Amnistía lanzó una campaña de base para promover más acciones que aseguren la liberación de Ahmed.

Mientras tanto, Rabiha al-Qassab, que se encuentra aislada y sola en el norte de Londres, pasa las horas alimentando patos en un parque cercano. Esto era lo que su marido solía hacer.

Rabiha me dijo: “Voy al parque y doy de comer a los patos. Hablo con los patos y les digo: ‘¿Se acuerdan del hombre que les daba de comer? Está preso. Pídanle a Dios que lo ayude.’ ”

Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.

© 2010 Amy Goodman

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