El médico de Texas Hasan Gokal tenía seis horas de plazo. Esa noche de finales de diciembre de 2020, con un vial de la vacuna contra la COVID-19 ya abierto, tenía que localizar a diez personas elegibles para recibir las dosis restantes antes de que expirara el preciado medicamento. En seis horas. Diez dosis de la vacuna de COVID-19 expirarían en ese plazo de tiempo, por lo que este médico de Houston se las administró a personas con afecciones médicas, incluida su esposa. Lo que sucedió luego fue “el momento más bajo de mi vida”, dijo el doctor Hasan Gokal.
Con un gran esfuerzo, el médico realizó visitas a
domicilio y le dio instrucciones a algunas personas para que fueran a su casa
en las afueras de Houston (Texas). Algunos eran conocidos; otros, extraños. Un
nonagenario postrado en su cama. Una mujer de 80 años con demencia. Una madre
con un niño que usaba un respirador.
Pasada la medianoche, a pocos
minutos de que la vacuna se volviera inservible, el médico, Hasan Gokal, le dio
la última dosis a su esposa, quien padece de una enfermedad pulmonar que le
produce dificultad para respirar.
Debido a esto, Gokal fue despedido de su trabajo en
el gobierno y luego lo acusaron de robar diez dosis de vacunas por un valor
total de 135 dólares. Fue una infracción menor reprochable que hizo que su
nombre y ficha policial le dieran la vuelta al mundo.
“Vi cómo se
derrumbaba mi mundo”, dijo Gokal en una entrevista telefónica el 5 de febrero.
“Fue sentir cómo todo colapsa sobre ti. Dios santo, fue el peor momento de mi
vida”.
El caso de Gokal se está desarrollando en un
momento en que los estadounidenses, hartos de la pandemia, escudriñan sitios
web y cruzan fronteras estatales siguiendo rumores, como parte de una búsqueda
ansiosa de un medicamento escaso. El caso está plenamente abierto a la
interpretación y se ha convertido en un estudio sobre la bioética que se
aprende sobre la marcha en este accidentado despliegue de las vacunas en el
país.
A fines del mes pasado, un juez desestimó el cargo
por considerarlo infundado, a lo que la fiscal de distrito local respondió
prometiendo presentar el asunto ante un gran jurado. Mientras los fiscales
describen al médico como un oportunista calculador, su abogado afirma que Gokal
actuó de manera responsable y hasta heroica.
“Todos veían a este tipo y decían:
‘Mi madre está esperando una vacuna, mi abuelo está esperando una vacuna’”,
dijo Paul Doyle, el abogado. “Pensaban: ‘Este tipo es un villano’”.
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Gokal, de 48 años, emigró de Pakistán cuando era
niño y se graduó de médico en la SUNY Upstate Medical University en Syracuse.
Después de trabajar en hospitales de la zona central del estado de Nueva York,
se mudó a Texas en 2009 para supervisar el departamento de emergencias en un
hospital suburbano de Houston. Su trabajo voluntario ha incluido la
reconstrucción de viviendas y labores de atención médica después del huracán
Harvey en 2017.
En los últimos años, Gokal dividió su tiempo entre
dos hospitales de la zona. Pero cuando la pandemia golpeó a principios de 2020,
vivió durante un mes en un hotel y un apartamento para no arriesgarse a infectar
a su esposa, María, de 47 años, quien tiene sarcoidosis pulmonar, una
enfermedad que la deja sin aliento después de cualquier actividad física.
“Estaba petrificado ante la posibilidad de llegar a
casa y contagiar de covid a mi esposa”, dijo.
Afortunadamente, dijo, el departamento de Salud
Pública del Condado de Harris lo reclutó en abril para convertirse en el
director médico de su equipo de respuesta a la covid. El sueldo era menor, pero
estaba ansioso por proteger a su esposa limitando su exposición al coronavirus
en las salas de emergencia.
El 22 de diciembre, Gokal participó en una
conferencia telefónica en la que los funcionarios de salud estatales explicaron
los protocolos para administrar la vacuna Moderna recientemente aprobada. Las
diez u once dosis en un vial tienen seis horas de vida luego de que se perfora
el sello.
Gokal dijo que la indicación fue vacunar a las
personas elegibles en la categoría 1(a) (trabajadores de la salud y residentes
en centros de atención a largo plazo) y luego las de la categoría 1(b)
(personas mayores a 65 años o con una condición de salud que incremente el
riesgo de una enfermedad grave relacionada con la COVID-19).
Según Gokal, después de eso el mensaje fue:
“Simplemente inyéctenlas en los brazos de las personas. No queremos que se
pierda ninguna dosis. Punto”.
El martes 29 de diciembre, Gokal
llegó antes del amanecer a un parque en el suburbio de Humble, en Houston, para
supervisar una campaña de vacunación destinada en su mayoría a los trabajadores
de emergencias. En parte debido a la poca publicidad, el ritmo fue lento, se
administraron menos de 250 dosis. Pero este era el primer evento público del
condado, dijo. “Sabíamos que habría contratiempos”.
Cerca de las 6:45 p. m., cuando el evento estaba
concluyendo, llegó una persona elegible para recibir una inyección. Un
enfermero perforó un vial nuevo para administrar la vacuna, lo que activó la
cuenta regresiva de seis horas para las diez dosis restantes.
Las posibilidades de que diez personas elegibles
aparecieran repentinamente en el lugar eran escasas. Ya a esa hora, los
trabajadores usaban los faros de los automóviles para poder ver. Sin embargo,
Gokal afirmó que estaba decidido a no desperdiciar ni una sola dosis.
Gokal dijo que primero les preguntó a los aproximadamente
20 trabajadores del evento, quienes o se negaron o ya habían sido vacunados.
Los paramédicos del lugar se habían marchado y de los dos policías presentes
uno ya había recibido la vacuna y el otro rechazó la oferta del médico.
Gokal dijo que luego llamó a un funcionario de
salud pública del condado de Harris a cargo de las operaciones para informarle
sobre sus planes de conseguir a diez personas para que recibieran las dosis
restantes. Según Gokal, la respuesta fue simplemente: “OK”.
Dijo que luego procedió a llamar a otro colega de
alto rango cuyos padres y suegros eran elegibles para la vacuna. No estaban
disponibles.
Las horas seguían pasando.
El médico concluyó que si devolvía el vial abierto
a la oficina —la cual casi con certeza estaba vacía— a esa hora tan tarde, el
frasco terminaría en la basura. Así que mientras comenzaba a conducir hacia su
casa ubicada en un condado vecino, dijo, llamó a varias personas en su lista de
contactos del celular para preguntarles si tenían parientes o vecinos mayores
que necesitaran vacunas.
“Nadie con quien estuviera
íntimamente familiarizado”, dijo Gokal. “No era muy cercano con ninguno de
ellos”.
Cuando llegó a su casa en Sugar Land, afuera lo
esperaban una mujer de unos 60 años con problemas cardíacos y otra mujer de
unos 70 años con diversos problemas de salud. Y las vacunó a ambas.
Faltaban ocho dosis.
El médico regresó a su automóvil —su esposa
insistió en acompañarlo— y manejó hasta una casa de Sugar Land con cuatro
personas que eran candidatas: un hombre de unos 60 años con problemas de salud;
la madre del hombre, de unos 90 años y que estaba postrada en la cama; su
suegra, de unos 80 años y con demencia grave; y la esposa de él, que se encarga
de cuidar a su madre.
Luego condujo hasta la casa de una mujer, de unos
70 años, que estaba confinada y le administró la vacuna. “No la conocía en
absoluto”, dijo.
Quedaban tres dosis, pero tres personas ya habían
acordado reunirse con el médico en su casa. Dos lo estaban esperando: una
conocida de unos 50 años que trabaja en la recepción de una clínica de salud, y
una mujer de 40 años que nunca había conocido y cuyo hijo depende de un
ventilador.
Según Gokal, cuando se acercaba la medianoche, el
tercer posible destinatario llamó para decir que no llegaría. Y se estaba
haciendo demasiado tarde.
Cansado y frustrado, Gokal dijo que recurrió a su
esposa, cuya sarcoidosis pulmonar la hacía elegible para la vacuna. “No tenía
la intención de darte esto, pero en media hora voy a tener que tirarlo por el
inodoro”, recuerda haberle dicho. “Es tan simple como eso”.
Dijo que su esposa le preguntó si
era lo correcto. “Tiene mucho sentido”, le respondió. “No queremos que se
desperdicien dosis”.
Con 15 minutos de sobra, Gokal le dio a su esposa
la última dosis de la vacuna de Moderna.
A la mañana siguiente, dijo, presentó la
documentación de las diez personas que había vacunado la noche anterior,
incluyendo a su esposa. Dijo que también le informó a su supervisor y colegas
de lo que había hecho y por qué.
Varios días después, ese supervisor y el director
de recursos humanos lo llamaron para preguntarle si había administrado diez
dosis fuera del evento programado para el 29 de diciembre. Gokal respondió que
sí, de acuerdo con el lineamiento de no desperdiciar la vacuna. Fue despedido de
inmediato.
Los funcionarios argumentan que Gokal había violado
el protocolo y que debía haber devuelto las dosis restantes a la oficina o
haberlas tirado a la basura, recordó el médico. También dijo que uno de los
funcionarios lo dejó perplejo cuando le preguntó sobre la falta de “equidad”
entre los que había vacunado.
“¿Está usted insinuando que hay demasiados nombres
indios en ese grupo?”, dijo Gokal que preguntó.
“Exactamente”, fue la respuesta del funcionario,
según Gokal.
Elizabeth Pérez, directora de comunicación del
Departamento de Salud Pública del condado de Harris, dijo que el organismo no
podía hacer declaraciones sobre sus protocolos, el evento de vacunación del 29
de diciembre o el caso de Gokal.
El 21 de enero, unas dos semanas
después del despido del médico, un amigo lo llamó para decirle que un
periodista local acababa de tuitear sobre él. En ese mismo momento, uno de sus
tres hijos escuchó que tocaban la puerta y al abrirla se encontró con luces
brillantes y un micrófono. Conmocionado, el chico de 16 años cerró la puerta y
dijo: “Papá, hay unas personas ahí afuera con cámaras”.
La fiscal de distrito del condado
de Harris, Kim Ogg, acababa de emitir un comunicado de prensa con el titular:
“El médico despedido del departamento de salud del condado de Harris es acusado
de robar un vial de la vacuna contra la COVID-19”.
Kim Ogg, fiscala de distrito del condado de Harris, cuyo caso contra Gokal fue desestimado por un juez.
El comunicado alegaba que Gokal “robó el vial” e
ignoró los protocolos del condado para garantizar que las vacunas no fueran
desperdiciadas y se administraran a las personas elegibles en una lista de
espera. “Abusó de su cargo para poner a sus amigos y familiares al frente de la
fila de personas que habían pasado por el proceso legal para estar allí”, dijo
Ogg.
Sin embargo, Gokal afirmó que nadie de la fiscalía
del distrito se había puesto en contacto con él para escuchar su versión de los
hechos. Además, cuando su abogado solicitó copias de los protocolos escritos y
de la lista de espera mencionada en la denuncia, un fiscal le dijo por correo
electrónico que no existían protocolos escritos de finales de diciembre ni
tampoco se había encontrado alguna lista de espera escrita.
El condado de Harris había recibido la vacuna más
rápido de lo previsto, decía el correo electrónico, y los funcionarios de salud
pública “inmediatamente pasaron de las pruebas a la vacunación”.
Cuando se difundió la noticia de su presunto
crimen, Gokal recibió llamadas de familiares y amigos en Singapur, los Emiratos
Árabes Unidos y Pakistán. “Muchos me llamaban para darme su apoyo y me decían:
‘Te conocemos y eres mejor que eso’”, dijo. “Pero hubo muchas personas que no
llamaron”.
Días después, un juez de la corte
penal, Franklin Bynum, desestimó el caso por falta de causa probable.
Franklin Bynum, un juez de la corte penal, reprendió a la oficina del fiscal de distrito por presentar cargos contra el médico.
“Con las palabras que generalmente se utilizan para
describir una acusación de un robo en una tienda, el Estado intenta, por
primera vez, criminalizar la administración documentada de dosis de vacunas por
parte de un médico durante una emergencia de salud pública”, escribió Bynum.
“La corte rechaza de manera enfática este intento de imposición de la ley penal
sobre las decisiones profesionales de un médico”.
Tanto la Asociación Médica de Texas como la
Sociedad Médica del Condado de Harris emitieron recientemente una declaración
de apoyo para médicos como Gokal que se encuentran luchando “para evitar
desperdiciar las dosis de vacuna en un vial abierto”.
“Es difícil entender alguna justificación para
acusar de delito a cualquier médico con buenas intenciones en esta situación”,
dijo el comunicado.
Dane Schiller, director de comunicación de la
fiscalía de distrito, se negó a responder preguntas sobre el caso. Dijo a
través de un correo electrónico que cuando el asunto se presente a un gran
jurado, “los representantes de la comunidad podrán decidir si se justifica una
acusación”.
Mientras tanto, Gokal dice que sigue pagando un
precio por no desperdiciar vacunas en medio de una pandemia. Su voz se quebró
cuando describió las consecuencias.
Perdió su empleo. Su esposa tiene problemas para
conciliar el sueño. Sus hijos están preocupados. Los hospitales le han dicho
que no regrese hasta que se resuelva su caso.
Ahora pasa su tiempo como
voluntario en una clínica de salud sin fines de lucro para personas sin seguro,
atormentado todo el tiempo por la certeza de que, pase lo que pase, eso siempre
estará allí: la historia sobre ese médico pakistaní en Houston que se robó
todas esas vacunas.
“¿Cómo puedo borrar eso?”, se pregunta el médico.
Fuente; The New York Times
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