Todo es paradójico respecto de Óscar Pérez, el telegénico inspector de policía asesinado en vivo y en directo por fuerzas del gobierno del presidente Nicolás Maduro. Cuando irrumpió en junio 2017 en la vida política de la atribulada Venezuela, generó más desconfianza que aprobación. En un país en el que los líderes cambian de bando como cambian de camisa, era legítimo preguntarse si este nuevo rebelde no era otro payaso al servicio del régimen, actuando de señuelo para atrapar incautos. Pero ahora todo ha cambiado y para los venezolanos que resisten el régimen semi dictatorial de ese país es un héroe. En la foto Oscar Pérez en una protesta contra Nicolás Maduro en Caracas el 13 de julio de 2017
En pleno auge de una oleada de protestas populares, Pérez secuestró un helicóptero, sobrevoló el Tribunal Supremo de Justicia para lanzarle granadas de humo, abrió fuego contra el Ministerio de Interior y escapó luego de pasar cerca del Palacio de Gobierno. No dejó muertos ni heridos en su acción, pero sí un video en subido tono voluntarista en el que llamaba a levantarse contra Maduro. Nadie lo apoyó.
Luego se supo que era piloto, buzo de combate, paracaidista y filántropo. Era también actor, o sea, que tenía vínculos con la industria del espectáculo. En las ciudades desplegaron carteles ofreciendo recompensa. “Se busca por atentado terrorista contra instalaciones del Estado”, decían. Pero el cerco del régimen tampoco aumentó su credibilidad como insurrecto, ni los sucesivos meses de apariciones fugaces en marchas, medios de comunicación, incursiones en cuarteles o los desafíos permanentes al poder desde las redes sociales.
Todo eso cambió la mañana del 15 de enero. En tiempo real, el inspector Pérez pasó de caricatura a héroe gracias a su habilidad para comunicarse con el celular, su mensaje de irreprochable nobleza y los errores y atropellos de los cientos de esbirros, entre civiles y militares, convocados para asesinarlo en una cabaña a las afueras de Caracas.
El hecho simple es que ha nacido el símbolo Óscar Pérez con el poder para comprometer a Maduro en varios frentes cruciales.Una mujer sostiene un cartel frente a la morgue en Caracas en donde está el cuerpo de Óscar Pérez. CreditMiguel Gutierrez/European Pressphoto Agency
En primer lugar, todos los indicios permiten afirmar que su muerte fue una ejecución extrajudicial. Esto coloca al dictador venezolano y a los cabecillas de su partido como gerentes del crimen, decidiendo a dedo quién vive y quién muere en Venezuela.
Las atroces proclamas del mandatario venezolano al día siguiente de la masacre en las que garantiza el exterminio para cualquier otro que se alce, recuerdan lo sucedido con 120 víctimas en 2017 generadas por las fuerzas de seguridad de Maduro y sus colectivos paramilitares. Estas declaraciones llegarán a los oídos de la Corte Penal Internacional (CPI), donde es posible condenar a presidentes en ejercicio. La CPI debe abrir una investigación y despejar cualquier duda sobre las imágenes que han visto millones de usuarios en las redes sociales.
El mundo entero ha podido ratificar esta semana que en Venezuela no hay un mal gobierno, sino un gobierno del mal.
En segundo lugar, las condiciones de su muerte han servido para revelar la ineficacia de los esfuerzos políticos de la oposición como herramienta para enfrentar a la tiranía bolivariana. Los videos transmitidos por Pérezantes de morir acabaron con cualquier ápice de prestigio que pudieran conservar las negociaciones que se llevaban acabo en Santo Domingo entre los miembros más psicopáticos del gobierno venezolano —los consabidos hermanos Jorge y Delcy Rodríguez— y la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Gracias a la ejecución extrajudicial de Pérez y sus compañeros, se pudo confirmar que el régimen usa las negociaciones como fachada para proceder luego al exterminio de los adversarios que no se sometan, un destino que espera a muchos tan pronto lo permitan las circunstancias.
Lo sustantivo de esta masacre es que va a servir para poner la lucha contra el chavismo en su justo lugar, que no es otro que el ámbito moral. El mundo entero ha podido ratificar esta semana que en Venezuela no hay un mal gobierno, sino un gobierno del mal. Así lo han visto los principales medios internacionales, entre ellos Der Spiegel, que no tardó en calificar a Maduro de “carnicero”.
Óscar Pérez ya es un sentimiento nacional e internacional y un llamado al despertar de los venezolanos. Esto lo sabe el régimen bolivariano y por eso se niega a entregar el cadáver del policía a sus deudos. Quieren evitar un entierro multitudinario que pueda encender nuevamente la pradera de la mancillada dignidad de la población, que mengua con un salario mínimo de tres dólares mensuales.
La libertad de Venezuela ha estado trabada por la diatriba ideológica que ha separado sin razón a los venezolanos, a los gobiernos del mundo y a los organismos internacionales. La inusitada épica de Pérez y sus muchachos debe ser vista como un punto culminante en la comprensión de la deriva genocida del chavismo. En ese orden, ofrece la paradójica oportunidad de agrupar a todos los que adversan a la satrapía de Maduro bajo un único prisma narrativo, legal, político y geopolítico: remover al gobierno del mal.
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