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sábado, 20 de enero de 2018

URUGUAY: QUIENES EN BUSCA DE ROBAR LO AJENO, PROVOCAN LA MUERTE DE UNA PERSONA PUEDEN SER EN ALGUN MOMENTO LIBERADOS ? O DEBERIAN SER SOMETIDOS A DETENCION PERPETUA ?

Una taza de café con unas gotas de leche le cambiaba el día a Julia Stewart. Darle unos sorbos a esa bebida caliente era suficiente para poder comenzar la jornada y terminarla. Trataba de tomarse uno todas las tardes con amigas después de dar sus clases de inglés en el colegio del que fue maestra años y siguió tomándolo cada mañana en los ocho años en los que debió dedicarse al cuidado de su esposo enfermo. Pero el 18 de febrero de 2017 un rapiñero hizo que nunca más pudiera volver a tomar esos cafecitos.


Las tareas de cuidado le ganaron a las reuniones sociales, que fueron cada vez menos frecuentes, pero el café por la mañana en una cafetería del Prado nunca dejó de tener su lugar, incluso luego de que su marido muriera. El 18 de febrero de 2017 no fue la excepción a ese café mañanero pero, en pocos instantes, se terminó volviendo trágico. Julia salió de su casa del barrio Atahualpa y caminó por la calle. Las veredas de las calles Juan José Arteaga y Ramón Estomba son algo estrechas y es más fácil circular pegado al cordón.

El recorrido matinal de aquel día, como cualquier otro, terminó en la cafetería de la avenida Joaquín Suárez. Los empleados y varios clientes ya la conocían: era la teacher de inglés que pedía su café siempre de la misma manera y se sentaba a leer el diario.

Como era sábado, Julia tenía planeado que después de su cafecito iba a ir hasta la feria del Prado a comprar pescado. Terminó el café y la lectura y salió a hacer los mandados. El barrio estaba tranquilo y no había nada que pareciera atentar contra esa calma. Hasta que algunos vecinos escucharon el motor de una moto, seguida de un grito desesperado y un golpe.


Julia Zanatta, hija de la maestra de inglés ya jubilada, sintió el timbre de su casa. "Mamá se debe haber olvidado la llave de nuevo", pensó. Pero al abrir la puerta, vio a una vecina preocupada. "Corré que tu madre está tirada en el piso", recuerda que le dijo.

La mujer obedeció y al llegar a Arteaga y Estomba –a poco más de una cuadra de donde vivía con su madre– la vio en el suelo, con la cabeza ensangrentada e inconsciente. Un grupo de vecinos la estaba asistiendo mientras esperaban la ambulancia y la Policía. Pese a las preguntas que le hacía su hija, Julia no emitía sonido.


En medio de la asistencia, los vecinos le contaron que el conductor de la moto que rompió el silencio de aquella mañana en Atahualpa se le acercó y cuando estuvo a su lado, tironeó la cartera que llevaba colgada en el hombro, aceleró por Estomba y se fue hacia Luis Alberto de Herrera. El tirón dejó a la mujer tirada en la calle y tuvo un golpe en la cabeza que le impidió volver a despertar.

Del lugar del robo, una ambulancia la llevó directo a un sanatorio. Su hija iba con ella y le hablaba para que le respondiera, sin éxito. A Julia la internaron en cuidados intensivos con un traumatismo de cráneo tan grave que en ningún momento los médicos pudieron darle esperanza a su familia.


Su hija lo recuerda como un día eterno, que no hacía más que empeorar. "Todo el mundo decía que había que tener fe, que iba a salir y yo con cada informe médico que recibía veía que todo iba peor", cuenta. Julia murió una semana después, en la madrugada del 25 de febrero.

"Todo el mundo decía que había que tener fe, que iba a salir y yo cada informe que recibía era como que iba a ser peor. Había que esperar que sucediera... y que fuera lo que Dios quisiera" Julia Zanatta hija de Julia Stewart


Apenas comenzó el duelo familiar, su otro hijo fue llamado por la seccional 12, para que dejara asentado que aquel robo de la cartera a una señora de 74 años había pasado a ser un homicidio. Por un bolso en el que llevaba $ 200, un celular, la tarjeta del ómnibus y una tarjeta de crédito, su caso pasó a ser uno de los 157 homicidios cometidos en Montevideo el año pasado.

"Campanita"

Tiempo después de que Julia muriera, su hija quiso ir hasta la cafetería del Prado. Sintió que tenían que saber lo que le había pasado. "Cuando entré y les conté, no podían creer. Me dijeron que era entrar ella y cambiaba el ambiente", dice su hija desde la casa a la que se mudó luego de aquel trágico 18 de febrero. Nunca más quiso volver a ese lugar.


Que Julia entrara a un lugar a "cambiar el ambiente" no era extraño. Muchos de quienes la conocieron coinciden en que era fácil que contagiara alegría. María, amiga y colega de la maestra, recuerda que "contagiaba simpatía" y tenía "la capacidad de disfrutar de la vida". "Cuando nos juntamos con otra amiga y hablamos de ella es como que nos divertimos", dice. "Hello family", gritaba en cada reunión familiar con emoción. "¡Cómo vamos a extrañar esas palabras!", dijo durante el velorio una de sus sobrinas.


Julia era tan extrovertida que la apodaron Campanita. Era Campanita para la familia, para los amigos y para muchos de sus colegas y alumnos que se apasionaron estudiando inglés en sus clases.


"Un día, antes de que mamá muriera, recibo un mensaje de una exalumna de ella que me preguntó si (quien estaba grave) era mi madre. Cuando le dije que sí, me dijo que fue la mejor maestra que tuvo y que gracias a ella siguió estudiando inglés", recuerda su hija con cierta emoción.


El conductor de la moto se le acercó y cuando estuvo a su altura, tiró de la cartera que llevaba colgada en el hombro. El tirón fue tan fuerte que la mujer cayó al piso, se golpeó la cabeza contra la calle y quedó inconsciente. Murió a la semana siguiente en un sanatorio de Montevideo.


La emoción se transforma en tristeza en el instante en el que vuelve a recordar el robo. "¡Qué día fatal!", exclama e intenta secarse las lágrimas. Cuando su madre murió, Zanatta quiso dar a conocer el caso para intentar que no volviera a pasar.


Tuvo entrevistas en canales de televisión, diarios y portales digitales y se unió a un grupo de vecinos que están en contacto por temas de seguridad. Hicieron una carta en la que se incluía la historia de su madre y juntaron unas 700 firmas, que fueron suficientes para tener una reunión con personal del Ministerio del Interior.


A partir de ese encuentro, se encomendó a la Policía Comunitaria de la zona que realizara una investigación sobre cuál era la percepción de los vecinos de la seguridad del barrio. Uno de esos policías le golpeó la puerta un día y le hizo algunas preguntas. Recuerda que por un momento se sintió un poco más segura, pero el sentimiento le duró poco: el responsable de la muerte de su madre seguía libre y ella solo quería que aquel hombre que la silenció al hacerla caer al piso, fuera atrapado.



El robo ocurrió en las esquinas de Juan José Arteaga y Ramón Estomba




Una vez que la Policía estuvo al tanto de la muerte de Julia, los investigadores volvieron al lugar del robo para tomar nuevas declaraciones a testigos e intentar localizar cámaras de seguridad. Lograron dar con una, de una casa particular, pero no pudieron obtener las imágenes porque no había ninguna grabación disponible. El caso parecía desvanecerse.


Zanatta decidió dejar de llamar a la seccional para saber si había novedades. "Dijimos que ya no había más nada para hacer", dice. Pero una llamada al hijo menor de la maestra avivó la posibilidad de que el crimen se resolviera.


Entrado marzo, dos personas intentaron robar a un hombre y fueron capturadas. Al atraparlas, la Policía les incautó un celular y lo analizó. Era el teléfono de Julia Stewart. Cuando les consultaron a esos dos ladrones de dónde lo habían sacado, les respondieron que se lo habían comprado a una pareja.


La Policía localizó a la pareja, los detuvo y al declarar ante la Justicia, los procesaron sin prisión por receptación, según informaron fuentes vinculadas al caso a El Observador. Ninguna prueba pudo apuntar a que alguno de ellos fuera el asesino de la maestra de inglés.


Pasó casi un año de aquel café en el Prado, de los mandados a la feria, del robo de la cartera. Pasó casi un año y el expediente cuya carátula pasó de "rapiña" a "homicidio" sigue en etapa de presumario.


También pasó casi un año desde que un amigo de Julia decidió homenajearla en la calle en la que cayó al piso; en pocos minutos, la cuadra de Arteaga y Estomba se llenó de flores y recuerdos. Pasó casi un año y su amiga María se emociona y dice: "Julia y sus cafecitos serán inolvidables".

Fuente: El Observador

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sin dudar diría que perpetua !