Hace 25 años que la República Checa y Eslovaquia se "divorciaron". Según muchos, fue una separación acordada en los despachos y que los ciudadanos simplemente tuvieron que aceptar: la decisión nunca fue avalada por un referéndum, y en una consulta realizada un año antes de la partición sólo el 36 % votó a favor de la misma. El llamado “divorcio de terciopelo” acabó con la existencia de Checoslovaquia, un país nacido tras la Primera Guerra Mundial que este año celebraría un siglo de existencia y que algunos continúan echando de menos.
La partición se llevó a cabo de manera expeditiva y sin miramientos ni preparativos. Para repartir los recursos e instalaciones entre checos y eslovacos se siguió el principio de los tres tercios: dos tercios para la República Checa y un tercio de los ferrocarriles, efectivos militares, embajadas, billetes de banco, etc., para Eslovaquia (La República Checa doblaba, aproximadamente, a Eslovaquia en superficie y población).
Por su parte, la población continuó viviendo en el lugar donde vivía, aunque Praga exigía haber nacido en Chequia para otorgar la nacionalidad y Eslovaquia pedía la residencia legal permanente en el país para hacer otro tanto. Esto dejó en un limbo burocrático a la comunidad gitana, compuesta por decenas de miles de personas en su mayor parte nacidas en Eslovaquia pero asentadas en la República Checa.
La cirugía geográfica dejó otros cabos sueltos, más difíciles de cuantificar pero no poco importantes. Como el desgarro emocional que supuso para muchos ciudadanos la división del país en el que habían nacido y crecido o la separación de familias, parejas y amigos poniendo una frontera por medio. Como escribió la periodista Zuzana Szatmary, “nos cortaron un brazo y una pierna y nos dijeron que a pesar de ello debíamos ser felices”. Para la primera generación nacida tras la independencia de estos países, como Jan Kaláb, “es difícil tener una identidad nacional cuando eres más viejo que tu país”.
A pesar de que se presenta como un ejemplo de escisión política llevada a cabo de un modo pacífico y ejemplar, muchos antiguos ciudadanos de Checoslovaquia, como el que fuera el último embajador de ese país en los Estados Unidos de América, opinan que “no fue todo color de rosa y quedaron muchos flecos sin resolver”.
"No deberían tomar a la ligera la independencia de Cataluña"
Comparando la partición con “una despedida apresurada en la que no puedes decir todo lo que sientes”, Milan, un checo casado con una eslovaca, cree que "En España no deberían tomar a la ligera la independencia de Cataluña; sería irreversible y no creo que fuese bueno para nadie más que para los políticos. La “revolución de terciopelo” duró poco pero fue una revolución. Y el divorcio de terciopelo” fue incruento, pero al fin y al cabo fue un divorcio.” Precisamente, los Juegos Olímpicos de Barcelona fueron los últimos en los que participaron atletas bajo la bandera Checoslovaca.
El histórico líder checoslovaco Vaclav Havel intentó con todas sus fuerzas evitar que se consumase la separación. El Nobel de la Paz que dedicó muchos años a intentar que los ciudadanos checoslovacos se uniesen para construir un futuro común, quedó desolado por la decisión del Parlamento eslovaco de votar su independencia y dimitió de su puesto de Presidente una hora después.
Por el contrario, instituciones como la Iglesia católica eslovaca celebraron el acontecimiento y lo calificaron como “un regalo de Dios”, ya que mientras que dos tercios de los eslovacos se declaran católicos, sólo el 10 % de los checos comparten esa fe. Como suele suceder, a las religiones no les importa en el fondo la gente sino lograr sus propósitos
Con el tiempo, ambos países han conseguido mantener buenas relaciones y cuando un nuevo mandatario toma posesión de su cargo en Praga o Bratislava, el primer viaje oficial suele ser al país vecino. Además, ambas naciones han conseguido mantener el nivel de prosperidad del que gozaban antes del “divorcio”, si bien Eslovaquia, que era considerada la parte “rural” de Checoslovaquia, proporcionalmente ha mejorado más su economía. En las televisiones de ambos lados de la frontera se emiten programas en el idioma de sus vecinos y periódicamente se especula con la unión de ambos equipos nacionales de fútbol en una selección común.
El proceso de fractura empezó a cobrar forma en junio de 1992. Vaclav Klaus y Vladimir Meciar, que reclamaban una mayor autonomía para Chequia y Eslovaquia respectivamente, ganaron las elecciones de ese año y mostraron como un desenlace irreversible la división en dos del país.
Las negociaciones se llevaron a cabo, de manera significativa, en la villa Tugendhat, una casa de estilo internacional y moderno diseñada en los años 20 por el arquitecto Mies van der Rohe. En su primer encuentro, Meciar reclamó un banco nacional eslovaco, un ejército eslovaco y representación internacional independiente en todos los foros. “En ese momento”, recuerda Klaus, “supe que el divorcio era irreversible”.
Sin embargo, el eslovaco Meciar asegura que su intención no iba más allá de conseguir una confederación que siguiera manteniendo la forma de un país común. En cualquier caso, apenas un mes más tarde el Parlamento de Eslovaquia declaraba la independencia y 6 días más tarde Chequia aceptaba iniciar las negociaciones con vistas a declarar su propia independencia el uno de enero de 1993. Una de sus condiciones fue conservar la antigua bandera checoslovaca como propia, a pesar de las protestas por parte eslovaca.
Según recuerdan muchos, los ciudadanos de todo el país se enteraban por las noticias de lo que les iba a deparar el futuro, ya que los políticos de ambos lados jamás convocaron un referéndum que les diese voz. En las sucesivas consultas que se han llevado a cabo –nunca con carácter vinculante- la mayoría de los ciudadanos se ha manifestado en contra de lo que ocurrió. En un pueblo llamado Sidonia, situado en plena frontera, un vecino se quejaba diciendo que “la única tienda que hay está en un país, mi casa está en otro; nunca pensé que iba a ver un día tan triste y me gustaría recordar a los políticos que están para arreglar problemas, no para crearlos. A los checos nos gustan los eslovacos, su lengua y cultura.”
La noche del 31 de enero de 1992, el himno de Checoslovaquia se escuchó por última vez en los televisores de Praga y a continuación se pudo escuchar el nuevo himno checo. Aún hoy hay gente que se sigue considerando checoslovaca y cada día de año nuevo, dos grupos de personas –checos y eslovacos- se reúne en la montaña de Velka Javorina para celebrar juntos el cambio de calendario y tal vez desear que nunca se hubiese cambiado el mapa.
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