Las palabras del Presidente Vázquez dejaron a muchos sorprendidos y desacomodados. Sorprendió a los periodistas que cubrían el
acto empresarial, a la interna del Frente Amplio y al público que lo vio
por televisión. Desacomodó a la oposición que se vio en la encrucijada
de seguir pegando a la figura del vicepresidente Raúl Sendic y quedar en
la categoría de abuso contra el caído, o hacer silencio por un rato, o
incluso apuntar baterías contra el mismo jefe de Estado. Desacomodó a
propios y ajenos.
Cuando todos pensaban que el presidente iba a
sacar pecho con el anuncio de una nueva fábrica, la apuesta de una
empresa suiza para crear empleo y producir en Uruguay, Vázquez cambió el
foco de atención y habló el tema del que más se ha hablado en estas
semanas.
La noticia circuló rápido y quedó como una defensa de
Sendic hecha por el presidente, aunque Tabaré Vázquez no dijo que el
vicepresidente estuviera libre de toda acusación, que compartía su
comportamiento ni que avalara los gastos hechos con dineros públicos en
tiempos en los presidía un ente estatal. El presidente criticó a los que
critican a Sendic en forma permanente.
No es necesario
preguntarle qué opina Vázquez sobre el título universitario falso, que
era sobre medicina y de una licenciatura que no existía, justamente para
alguien que pone tanta pasión en la medicina. Tampoco se precisa que
diga públicamente lo que opina del uso de una tarjeta de crédito pagada
por el Estado para compras de uso personal.
Vázquez se molestó
con la imagen de un hombre en el muro, con un batallón enfrente tirando y
tirando, y mofándose de la situación. Y también se disgustó con la
interna del Frente Amplio, lo que expresó en su exposición ante las
cámaras de TV.
Y no es menor que en los días anteriores, eso lo había sufrido en carne propia con su hijo.
Álvaro
Vázquez, que heredó de su padre el interés por la medicina, la política
y los temas sociales, y de su madre la vocación católica, asomó la
cabeza a la política con una entrevista a Brecha y fue objeto de
críticas y burlas por decir lo que piensa.
Todos sabían lo que
Álvaro Vázquez pensaba sobre aborto y sexualidad, pero el problema fue
que lo dijera. Militantes que levantan la bandera de defender derechos
(de mujeres, homosexuales, de consumidores de drogas, etcétera) son los
primeros en censurar al que piensa diferente, como si el que no comparte
sus ideas, no tuviera derecho a creer en otros valores.
Es
cierto que gente que salió a linchar al diputado blanco y pastor Álvaro
Dastugue, cuando se trató del hijo del presidente moderó su lengua, pero
también el médico y militante del PDC sufrió acoso en redes. El acoso
llegó al propio Partido Demócrata Cristiano para que se pronunciara
rápidamente y se desmarcara de Vázquez. No alcanzaba con pegarle, había
que humillarlo, hacerlo sentir mal, que se viera abandonado por los
suyos. Y que si por alguna cuestión, en ese partido hubiera más cabezas
que pensaran diferente a la de los "defensores de derechos", esa gente
tuviera clarito que si se animaba a decirlo, podía terminar en la misma
fogata.
Está claro que una cosa es arremeter contra
alguien que piensa distinto, y otra cosa es criticar a un gobernante
por mentir en su currículo, generar pérdidas millonarias por malas
decisiones en un organismo del Estado y darse ciertos gustos con dinero
de los contribuyentes.
Pero el mensaje del presidente pareció apuntar a otra cosa, a la tendencia a linchamiento.
Las
redes sociales y los comentarios de lectores en medios, han derivado en
una usina de simplificación e insultos, que de por sí son dañinos, pero
que se agravan cuando se convierten en cascada sobre una misma cabeza;
una cloaca gigante con un contenido discepoliano.
Eso sustituye
el debate de ideas, retroalimenta odios y reproduce rumores, mentiras y
deformaciones. Y lo peor es que gente seria, termina opinando sobre esa
basura.
Esos linchamientos se concentran muchas veces sobre quien sale de lo "políticamente correcto".
Para
la oposición, una reacción al discurso presidencial puede ser la de
reafirmarse en lo suyo y no ceder en las críticas a un vicepresidente
que es problema para el gobierno y para el partido oficialista.
Otra
reacción posible es tomar el mensaje de Vázquez como una reflexión por
encima del caso puntual y comprender que todos los partidos deben
contribuir a un mejor relacionamiento, que recoja la mejor tradición de
la convivencia política con debate de ideas y respeto al pensamiento
diferente.
El terreno de fango no le sirve a nadie y no hay un
responsable exclusivo de la pérdida de respeto con agravios que
reemplazan al debate de ideas.
Uruguay en 2002 no fue la
Argentina de 2001, en el que las patotas coreaban el "que se vayan
todos" y la gente comenzó a comprar el mensaje de que "todos" eran
asimilados a la corrupción e inoperancia.
Ante el deterioro de los partidos fundacionales, la izquierda fue una alternativa de esperanza para la gente.
La
oposición tiene la responsabilidad de crear una opción de cambio seria,
y el que está en el gobierno, admitir sus errores y tratar de mejorar
si no quiere ser reemplazado. Y eso sin drama de muerte ni de
refundación, sino como un fenómeno de lógica democrática.
Convertir
el debate política en una especie lucha libre en el barro tiene alto
riesgo. La desvalorización de "los políticos", determina un ambiente
propicio para el surgimiento de grupos que se aprovechen del descrédito
en los partidos y consigan apoyo popular para propuestas que aparecen
como generosas pero terminan generando daño difícil de reparar.
Si los partidos fallan, emergen otras fórmulas que por lo general, están alejadas de la democracia.
Más allá de la conveniencia de usar la expresión bullying,
el mensaje presidencial podría utilizarse para trabajar en la búsqueda
de un "fair play" en la próxima campaña electoral, que genere diques de
contención a la presión de "las redes" al enchastre, y a los
linchamientos.
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