Tengo bien claro
que escribir sobre esto no solo no es simpático, sino que se ganará la
bronca-porque en estos asuntos manda la bronca- de buena parte de los
lectores que con justificada razón están hartos de la delincuencia. Señalar
la responsabilidad de la víctima en el contexto de un acto de violencia
mortal y aberrante, puede parecer una actitud fuera de lugar,
despreciable para algunos.
Pero cada uno asume su papel en esta
tragedia cotidiana y siempre es más fácil sintonizar con la comodidad de
decir lo obvio y despotricar contra los delincuentes.
Hilando
fino también se podría señalar lo inconveniente, cuando no oportunista y
bajo, utilizar la muerte de un ciudadano a manos de la delincuencia
para pedir renuncias, criticar al gobierno y hablar de asuntos
relacionados al voto y a lo electoral, como lo hizo incluso en Facebook
la mujer que fue rapiñada y que al ser defendida por Heriberto Pratti
éste fue asesinado en la zona de Carrasco Norte.
Las
víctimas de la delincuencia tendrán que dejar de ser tratadas como
meras estadísticas y ellas y sus familiares recibir del Estado la
atención que se merecen.
Pero al parecer, a quienes están
preocupados por cifras les importan mucho ya que están permanentemente
aludiendo a la cantidad de hurtos, rapiñas y homicidios.
De las
20 mil rapiñas que se cometen por año, menos de 40 terminan con un
muerto, y la mayoría de las veces el muerto se resistió al asalto.
Claro que hay casos de personas que no se resistieron e igual fueron
asesinadas, pero la mayoría ocurrió ante un acto de resistencia.
La
Policía y los expertos en seguridad han recomendado una y mil veces que
ante una rapiña no se reaccione. Cuando pasan cosas como las de
Carrasco Norte, si uno dice lo que piensa se corre el riesgo de pagar un
precio por lo que puede ser considerado una actitud insensible.
En
cambio, ganan espacio las voces que dicen, por ejemplo, que no hay que
ceder espacio a la delincuencia. Un ciudadano que se deja rapiñar sin
resistirse no debería ser cuestionado por este discurso de ribetes
combativos. No se le puede pedir al ciudadano lo que corresponde
básicamente a la Policía.
Hay un discurso, porque ni siquiera
alcanza el estatus de argumento, que ante una voz que cuestiona la
posición dominante ante hechos de estos, dispara: "A vos porque no le
pasó a tu hijo, sino te quiero ver".
Aunque rechazo este
argumento, le pagaré con la misma moneda: quienes aplauden la actitud de
los ciudadanos que resisten a la delincuencia, si su hijo hubiese
estado en el lugar que estaba Heriberto Pratti ¿habrían querido que
reaccionaran igual para pasar el día siguiente de velorio? ¿O meterían
en un cajón, no en un ataúd, esos gritos de resistencia y le dirían a
sus hijos que el dinero va y viene pero la vida no? O sea, hay quienes
gustan de los mártires siempre que el mártir sea ajeno.
En estos
casos la suerte del delincuente no me importa en el sentido popular que
pide su ejecución sumaria. Más bien me preocupa no lo que hizo y ya no
tiene remedio, sino lo que puede volver a hacer.
En sus fallos
condenatorios los magistrados le dicen al Estado qué debe hacer con ese
delincuente en el terreno sancionatorio: enciérrenlo ocho años. Pero las
sentencias nunca aluden a la otra responsabilidad del Estado: la
obligación de rehabilitarlo. Si lo hicieran, quizás las familias de las
víctimas asesinadas a manos de un delincuente reincidente tendrían más
herramientas para accionar contra el Estado, porque la función que no
cumplió, de rehabilitar a ese delincuente, terminó costando una vida
humana.
En resumen, la rapiña de Carrasco Norte pudo haber sido
una más entre las 20 mil que ocurren cada año. Y por respeto a la
memoria de la víctima me siento obligado a decir lo que pienso, que es
lo mismo que le digo a mis hijos, sin que ello me asegure nada porque en
estos asuntos nadie puede asegurar nunca nada.
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