La clase C es protagonista en la sociedad brasileña. Son 40 millones que, salidos de la pobreza, han constituido un estrato que está influyendo en la identidad misma del país. Los hijos de esas familias constituidas por los trabajadores de más bajo nivel laboral y en su mayoría analfabetos o casi, son una novedad tan importante que según Renato Meirelles, director del Instituto Data Popular, pueden llegar a “cambiar el rostro de Brasil”.
Al revés de sus padres, que no habían estudiado, estos jóvenes ya han frecuentado la escuela y saben más que ellos. Quieren, además, seguir formándose para poder dar un salto social. Van a ser adultos muy diferentes de sus progenitors, según el perfil que de ellos presenta el estudio Generación C, realizado por Data Popular sobre esos 23 millones de jóvenes entre 18 y 30 años que ganan hasta 1.020 reales (unos 430 dólares) y representan el 55% de los brasileños de esa edad.
Esos jóvenes son los nuevos formadores de opinión dentro de sus familias; están mucho más informados que sus padres, son menos conservadores que ellos (sobre todo en materia sexual y religiosa) y empiezan a tener una gran fuerza electoral.
En efecto, son los sectores políticos y religiosos los que más preocupados e interesados están en saber por dónde se mueven esos millones de jóvenes que dentro de unos años serán fundamentales para determinar los rumbos del país.
Una pequeña muestra de la inquietud de esos jóvenes -que contrasta con una cierta resignación atávica de sus padres, que se entregaban pasivamente en manos del Estado benefactor- fue su actitud en las protestas de junio pasado. Muchos de esos jóvenes que acuñaron esloganes creativos y subversivos provenían de la periferia de las grandes ciudades y son hijos de esa clase C que ya exige más que los padres. Son también los hijos de Internet, de la comunicación global, y tienen ideas propias sobre la política y la sociedad.
En más de un caso, son ellos los que están ayudando a sus padres (sobre todo a sus madres, con pocos o nulos estudios) a manejar el ordenador para que puedan tener una cuenta de Facebook o enviar e-mails a sus amigos.
Un fenómeno nuevo es que los padres de estos jóvenes, con un salario mejor del que gozaban cuando vivían en la pobreza, se están sacrificando en muchos casos para que la hija, por ejemplo, haga un curso de algo para que “no tenga que limpiar casas toda la vida”, o para que el hijo no tenga que ser, como su padre, un “peón de albañil", sino un técnico de Internet, y si es posible un médico o un abogado. De hecho, ya muchos de los hijos están ganando más que sus padres como empleados en el mundo del comercio, en la administración de empresas o levantando su pequeño negocio, como una peluquería o abriendo una pequeña tienda.
Estos jóvenes serán pronto mayoría en Brasil y con ellos tendrá que hacer las cuentas el mundo politico, el económico y hasta el religioso. Según muchos estudios en curso, estos jóvenes, piensan ya diferente de sus padres, son más críticos con el poder y más exigentes con las acciones del Gobierno.
En el campo religioso también suponen un gran interrogante que empieza a preocupar a las diferentes confesiones, sobre todo a la Iglesia Católica y a las evangélicas. Según Andrés Singer, uno de los analistas más agudos de la sociedad brasileña, los padres de esa clase C pertenecían en un 90% a las iglesias evangélicas en las que hoy se concentra fundamentalmente el universo más pobre del país, mientras que la Iglesia católica tiene mayor influencia entre las clases más cultas y con mayores ingresos.
¿En qué creerán esos jóvenes? Esa es una de las incógnitas, objeto de estudio y preocupación del mundo religioso. A la pregunta realizada por el IBGE, las respuestas diferentes fueron 35.000.
Lo que empieza a parecer, por el momento, es que muchos de ellos ya están desertando las iglesias evangélicas, cuyas enseñanzas consideran demasiado conservadoras. En algunos casos, han convencido también a sus padres de dejar de frecuentar dichos templos.
¿Se beneficiarán los católicos de ese distanciamiento? No lo parece, ya que los católicos que constituían el 90% de la poblaciónestán perdiendo fieles cada año. Hasta ayer, a favor de los evangélicos. A partir de ahora, es difícil profetizarlo.
Los primeros sondeos apuntan más bien que estos chicos se inclinan hacia una “religiosidad sin Iglesia”; a una “secularización latente” que se aleja cada vez más de las iglesias tradicionales, tanto la católica como la evangélica. Siguen creyendo en Dios, como sus padres, pero rechazan con mayor facilidad a las instituciones religiosas oficiales.
Estos jóvenes son pos industrial, pos guerra fría; hijos de los movimientos ambientalistas, de la cultura líquida y del proceso imparable de secularización. Son los que forjarán la identidad del Brasil del futuro inmediato. O mejor, ya lo están forjando aunque a muchos les pase aún desapercibido. Y empiezan a ser mayoría.
Fuente: El Pais de Madrid
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