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martes, 26 de noviembre de 2013

LA OPINION DE SANTIAGO DIAZ: LEJOS DE LA FIESTA

Los operativos policiales son cada vez más restrictivos. Se trata de una tendencia general que va más allá del fútbol y que hace pagar a justos por pecadores. Por ejemplo, si yo entro a un banco no puedo hablar por celular -pese a que no pretenda emular a Vitette- y si quiero entrar a Estados Unidos es probable hasta que tenga que pasar por un detector de mentiras -por más que no tenga la más mínima intención de atentar contra la vida del afrodescendiente nacido en Hawai-.



En el fútbol la historia es similar... o peor, magnificada. Antes compartíamos las cabeceras, ahora ni siquiera podemos compartir la Olímpica, a la que encima le encajan pulmones hasta en la Torre de los Homenajes.

Hace unos años se decidió prohibir la venta de cerveza en los estadios... al clásico del domingo no se podía llevar ni una botella de agua. Los dispositivos de seguridad son cada vez más profundos e incluyen hasta los ómnibus, pero, en realidad, mientras estén los violentos, la violencia seguirá latente y cualquier operativo, por más cálculos que se hagan, estará destinado a fracasar.

Por supuesto que hay responsabilidades de todos los actores más vinculados al problema. Los legisladores deberán hacer mejores leyes, los jueces tener mayor rigor a la hora de aplicarlas y los clubes, en lugar de darles entradas para que los violentos ingresen gratis, comprometerse en serio para sacarlos de los estadios. Lamentablemente, esto último parece lejano.

Para peor, los clubes, con el aval del Ministerio del Interior, creen que son los referentes de las barras los que tienen que encargarse de la seguridad. El problema es que los referentes de los violentos no pueden ser otra cosa que violentos, por lo que se me ocurre que esa estrategia está destinada al más profundo fracaso (algo que la realidad se encarga de demostrar fin de semana tras fin de semana).

Pero las culpas no se agotan ahí. Lo que llamamos Barra Brava es una especie de subcultura, compuesta por un grupo de individuos, relativamente reducido, capaces de tirar piedras, arrancar butacas, enfrentarse a la policía, robar banderas ajenas y asesinar a sus adversarios, entre otras cosas.

Algunos les dicen estúpidos, imbéciles o cosas parecidas. En lugar de usar este tipo de calificativos, yo no puedo dejar de preguntarme por qué nuestras sociedades construyen ese tipo de subculturas.

¿Por qué existen tipos para los que su máxima pasión es la barra y el hecho de pertenecer a ella significa la única manera de encontrar un lugar en el mundo, ser aceptados o considerarse importantes, aunque sea por un ratito? No es una pregunta para contestar ahora, pero se me ocurre que debemos estar haciendo algunas cosas mal y que nos resulta más fácil echarles toda la culpa a los inadaptados de siempre. Pero lo curioso es que muchos de los que dicen "hay que matarlos a todos esos mongólicos" legitiman abiertamente a la subcultura.

El barrabravismo tiene como cara visible a unos pocos, pero es avalado por un grupo mucho mayor. Porque muchos de los que piden que la policía entre a la Ámsterdam a cagarlos a palos, después se unen a la barra para cantar tonterías tales como "siempre te vengo a alentar, aunque no quiera la policía".

Lo mismo pasa con otras canciones, que son aún más despreciables, y que lamentablemente no las canta solo el núcleo duro de la Ámsterdam. Sí, la barra es en algún punto legitimada por mucha gente que, a simple vista, no es violenta.

Me resulta particularmente irritante ver cómo hinchas que podríamos catalogar de pacíficos, critican encendidamente a la barra del cuadro ajeno, pero no a la del propio, aun cuando los hechos sean similares o incluso iguales. En el clásico se vio claramente. Algunos ni mencionaban a la inmunda bandera que se vio en la Colombes y otros justificaban el desastre de la Ámsterdam ("ellos empezaron").

Hay comercios que venden remeras de las barras bravas, las mismas que durante los partidos se dedican a cantar canciones racistas, homofóbicas, clasistas, entre otras porquerías.

Yo sé que los colores mueven y que la barra tiene una capacidad innegable para hacer aflorar los sentimientos de pertenencia hacia el club. Yo sé que es solo una remera, solo una bandera, una gallina, un chiste, una canción...lo sé. Pero no dejan de ser símbolos de la subcultura y el que se apropie de ellos, aunque sea inconscientemente, la está legitimando, le está haciendo el juego, la está haciendo más grande y más masiva.

Y los medios también juegan su partido. No hay que olvidar aquella triste conferencia de prensa que dio un "referente" de la barra de Nacional, en la que explicó las razones por las cuales él y sus compañeros fueron a apretar al plantel tricolor, que había cometido el "delito" de empatar con Cerro.

Dicho sea de paso, esos mismos referentes hicieron una especie de raid mediático (como los escritores cuando presentan sus libros), explicando las características de la nueva bandera gigante de Nacional y todo los detalles de su presentación ante Toluca.

También resulta especialmente patológico ver cómo los jugadores -de todos los equipos- dedican siempre a la barra sus goles y sus triunfos. Y este clásico, pese a todo lo que había pasado, no fue la excepción. Insólito.

Sigo pensando que la culpa es de todos. Ojalá algún día dejemos de echarle la culpa al de al lado y asumamos la nuestra, por mínima que sea. Ese día estaremos más cerca de solucionar el problema y, de una vez por todas, dedicarnos a hablar de lo más lindo que tiene el fútbol: el fútbol.

Los sucesos acontecidos durante el clásico ratificaron una vez más lo que indica el sentido común: si hay violentos, habrá violencia.

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