Según se puede leer en una excelente nota del diario montevideano 'El Observador' en la esquina Ricaldoni y Avenida Italia hay un limpiavidrios (limpiaparabrisas) llamado Daniel Canelli, que en las mañanas trabaja con su hermano desde hace décadas en esos semáforos. Y por la forma en la que realiza su labor, le lleva la contra al sentimiento que generan muchos de sus colegas. Los automovilistas le respetan y no le temen.
Era 1992 y Daniel no tenía oficio, profesión ni estudios. Tenía 20 años, una mujer y un hijo en camino. No conseguía trabajo y ya no tenía tiempo para capacitarse en algo. Ese tren no lo alcanzó. Fue así que hizo lo único que le vino a la mente: tomar un balde y un trapo y pararse en la esquina que le pareció más concurrida. Ese marketing intuitivo fue un punto a su favor porque a diario recibe el tráfico de quienes estudian en la Universidad Católica y a los padres que van a buscar a sus hijos al Instituto Crandon, además de a quienes van hacia el este por la mañana.
'Me tomo mi trabajo muy en serio, hoy tengo dos hijos para darles de comer. Todo el mundo nos conoce y sabe que somos amables. Vamos, si nos dejan limpiamos y si quieren nos dan una moneda. Nosotros no limpiamos ‘de vivos’ como en otros lados y la gente te lo reconoce', comenta Daniel.
Mientras tanto, en la esquina, se detiene una camioneta cuyo conductor lo saluda. Daniel le dice que no le va 'a limpiar el vidrio porque ya está en perfecto estado'. El conductor lo saluda e igualmente le da algunas monedas. Son $ 700 los que puede obtener en una jornada normal. Cuando llueve, se tiene que quedar en su casa. Ahí saca entre $ 100 y $ 150 de su ganancia diaria para la olla.
Dentro del caos que puede ser una esquina para quien la transita cada tanto, Daniel reconoce un orden y un mecanismo 'de reloj' que funciona, de alguna manera, en forma predecible. 'Ya tengo los horarios exactos, sé los que pasan a la una, a las dos menos diez y a las cuatro de la tarde. Los conozco a todos', dice.
Hace unos días me lo contó un amigo que conducía el Volkswagen Gol blanco de su suegra. Daniel lo vio a la distancia pero el sol le impedía ver quién manejaba. Instintivamente saludó, '¿cómo le va señora?'. Mi amigo le dijo que, señora no era. Daniel le preguntó qué le pasaba a la mujer que habitualmente conducía ese automóvil. Mi amigo no salía de su asombro; el limpiavidrios reconoce a la distancia a algunos coches por más comunes que sean.
Daniel dice que la mañana y la tarde son los horarios que más dinero le dejan. Quienes van y vienen de los institutos de enseñanza de la zona son buenos clientes. Cuando se le pregunta si los mejores autos dan las mejores propinas, Daniel duda y hace silencio. Luego responde, 'no, el que da más propina es el humilde. El Fiat Palio o el Volkswagen Gol son los que dan buena propina, el BMW o el Audi no dan tanta'.
Muchas personas reconocidas son habitúes de la esquina. Daniel cuenta, por ejemplo, que Eduardo Ache, presidente de Nacional, sabe que él es manya pero, aún así, le da buenas propinas. Diez segundos después de mencionarlo, Ache aparece por Ricaldoni en una camioneta enorme. Daniel sabe que puede ser una buena propina y va a saludarlo. Vuelve con $ 50 y la impresión de que 'es buen tipo'.
El jugador Paolo Montero le regaló championes de la marca Lotto, varias camisetas de Juventus y Peñarol, y hasta bolsos llenos de ropa, aparte de dejarle dinero siempre. Gustavo Méndez, ex jugador de Nacional, es otro de los clientes generosos que colabora con ropa deportiva. Entre otros políticos, Daniel recuerda que, 'Tabaré Vázquez baja y te da un beso, Luis Alberto Lacalle y Pablo Mieres también saludan'.
Del otro lado de la lista, Daniel pone a Martín Cáceres, jugador de Juventus ('no te da ni la hora, ni te saluda cuando te acercás'). '(Israel) Damonte y (Jorge) Bava tampoco te dan nada', complementó. Con respecto a los turistas extranjeros dice que 'a veces se equivocan y te dan US$ 10'.
Cuando hace memoria hacia 2002, Daniel recuerda que ante la falta de monedas, muchas personas le traían comida y abrigo. 'Eran tiempos en los cuales en casa se comía arroz con huevo; hoy se come un buen guiso', dice mientras se le dibuja una sonrisa. De esos tiempos también tiene un buen recuerdo del expolítico y titular de La Española Óscar Magurno y sus recorridas por la esquina.
Entre chorros y milicos
'Lo peor que me pasó fue hace pocos años. Agarraron a un taxista y creo que murió un muchacho. Tuve que tirarme al piso de tantas balas que había', dijo al recordar el momento más complicado que tuvo que pasar. No tiene claro el año, pero el sonido de los disparos y la imagen de la sangre corriendo por la calle no se le olvidan más.
Con el endurecimiento de las políticas contra los limpiavidrios, Daniel también tiene que cuidarse de la Policía. Hace pocos días, sobre las dos de la tarde, un grupo de oficiales le pidió su documento y, por estar limpiando vidrios –según contó–, pasó hasta las seis de la tarde en un calabozo.
Le pidieron sus datos, le preguntaron si había tenido problemas y le dijeron que se quedara tranquilo que el problema no era con él. El problema, y Daniel lo sabe bien, es con limpiavidrios como los de zonas como Bulevar Artigas y Rivera, que tienen antecedentes en contra de los conductores.
De todas formas, y a pesar del buen trato de la Policía, Daniel sabe que esto se puede repetir. 'Son los mismos políticos que se bajan y te saludan los que después te quieren echar (…); además si me sacan todos los días, voy a seguir viniendo todos los días porque no sé qué otra cosa hacer. Te atan las patas'.
Fuente: El Observador
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