Dicen que hasta para morirse es necesario tener suerte, hacer un pacto con la fortuna, morir en el momento y lugar indicado. Pues Francisco Umbral no la tuvo. Paco Umbral, como le llamaban quienes le conocían más que por haber leído sus escritos alguna que otra vez, o Francisco Pérez Martínez, tal como fue inscripto en el registro de nacimientos de Madrid el 11 de Mayo de 1935, no tuvo suerte en elegir el día de su muerte. El pacto con la fortuna, que tantas veces le resultó favorable, finalmente se rompió,
Umbral muere el mismo día en que el futbolista del Sevilla Antonio Puerta se desploma sobre el campo de fútbol, luego de una jugada intrascendente, para morir poco después en un hospital sevillano. Esta trágica muerte monopolizó la atención de todos los medios de comunicación, a tal punto que el cuidado brindado a la muerte de Umbral fue escasísimo, rayando casi en lo mínimo o ridículo
Claro, muchos de ustedes se preguntaran quien es este Paco Umbral. ¿Quizás sea un amigo de este hombre? Y digo esto porque no he encontrado por Internet ni siquiera una mención en la prensa de Uruguay que refiera a la muerte de este grande de la literatura española. Bueno, lo que quiero hacer en esta nota es precisamente presentar la figura de Umbral para los que no le conocen, y rendirle un pequeño homenaje a quien fuera uno de los más grandes columnistas de la literatura española en el siglo XX y en lo que pudo vivir del XXI.
LA DIARIA IRONÍA Paco Umbral fue un completo autodidacta. Sólo conoció un aula convencional cuando tenía 10 años y comenzaba su adiestramiento escolar como todo niño. Duraría poco su primaria experiencia académica, ya que al año fue expulsado de la escuela para jamás volver a pisar un aula de instrucción convencional como alumno, se entiende- el resto de su vida.
Amante de la literatura comenzó a publicar en Cisne, una revista del sindicato universitario hasta que Manuel Delibes lo llevó a escribir en el Norte de Castilla un periódico de Valladolid. De allí se fue a León y en 1961 llega por fin a Madrid, donde establece una base literaria sustancial, la que mantendrá durante mucho tiempo en el famoso Café Gijón, una de las guaridas de intelectuales más reputadas de Madrid, antes, durante, y después del franquismo.
Allí participó durante muchos años de sus tertulias, engalanando sus viejas mesas junto a un nutrido grupo de intelectuales que hicieron del ya viejo Café su segunda casa, un pequeño lugar liberado dentro de la grandiosa opacidad en la que navegaba la cultura oficial del franquismo.
Dicen que una ciudad necesita de sus escritores para ser grande. Necesita imperiosamente quien inmortalice en negro sobre blanco sus historias, sus vivencias, sus momentos históricos, su vida social, sus costumbres, sus ridiculeces, etc. Y Umbral, además de escribir unos ochenta y tantos libros, realizó esta tarea desde las columnas de todas y cada una de las publicaciones madrileñas en las que volcó su experiencia literaria y desde las cuales esgrimió su irónico estilete, desparramando opinión y creando incertidumbres, generando hechos literarios y enjuiciando todo lo que sucedía a su alrededor.
Cualquiera que escriba columnas en periódicos sabe lo difícil que es encontrar un tema nuevo cada semana, un tema que sea lo suficientemente atractivo como para ser expuesto en público y que genere cierto encanto en los lectores o les haga reflexionar sobre algún asunto en particular. Lo que sucede es que Umbral escribía todos los días.
En su última tribuna, la última página del diario El Mundo, un lugar denominado Los placeres y los días, el sitio literario donde yo mismo lo encontré, escribía cada día, salvo los domingos, lo que constituye en sí misma una auténtica proeza literaria y periodística.
Desde esa tribuna, desde ese tan temido por tantos y adorado por otros lugar público, Umbral ejercía de auténtico cronista de la vida madrileña, y ser mencionado por Paco en una de sus columnas podía constituirse en un hecho tanto grandioso como bochornoso, según se le antojara. Es que él cultivaba tanto a sus amigos como a sus enemigos, y nadie se escapaba de su irreverente pluma ni de su elegante ironía.
UN EJEMPLAR ÚNICO
Paco constituía un ejemplar literario único. Fue sin lugar a dudas uno de los escritores más prolíficos, polifacéticos y devastadores de la literatura española de los últimos sesenta o setenta años, y un animal político y social por excelencia. Umbral unifica vida y literatura en forma de ensayo, novela o desde sus columnas periodísticas, hasta el punto de convertirse él mismo en un personaje literario.
La voz se la pidió prestada a Cela, su imagen es una viva imitación de los poetas franceses que tanto admiraba, se autocalificó de dandy e hizo de su existencia pura literatura. Nos ha deleitado desde numerosas tribunas y desde cada una de ellas hizo gala de un exquisito gusto por la literatura bien concebida, no hace falta escribir un libro para hacer literatura. Las tribunas periodísticas han sido a menudo el lugar literario desde donde numerosos escritores han manifestado más cosas que en sus propios libros. Más ideas, más opinión, más inteligencia hay, creo, en la obra periodística de Umbral que en sus obras literarias. Polémico, eso sí, muy polémico.
Una personalidad difícil, insolente, por momentos contradictoria, practicante de una marcada e inconmovible egolatría, celoso de sus colegas, pero brillante, sencilla y claramente brillante. Hacía de la vulgaridad cotidiana del periodismo un ejercicio estético, un malabarismo de palabras y frases que contenían una belleza que era inconfundible.
Uno no sabía si Umbral escribiría la mañana siguiente sobre las aventuras hogareñas de su célebre gato, si se referiría a algún estreno teatral, o si haría una reflexión sobre la obra de Proust o de Baudelaire. No importaba acerca de lo que escribiera, ni siquiera si uno estaba de acuerdo con él o no, lo que realmente interesaba era la manera, la exquisita forma en la que expresaba sus ideas, literatura al fin, en forma de pequeñas columnas diarias.
Ya circula por ahí la leyenda que dice que Umbral murió precisamente mientras le dictaba su última columna a su mujer, María España, desde su lecho mortal en la clínica de Montepríncipe de Boadilla del Monte, en las afueras de Madrid. Realmente no sé si esto es verdad, y solo su mujer puede confirmárnoslo, de lo que estoy seguro es que esté donde esté, Francisco Paco Umbral continuará escribiendo obsesivamente tal cual él lo hubiera deseado. Comentando, opinando sobre todo, hasta la misma eternidad.
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