A primera vista, Pablo Picasso es el último artista que uno supondría que el siglo XXI admiraría. Tenía un egoísmo irredimible y agresivo, no sólo en la vida, sino como artista.
No le importaba si otro artista aprendía o no algo de él. Prefería ser único. Fue por eso que no “influyó” en ningún artista joven desde los días de Francis Bacon y Jackson Pollock.
No hay mucho que vincule sus pinturas, esculturas o collages con el arte de este siglo. ¿Entonces por qué lo consideramos un contemporáneo brillante y no una figura perteneciente al pasado?
La emoción que genera el hecho de que la Tate Modern vaya a organizar una muestra sin precedentes de Picasso confirma que coleccionistas, curadores, la prensa y el público nunca se aburren del artista.
Picasso ejerce fascinación sobre nuestra época, tal como lo hacen Leonardo da Vinci y Caravaggio, no como una figura histórica curiosa, sino como fuerza viva, accesible, universal. Es como si su modernismo se hiciera más moderno cada vez.
Picasso parece haber efectuado una ruptura decisiva con otros grandes del siglo XX en lo que respecta al atractivo de su arte.
Marcel Duchamp podrá ser el verdadero padre del arte actual por su invención del readymade (arte realizado con objetos que normalmente no se consideran artísticos) pero no acelera el pulso de la misma manera. ¿Por qué Picasso resulta más emocionante si se apegó a las ideas tradicionales?
Esto no constituye una sorpresa si nos remontamos cien años, a la época en que Picasso creaba su arte cubista, el estilo más radicalizado con el que deshizo y reconstruyó la realidad.
En comparación con el cubismo, el arte moderno anterior ahora parece bien inserto en el siglo XIX: hasta el período azul del propio Picasso pertenece a un mundo anterior.
Después del cubismo, el arte nunca volvería a ser el mismo, a pesar de lo cual ningún artista -ni siquiera Picasso, que pasó el resto de su vida jugando con las posibilidades de esa nueva forma de ver- creó jamás un arte moderno más convincente que el cubismo.
El arte no es algo que suceda en una burbuja sellada, aislada de otros desarrollos intelectuales. Cuando Picasso era cubista, Einstein formulaba la Teoría de la Relatividad.
Hay un estrecho paralelo entre la demolición de Einstein del universo plausible y ordenado de la física newtoniana y la explosión del cubismo del mundo ilusorio coherente de la imagen en perspectiva que se había desarrollado desde el Renacimiento.
Sin embargo, ni Einstein ni Picasso eran iconoclastas. En ambos casos, lo que producían no era un caos. Era una forma más rica y compleja de describir la realidad.
En este siglo, nuevos medios rehacen el mundo una vez más y alteran nuestra experiencia de la realidad. La vida nunca fue tan compleja; la verdad nunca fue tan difícil de expresar. Es por eso que no pienso que la moda de Picasso sea casual ni, en realidad, una moda.
Se trata del artista que en los tiempos modernos expresó con más audacia, a través del cubismo, la extrañeza de las relaciones humanas, el misterio de las experiencias simples, la dificultad de conocer la plenitud de la vida.
A medida que cobramos conciencia de la complejidad de la realidad en un mundo de revolución técnica y científica, el arte revolucionario y profundo de Picasso nos habla como sólo la verdad puede hacerlo.
En mayo de 2010, “Desnudo, hojas verdes y busto” se convirtió en la obra más cara vendida en subasta. Un comprador anónimo pagó por ella 106,5 millones de dólares.
De las cinco obras más caras vendidas alguna vez en una subasta, tres son de Picasso. Los otros dos artistas en el ranking son Alberto Giacometti (104,3 millones) y Gustav Klimt (87,9 millones).
Fuente:Clarín
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