A pesar de ser la segunda metrópoli de Ucrania, los más de 50 días en guerra la han convertido en una ciudad fantasma donde reinan el silencio y la calma, hasta que los proyectiles rusos hostigan algunos de sus barrios.
Son segundos en los que el tiempo hace amago de detenerse, una sensación similar a la de presenciar un accidente de coche sin poder hacer nada. En Járkov sólo restan dos opciones: echar a correr o quedarse inmóvil. Si eres nuevo, quizás no sepas dónde resguardarte. Si naciste en esta urbe de millón y medio de habitantes –apenas queda un tercio de la población- la duda que ronda es si queda algún escondite a mano en el que cobijarse.
Decisiones nacidas de incertidumbres que asaltan con el fuerte rugido de la artillería de fondo. El lanzamiento de misiles no cesa ni de día ni de noche, aunque es bajo el manto de la oscuridad cuando los rusos ponen a prueba la preparación y moral de las posiciones ucranianas. A veces son minutos, otras horas, para alcanzar una calma que regala pisadas de cristal en aceras poco transitadas desde el 24 de febrero.
Un enclave rusófono que habla, siente y sufre en la lengua de Dostoyevski. Hablan en ruso, piensan en ruso y hasta los insultos escapan en un idioma que tiempo atrás dejó de ser indicador de la identidad nacional. “Que le jodan a Putin”, dice Ira, mujer de mediana edad, limpiando la sangre de la alfombra y el suelo del portal de su edificio.
Tras subestimar la capacidad de resistencia de un ejército entrenado desde 2014 bajo los más altos estándares internacionales, quizás ese haya sido el principal error de la estrategia del Kremlin: suponer que sus fuerzas armadas serían aclamadas como héroes en paseos militares por las principales ciudades del país.
Diez misiles, cinco muertos y dolor
Han pasado varias horas desde que los soldados rusos lanzaran, al menos, 10 misiles contra una ciudad cuyos civiles no dejan de sufrir bajas. El sábado fueron cinco más. Por eso no sorprenden las imágenes compartidas en las que soldados y paramédicos corren a resguardarse en el interior de un edificio. A fuera, un joven permanece junto a una chica herida, sin importar el riesgo de un nuevo ataque.
Después los gritos, el sonido de las sirenas, bomberos, ambulancias, periodistas… hasta algún curioso. También acude un vehículo con tres miembros de la unidad de desminado. Ellos se encargarán, en la soledad de la lluvia, de retirar el proyectil incrustado en la carretera bajo la atenta mirada de vecinos que asoman sus rostros por las ventanas del balcón.
Atacan la ONG de José Andrés
El sábado, un restaurante de la iniciativa World Central Kitchen (WCK), ONG del famoso cocinero español, afincado en EEUU, José Andrés, también resultó atacado y severamente dañado. Las imágenes muestran la cocina calcinada y el edificio en ruinas.
Su director, Nate Mook, confirmó que una persona ajena a la organización habría fallecido y cuatro, pertenecientes a WCK, resultaron heridas. En un vídeo compartido en redes, Mook señala a Rusia como responsable: "Esta es la realidad aquí: cocinar es un acto heroico de valentía”.
Objetivo, Donbás
Járkov lleva varias semanas siendo objeto de fuertes embestidas rusas. En los primeros días de “operación especial”, parte de la urbe quedó en sus manos. La contraofensiva movió la línea y ahora, en el país, rezan para que aguante. De no hacerlo, las posibilidades de una derrota en el este se multiplican.
Ucrania se prepara para la que, posiblemente sea, la batalla de carros de combate más importante desde la II Guerra Mundial. Un cambio de escenario –las primeras semanas apuntaban a un enfrentamiento urbano en las principales ciudades- que ha obligado al presidente ucraniano a pedir armamento pesado a sus socios occidentales. Estados Unidos de América, de momento, parece que enviará nuevas remesas valoradas en miles de millones de dólares, incluidos helicópteros.
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