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lunes, 2 de agosto de 2021

CUBA: COMO SUELE SUCEDER DESDE SIEMPRE, LAS NUEVAS GENERACIONES PIDEN SU LUGAR EN EL ESTRADO

Dice Carlos, uno de los jóvenes universitarios detenidos en La Habana durante las protestas del 11 de julio, que ahora en casa tienen a su abuela “en modo Good Bye Lenin”. Cuando en la tele salen escenas de los incidentes y el noticiero califica a los manifestantes de delincuentes, mercenarios y “confundidos”, él y su hermano cambian de canal y desvían el tema, además de tener advertidos a sus amigos y familiares de que cuando la llamen por teléfono no ahonden en el asunto. Carlos fue liberado el 12 de julio y ella ni supo de su arresto.

Como los personajes de la película de Wolfang Becker, ambientada en los días posteriores a la caída del muro de Berlín, él y su hermano tratan de ocultarle la realidad y evitar que se preocupe pues sabe que ambos estuvieron en las protestas del 27-N ante el Ministerio de Cultura de Cuba demandando libertad de expresión, y que no tienen miedo a hablar. “Mi abuela pertenece a otra generación. Pasa las mismas penurias que todo el mundo, pero en cierto modo sigue comprometida. Nosotros no”.
Lo explica de modo gráfico otra chica de 20 años que trabaja de camarera en un restaurante privado: “Nuestros padres nos enseñaron a hablar bajito, pero eso ya se acabó”. Se considera parte de una generación “descreída, frustrada, golpeada por la crisis, que no siente que le deba nada a la revolución”, ni ve que pueda llegar a tener una vida digna en su país con el fruto de su trabajo. “Para mí, lo primero es tener esperanzas de vivir mejor, sobre todo en lo económico. La política viene después… Pero es que aquí, nada de nada. No creo que las cosas vayan a solucionarse, así que pienso marcharme cuando pueda”, asegura
Es esta una posición extendida entre los jóvenes. Pero hay otras muchas. “La juventud cubana en singular no existe, hay que hablar en plural”, dice la psicóloga Ailynn Torres, que opina que sería “reduccionista” decir que “las juventudes cubanas en pleno se desmarcan completamente del socialismo como proyecto político, más allá de lo que piensen del Gobierno”. Observa que las manifestaciones tuvieron un componente intergeneracional y socioclasista, aunque considera que el papel de los jóvenes fue clave en el 11-J, pues además de “poner su cuerpo en las calles” fueron decisivos “amplificando esas protestas a través de las redes sociales, los directos en internet, y en los medios”.
Piensa que en escenarios de alta conflictividad como el actual, “las identidades políticas funcionan como aglutinante” y, en ese sentido, las protestas “fueron una especie de vitrina”. “Hemos visto jóvenes detenidas que se definen como disidentes y opositoras; jóvenes detenidos que se definen como comunistas y socialistas; grupos de jóvenes que se han posicionado apegados al llamado del Gobierno y que también se califican como socialistas; otros colectivos que han hecho un acompañamiento crítico, pero mostrando su oposición al bloqueo y al anexionismo; y jóvenes que se identifican abiertamente como anticomunistas, opuestos al socialismo”. Sin olvidar, por supuesto, el grupo (mayoritario y silencioso) que no participó en las manifestaciones.
Pero ¿qué siente y opina hoy la juventud, más allá de las protestas? ¿Cuál es su nivel de compromiso y su posición ante el cambio? ¿Son los jóvenes la clave de la evolución, o de la fractura, en el futuro? Todas estas preguntas han saltado con fuerza a la palestra estos días, y no solo es evidente la preocupación en medios intelectuales y académicos, también en las alturas políticas. No es casualidad que el pasado 26 de julio, fecha del asalto al cuartel Moncada, efeméride revolucionaria por excelencia, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, en vez de ofrecer un discurso solemne se presentara ante las cámaras rodeado de un grupo de muchachos haciendo trabajo voluntario.
Uno de cada tres cubanos nació después de la desaparición del campo socialista. Lleva la crisis del Periodo Especial marcada a fuego en el occipital. “Los sectores más jóvenes no tienen memoria de las etapas iniciales y más exitosas en política social del proceso. A ellos, la épica revolucionaria, las evidentes transformaciones y los beneficios de las primeras décadas no les dicen nada. Han conocido los últimos treinta años, con la secuela de pobreza, aumento sostenido de la desigualdad, proyectos de vida fallidos y expectativa por el éxodo a edades cada vez más tempranas”, asegura la historiadora Alina López, coordinadora general del portal de análisis La Joven Cuba. Es uno de los medios digitales más interesantes en este momento. Desde sus páginas se promovió hace algunos meses una dura carta abierta al presidente norteamericano Joe Biden para pedirle que ponga fin de una vez al embargo económico, como mejor modo de contribuir a una solución en Cuba, y del mismo modo han criticado abiertamente al Gobierno por demorar los cambios económicos estructurales que el país necesita y rechazar el diálogo con los jóvenes tras las protestas de un grupo de artistas el 27 de noviembre pasado.
“Los jóvenes necesitan cambios y no ven que en su país se les ofrezcan. En Cuba se abusa de la expresión «diálogo generacional». Esta concibe a los jóvenes como pasivos espectadores que tienen por encomienda salvaguardar un estado de cosas. Pues ya han dejado muy claro que no aceptan esta posición subordinada”, asegura López, que ha pedido por activa y por pasiva abrir espacios inclusivos de participación política, o atenerse a las consecuencias.
Para hablar de estos temas y de lo sucedido el 11-J, un grupo de universitarios, representantes de diversas sensibilidades, acepta reunirse en territorio neutral, en una casa frente al mar. Todos declaran al empezar su amor por Cuba y hablan con el corazón en la mano, unos en contra, otros menos y algunos a favor, pero todos prefirieren no dar sus apellidos ni hacerse fotos, lo cual es revelador. Nada más iniciarse la conversación, Juan, en primer año de una carrera de humanidades, se declara “dentro-centrista”.
A su juicio, hay dos criterios para definir la posición política en Cuba hoy en día: el primero es si te consideras “fuera” o “dentro” del proceso. “Es decir, si piensas que la revolución puede reformarse desde dentro y dar lugar a un socialismo verdadero y democrático, o los que se sienten fuera y piensan que esto es imposible, incluso hay quienes creen que indeseable”. El otro criterio “es la disposición de escuchar a los que piensan distinto e intentar que todos o casi todos puedan formar parte del proyecto futuro de nación”. Esto, dice, separa el campo político entre “extremistas y tolerantes (o centristas)”.
Entonces, hay cuatro grupos: “Dentro-extremistas (principalmente el Gobierno); dentro-centristas (por ejemplo, Silvio Rodríguez, Julio César Guanche, Ailynn Torres y otros intelectuales críticos, pero comprometidos hasta cierto punto); fuera-centristas (los miembros del 27-N, e intelectuales que quieren una democracia representativa pero sus formas los llevan a dialogar con los demás actores y a estar en contra del bloqueo y otras injerencias externas); y por último fuera-extremistas (la ultraderecha de Miami, grupos que apoyan el bloqueo y la intervención)”.
El análisis de este chaval de 19 años impacta por su madurez: “Lo ideal sería una alianza entre los centristas, pero el poder está en los extremos”.
Abierto el debate, los argumentos van cayendo de ambos lados. La mayoría, incluso el que más defiende la posición oficial y achaca gran parte de los males actuales al recrudecimiento del embargo norteamericano, coincide en que el país necesita cambios económicos urgentes.
“Si no hay cambios reales, que alivien la vida de la gente y generen esperanzas, los jóvenes se seguirán marchando y las protestas se reproducirán”, dice uno de los moderados, que desearía que “el Gobierno se iluminara, reaccionara e iniciara una transición real desde arriba”. “Es el único modo”, opina, “pues el descontento y la presión popular no es suficiente para provocar los cambios necesarios si no hay voluntad política en el poder”. Salta como un tigre Julián: “No basta con cambios económicos, hay que democratizar este país y abrir verdaderos espacios de participación, y eso aquí nunca lo van a hacer”.
La cosa se enciende, y la palabra que más se repite es “esperanza”.
“Si no hay un proyecto de país mejor, y seguridad de que si te quedas en Cuba vas a tener un desarrollo profesional y un nivel de vida digno, la situación se deteriorará cada vez más, seguiremos sin esperanza”. Habla el que con más convicción defiende el sistema, y dice que sí la hay. “Hacen falta cambios, es verdad, pero hace falta también que nos quiten el bloqueo de una vez. Y en momentos como estos, cuando está en juego la estabilidad del país, el centrismo a mí me da urticaria: no estoy de acuerdo con echar todo por la borda, hay que defender lo que tenemos”, asegura el muchachón, que explica que su padre es hijo de campesinos pobrísimos y que lo que pudo lograr es “gracias a esto"
Llega el pie a tierra en la voz de la única chica del grupo, que aclara que esta reunión solo representa diferentes modos de pensar de una minoría que puede considerarse privilegiada, que tiene acceso a la universidad y un cierto horizonte –”hacernos profesionales y, si este país no se arregla, largarnos”-, pero cuenta que en su barrio, en un arrabal de La Habana, no hay opciones. Los vecinos de su edad, dice, solo piensan en cosas muy concretas que les afectan, “en que se le está cayendo el techo de la casa, en que no hay comida, ni medicinas para sus padres, en que no tiene dólares para comprar en las nuevas tiendas, y que sufren colas y apagones insoportables. Como es obvio, en los lugares más empobrecidos, o en el campo, los jóvenes no están en nuestra discusión de si el Gobierno debe abrir espacios políticos, sino en resolver sus necesidades inmediatas, que son muchas”.
Surgen entonces varios asuntos, y los análisis (ahí va el resumen) son todos interesantes:
- La generación de sus padres y abuelos, aun viviendo mal, tiene cierto “apego emocional” y vínculos que hacen difícil la ruptura. Los jóvenes, no. Uno cuenta que el 11 de julio su madre, que piensa como él, no lo dejó salir.
- Los padres han ido cambiando. Antes no les entendían. Hoy, aunque los quieren proteger, están “orgullosos” de ellos. Alguien saca el tema de la cantante Daymé Arocena, de 22 años, que al calor de los acontecimientos grabó un tema llamado Todo por ti, muy crítico con el Gobierno. Escribió en Facebook que su gran dolor era que su padre no le comprendiera y se peleara con ella. Los chicos buscan la respuesta del papá en las redes -ya funciona internet-. Dice el señor: “Mi niña, yo solo te puedo decir que estoy muy orgulloso de ti y la valentía con que siempre has asumido todos los retos y proyectos que te ha tocado vivir.
Yo como tu padre siempre te voy a apoyar y soy de los que creo que son ustedes los jóvenes los que van a conseguir el cambio, porque no tienen ningún compromiso con el pasado y sí el deber con el futuro”.
música y amigos.
- Hay consenso entre ellos en que, si EE UU de veras quisiera ayudar a una evolución no traumática, debería “eliminar el bloqueo cuanto antes”. Pero, dicen, como esta es una variable que no depende de Cuba, las autoridades debieran focalizarse en hacer los cambios internos que saben que tienen que hacer, no en echarle la culpa de todo a EE UU.
- Hay consenso en que las protestas “marcan un antes y un después”. También de que “no son suficientes”. “No hay una organización ni líderes capaces de transformar el descontento popular en motor de un cambio, si las autoridades no quieren”, dicen los centristas. Y añaden: “Pero si el Gobierno no actúa decididamente, al final esa organización aparecerá”.
- Sobre si está en manos de las autoridades reconducir la situación, hay muchas discrepancias. “Si actúan con inteligencia y hacen verdaderos cambios aperturistas que mejoren la vida de la gente, no transformaciones cosméticas, pueden”, dice uno. “No bastan medidas económicas de alivio, hacen falta cambios políticos también”, le responden. Un tercero dice que “la pelota está en el lado del Gobierno. Tienen una gran oportunidad si la saben aprovechar”. La chica se ríe.
Cae la noche en la casa frente al mar y sigue la discusión, y mientras en el apartamento de Carlos su abuela sigue en modo Good Bye Lenin, hablan los expertos. Tanto la historiadora (Alina López) como la psicóloga (Ailynn Torres) coinciden en que la juventud es clave en el futuro. La población cubana es de 11 millones de personas, y más del 35% son jóvenes. Según datos oficiales, en la isla hay más de un millón de graduados universitarios, y en estos momentos la matrícula en los cursos de enseñanza superior alcanza las 250.000 personas.
“Desde antes de las protestas hemos visto que los jóvenes han ido buscando espacios de participación y desbordando los espacios de lo político institucional”, señala Torres. Recuerda cómo ha ido creciendo la voz de los grupos feministas, antirracistas, de defensores de los animales (que se manifestaron en abril de 2019) o de los activistas por los derechos LGTBI (que se manifestaron sin permiso del Gobierno en mayo de ese mismo año).
Desde La Joven Cuba, dice Alina López: “La tesis de que la escasez de alimentos y medicinas y las dificultades en la generación eléctrica fueron decisivas en la actitud de los manifestantes del 11 de julio, obvia las demandas políticas que indudablemente también explican el estallido social”. Y considera que “es imposible conseguir transformaciones reales en la esfera económica y social sin formular asimismo cambios políticos”.
Hace unos días, la revista Alma Mater, la voz institucional de la Federación de Estudiantes Universitarios, publicó un artículo con entrevistas a cinco jóvenes que sí quisieron dar sus nombres y apellidos. Algunos eran muy críticos, tanto o más que los de la casa de Miramar. Otro hito, expresión del nuevo momento. Qué pasará finalmente, nadie lo sabe. Pero sí que los jóvenes cubanos han cambiado y que hay que contar con ellos.

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