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sábado, 19 de noviembre de 2016

J.W.. LEGASPI: CUANDO EL AMOR SE TERMINA LUEGO DE 34 AÑOS

Harto ya de estar harto, un militante frenteamplista se cansa y anuncia su retirada de la fuerza política de la que se enamoró hace más de 30 años(1). No es el primero ni será el último, pero representa a muchos que en forma más o menos pública han venido dando señales de hartazgo y decepción desde hace tiempo. Tiene, sobre todo, un rasgo que lo acerca a esa mayoría silenciosa: no es un dirigente, no ocupa un cargo público ni representa a tal o cual sector. Es un militante más. Un leal y esforzado compañero de los que ponen su sensibilidad, su tiempo y su energía en las pequeñas tareas que hacen posibles los resultados. Un independiente, en una fuerza política que cada vez funciona menos como movimiento y más como coalición o como mera sumatoria.


El texto de despedida de José Legaspi repasa las obsecuencias del aparato institucional del Frente Amplio, las bravuconadas, las indignidades y las lisas y llanas torpezas y lamenta la pérdida de un espacio que, cuando él lo descubrió, era generoso, abierto y plural, crecía en el debate y la confrontación de ideas y se enorgullecía de decir las verdades incómodas pero necesarias aun conociendo la magnitud de las consecuencias.

Ya no queda nada de eso en el partido que gobierna, según parece. Como suele suceder, la máquina terminó por tragarse los buenos propósitos y hoy funciona para funcionar, aunque en ese ejercicio se lleve puestos a unos cuantos de sus mejores hombres y aplaste olímpicamente a tantos que la pusieron en marcha.

Es fácil percibir que el texto de Legaspi llega al corazón de más de una generación de frenteamplistas (aunque llegue sobre todo a una: esa que se autodenomina “generación 83”) precisamente porque habla desde un lugar personal (su propia llegada al Frente Amplio, su encuentro con compañeros que eran “hermanos”, la resistencia común al oprobio de la dictadura, la ilusión de llegar al gobierno para ser mejores que los que estuvieron antes) y porque hace exclusivamente cuestionamientos morales (si se mintió, si se dilapidaron fondos públicos, si no hay voluntad de investigar, si se acallan las voces disidentes, si se protege a fabuladores y corruptos), sin pisar en ningún momento el terreno siempre peligroso de lo ideológico. No hay cuestionamientos a la política económica, no hay una sola palabra sobre lo bueno o lo malo de la bancarización, no hay una palabra para el modelo productivo, no hay nada sobre los aparatos represivos, no hay una pregunta sobre la pertinencia o no de combatir al capitalismo ni sobre las caras siempre renovadas de la explotación. Hay, en todo caso, un amargo reproche a Javier Miranda por no haber respondido una pregunta de Código paíssobre los derechos humanos en Venezuela, como si toda la cuestión ideológica del Frente Amplio se concentrara ahí, en ese nudo en el que hay que definirse sin ambigüedades contra el populismo terraja de los Maduro de este mundo.

Hace unos cuantos años fue muy notorio el monólogo del italiano Giorgio Gaber titulado Qualquno era comunista. Vestido de saco y corbata, ya maduro, el actor desgranaba las razones por las que, de joven, cualquiera era comunista. Algo de eso, de ese dolor que parece lamentar menos el proyecto colectivo que se olvidó que la propia juventud perdida, hay en el texto de Legaspi. Es la carta de despedida de alguien que, con el corazón partido, termina por confesar, con la valentía de los solos sin vocación de solitarios, que alguno era comunista porque quería ser parte de algo, emocionarse con algunas canciones, sentirse bueno y generoso y solidario y, sobre todo, sobre todo, seguro. Seguro del bien, del camino correcto, de la nobleza de las intenciones y la honestidad de las prácticas, seguro por la confianza en el de al lado, que también quiere sentirse seguro de la bondad y la nobleza y la honestidad de todos.

No es nada raro que en política se apele a la épica, al enamoramiento y a la hermandad. Y por eso, tal vez, no es rara tampoco la frustración, ni son raros el desencanto y el cinismo. Tal vez lo que pasa es que la política debería ser distinta de los agrupamientos contingentes, de la juventud y el optimismo de los entusiastas, de la inclinación más o menos heroica, más o menos generosa, más o menos avasallante de los que quieren ser parte de algo. Debería ser la voluntad espiritual e intelectual de desafiar lo seguro y de pensar más allá de lo contingente. Y debería asumirse desde el principio el riesgo enorme de estar, casi todo el tiempo, en un lugar incómodo, incierto, oscuro y solitario, en el que las dudas son enormes y las verdades deben ser postuladas como necesarias y entendidas como provisorias. Porque no importa tanto si nos une el amor: el problema es que nos sigue acorralando el espanto, y hay que seguir mirándolo.

(1). “Hasta acá llegó el amor”; José W. Legaspi.

HASTA ACÁ LLEGÓ EL AMOR
José W. Legaspi
12.11.2016
Hace treinta y cuatro años me enamoré perdidamente de un proyecto, de una forma de hacer, de decir, de actuar. Me enamoré del Frente Amplio, hasta hoy, el amor más duradero en mi vida. Pero a partir de este momento será superado por otros amores, desde siempre más intensos, y desde ya, perpetuos.

Hace treinta y cuatro años, definirse Frenteamplista significaba mucho. Uno integraba "la fuerza política del cambio", "la herramienta política del cambio". No era una suerte de expresión clasista, mucho menos marxista, ni que decir leninista. Era la síntesis de años de trabajo paciente y arduo, de acumulación de fuerzas, de buscar aquello que nos unía, y que prevaleciera por sobre las diferencias.

Era "la unidad sin exclusiones", donde toda la izquierda encontraba su lugar, su espacio, y aportaba sus definiciones a una construcción ejemplar para América Latina y el mundo.

Los compañeros eran más que eso. Eran hermanos. Contra la dictadura, por la democracia, contra el imperialismo donde fuera que tratara de meter sus zarpas, por presupuesto para la Universidad y toda la enseñanza, contra las políticas impopulares de aquél que no perdió nunca un conflicto con los sindicatos, contra las de aquél otro, que intentó vender las empresas públicas, y tantas otras batallas.

Los demócratas, los republicanos, los católicos, los batllistas, los nacionalistas, los izquierdistas, que confluimos en aquél torrente, no buscábamos ni pretendíamos la unanimidad. Aquella fuerza política surgió de las coincidencias nacidas de la diversidad y de la confrontación de ideas. Fraterna, si, pero confrontación y discusión. Hoy proliferan los "barrabrava de la izquierda" que creen que la herramienta política se construye desde la unanimidad o desde el pensamiento único.

Y es todo lo contrario. La unanimidad mata la efervescencia política, mata la democracia interna, y esconde la mediocridad, el arribismo y la corrupción. Nuestra pelea, la pelea de mucho miles de izquierdistas, es la de construir desde la diversidad y la discusión constructiva, sin unanimidades y sin verdades reveladas. Lo opuesto es darle un triste, tristísimo final, "un entierro con todos los honores", pero con las manos y las almas sucias, a una fuerza política que fue llamada a construir una sociedad mejor.

Y la fuerza política recibió el "llamado", que se concretó en las elecciones del 2004. La Nueva Mayoría, creada para unir a todos, y que había priorizado su discurso sobre una forma distinta de hacer política, basada en la honestidad y la ética, llegaba al gobierno. Fueron meses de mucha alegría. Se respiraba en las calles, confianza y alegría.

Esa noche del triunfo me reencontré con muchos de aquellos queridos compañeros. Y la expresión más voceada y escuchada era "¡ahora nos toca a nosotros!". Desde 1971, atravesando la noche fascista, alumbrada la democracia, la dura crisis del 2002, habían pasado años de acumulación, de paciente construcción del programa, y ahora, ese programa y la fuerza política que lo sostenía tenían la oportunidad de demostrar que las cosas se podían hacer de otra manera.

Han pasado 12 años de aquél día. Ganamos dos veces más. Y, después del primer gobierno, la expresión "ahora nos toca a nosotros" cambió de tono, tuvo otro sentido. Aquél, alegre, fraterno, honesto, trocó en uno oscuro, opaco, distinto.

Ahora nos toca a nosotros mentir.

Ahora nos toca a nosotros "gestionar" mal.

Ahora nos toca a nosotros "dilapidar" los dineros públicos.

Ahora nos toca a nosotros aplicar el "amiguismo" y el clientelismo político.

Ahora le toca "a uno de los nuestros" ganarse una "comisión" por intermediar en negocios con el extranjero.

Ahora nos toca a nosotros "ocultar" y "proteger" a los mentirosos.

Ahora nos toca a nosotros poner los "yesos" para trancar investigadoras "innecesarias".

Ahora nos toca a nosotros "evitar" el debate.

Ahora nos toca a nosotros imponer la disciplina partidaria por encima de la moral republicana.

Ahora nos toca a nosotros "priorizar" el ejercicio del gobierno para mantener a "nuestros" funcionarios rentados.

Pero hasta aquí llegó el amor. A partir de ahora, "les toca a ustedes" ejercer ese grado de inmoralidad, de falta de observancia de la separación de poderes que establece la república, de avasallamiento del ejercicio democrático que se basa, no sólo en el respeto de las mayorías, sino, también, el de las minorías.

Sigan mintiendo, escudados en títulos inexistentes, en carreras que no terminaron, o "licenciaturas" tomadas como "licencia" para falsear la verdad.

Sigan haciendo lo que saben hacer, convocar a los adherentes y la ciudadanía cada cinco años, para revalidar la permanencia. Sigan embarrándose, las manos y la mejor historia de la izquierda de este país, sigan, todavía les queda un ejército de militantes ciegos, sordos y mudos, "unánimes", para tratar de "continuar" manteniendo vuestros privilegios.

Claro, hubo (siempre hay) un último vestigio de enamoramiento, de reverdecer de la ilusión.
Se dio en la campaña por la elección del nuevo presidente de la coalición. Javier Miranda colmaba esas expectativas, de volver a creer, de volver a enamorarse. Definía claramente una situación interna cuando hablaba de la estructura "oligarquizada", es decir, en manos de un pequeño grupo que se arrogaba la representación de todos.

Pero no hablaba sólo de eso, también quería restablecer la democracia interna, la ética y la honestidad como valores en la gestión frenteamplista, la transparencia en las decisiones y debates de la fuerza política, hacer esfuerzos por elevar la formación política de los dirigentes y cuadros del FA, etc.

Quería. Pero no pudo, no lo dejaron, o no quiere. Es lo mismo. El presidente del FA se "oligarquizó", la estructura lo cooptó, lo convirtió en un engranaje más, al servicio de sí misma. Antes de asumir dio las primeras malas señales, evidentes, de lo antedicho.

La primera, cuando se refirió al adolescente mentiroso que ocupa la vice presidencia del país, intentando "rebajar" la gravedad de la mentira, y sus idas y vueltas, definiéndolo como un "pichón emergente" al cuál se lo había poco más que matado antes de nacer. ¿Así iba a iniciar el imperio de la transparencia, la ética y la honestidad en el FA?

La segunda, escandalosa, cuando, ante la pregunta sobre los derechos humanos en Venezuela, "reacciona" de manera airada en Código País, refiriendo por qué no le preguntaban sobre los mismos derechos en Dinamarca y por qué "lo comprometían" con esa pregunta. ¿Acaso no se trata de eso, "de comprometerse" y dejar de lado la hipocresía imperante? ¿Acaso la transparencia y la ética no pasan por "decir lo que se piensa y hacer lo que se dice"?

Y la tercera, no por serlo menos grave, "la elección del secretario político y su equipo de gobierno". De desear o querer un secretario político de la talla del flaco De Los Santos, o de Marcos Carámbula, para terminar en la levedad que terminó, efectivamente, quiere decir mucho. De contar durante la campaña con el apoyo de dos miembros jóvenes y comprometidos con su causa, como el presidente de la Comisión Nacional de Organización, Pablo de los Reyes, y la Presidente de la Comisión Nacional de Propaganda, Ximena de los Campos, y no confirmarlos en sus cargos, usándolos, y como todo lo que se usa, tirándolos después a un costado "vía mail", para completar con compañeros muy valiosos pero inexperientes, en sus cargos, es también una evidencia.

¿De qué? De que el equipo que lo acompaña (salvo los experimentados vicepresidentes, además de Bayardi, Nogués y Moreira) por remitir a una definición "natural y animal" que parece gustarle al nuevo presidente, son un muy leve cardumen de pampanitos tratando de lidiar con tiburones, orcas y barracudas.

Difícil enamorarse o entusiasmarse con semejante panorama. Por eso lo del inicio, hasta acá duró el amor. Se acabó y lo mejor en esos casos, para todos, es separarse. Seguir cada uno su camino, sin compromisos inconducentes ni ciegos seguidismos de que todo cambie para quedar igual.

Sin embargo, todavía quedan honestos en el Frente Amplio. Militantes, adherentes y votantes.
Pero cada vez están más hartos. Llegará el día, inexorable, que se saquen el velo que no les permite ver, ese velo de fanatismo, de credulidad, de fe, de un amor que ya no es. Y entenderán que la "unidad a cualquier precio" no es un principio, sino una maniobra oportunista para pemanecer y flotar.

Se puede actuar de otra forma, de otra manera. Modelos hay, y muchos. Retomar esos ejemplos, y no dejarlos arrasar por la patota, por los que desprecian el ejercicio de la democracia, por los que se subieron tarde y mal a la unidad sin exclusiones, será una tarea difícil, pero necesaria.

Pienso en Guillermo Chiflet, avasallado y ninguneado por la patota gansteril, empujado al extremo de renunciar. Pienso en Fernando Filgueira, renunciando en solidaridad con un compañero, y pienso en ese compañero, Juan Pedro Mir, tirado a un costado de la manera más ordinaria, por expresar en una reunión de frenteamplistas su discrepancia con un eslogan electorero. Pienso en Fernando Lorenzo, poniendo su nombre y alma en defensa de un gobierno que integraba, pero renunciando a los fueros para respetar y ponerse a la orden de la Justicia. Pienso en estos cuatro compañeros, y tantos otros, muchísimos anónimos, que no se "esforzaron por mantenerse", por ser obsecuentes, ni "amigos de los amigos".

Pienso en todos ellos y sé que hay reservas morales, éticas y políticas, para la democracia, la república, en fin, para el quehacer político, la función pública, sin regocijos ni apetitos personales.

El futuro es luminoso e inexorable, como la primavera. Y allí nos encontraremos todos los que estamos hartos. No tengan dudas.




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