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miércoles, 31 de agosto de 2016

LA OPINION DE M. ARREGUI: NO NECESITAMOS EL PETROLEO

No habrá que derramar una lágrima si al fin no se encuentra petróleo abundante bajo el mar territorial uruguayo. Significará que, como siempre, habrá que trabajar para ganarse la vida y no se podrá vivir de rentas. En general los nuevos ricos petroleros se echan a perder, como las buenas mozas de la ronda infantil. Una parte de los países que viven básicamente del petróleo están en ruinas, desde Venezuela a Irak o Libia. En parte es el resultado de la intromisión de las potencias, y en parte de sus propios errores. Otros grandes exportadores, desde Rusia a Irán, pasando por Nigeria, no logran alcanzar un nivel de desarrollo satisfactorio y sostenido.

Las grandes rentas a bajo costo tienden a gestar economías de monocultivo, parasitarias y corruptas.

Sólo algunos países que habían alcanzado un alto grado de madurez socio-cultural y económica antes de iniciar la explotación petrolera han sobrevivido a las grandes tentaciones. El caso paradigmático es el de Noruega, primero en el ranking de calidad de vida, que reinvierte entre el 95 y el 97% de sus ganancias petroleras en bolsas de valores del mundo y una amplia gama de negocios, sólo gasta los intereses y guarda el capital acumulado para las futuras generaciones.



La matriz

En pocos años Uruguay cambió radicalmente su matriz energética, lo que le da una independencia impensada apenas décadas atrás.

Su producción de electricidad se basó inicialmente en centrales térmicas alimentadas con desechos, carbón o petróleo. Luego se incorporaron cuatro centrales hidroeléctricas: Rincón del Bonete (1945), Baygorria (1960), Salto Grande (1979) y Palmar (1980).

Hoy casi la mitad de la energía eléctrica proviene de fuentes renovables: agua, viento, sol, biomasa (alimentada con leña, cáscara de arroz, residuos de la cosecha forestal o de la caña de azúcar), que producen el sector privado o empresas estatales como UTE y Ancap.

La inversión en energías renovables entre 2010 y 2015 sumó 7.000 millones de dólares.

Más del 3% del Producto Bruto anual fue para infraestructura energética, según un reciente informe de Uruguay XXI. Ha sido una política de Estado muy agresiva por acuerdo entre los principales partidos políticos. Los líderes mundiales en inversión per capita en energías renovables son Holanda, Japón, Uruguay, Reino Unido, Irlanda y Canadá.



El año que viene habrá en el país 28 parques eólicos de gran porte con una potencia instalada de 1.500 MW. El 38% de la electricidad generada será de fuente eólica, lo que ubicará a Uruguay apenas por detrás del líder mundial, Dinamarca (42%). Como dijo la sarcástica abuela de Downton Abbey: es muy alentador ver el futuro desplegarse.

La zafra de los molinos de viento, que inició en Rocha el empresario argentino Alejandro Bulgheroni con los parques Agroland (2007) y Nuevo Manantial (2008), está por terminar y los técnicos emigran hacia otros países de la región, que también los instalan en grandes cantidades.

La producción de energía a partir de la biomasa levantó vuelo cuando en 2007 comenzó a funcionar la planta de celulosa de Botnia (ahora de UPM) en Fray Bentos, y en 2014 la de Montes del Plata cerca de Conchillas. Ambas empresas producen con residuos forestales la energía que consumen y venden sus remanentes a UTE.
El rey

Pero el petróleo sigue reinando en el transporte, y el gas tiene un papel significativo en la cocción de alimentos, la calefacción y la industria.

En 2013 circulaban en Uruguay 650.000 autos y camionetas, 68.000 camiones y tractores, 8.600 ómnibus y minibuses, 6.300 taxis y remises y 844.000 motos y ciclomotores. En síntesis: había un vehículo cada dos habitantes.

La producción de electricidad por fuentes renovables redujo notablemente la dependencia uruguaya del petróleo, un producto que cada vez representa menos en las importaciones. En 2008, cuando el precio del barril de crudo alcanzó su récord histórico y la gran sequía detuvo a las centrales hidroeléctricas, se importó petróleo y destilados por 2.500 millones de dólares. En 2015, con precios muchos más bajos y una menor dependencia de la producción térmica, la importación de petróleo sólo sumó 1.000 millones de dólares. Este año las compras podrían llegar a 1.400 millones.

La refinería de ANCAP en La Teja, con su emblemática llama a tope

La factura petrolera entonces ya no es tan pesada. Como compensación parcial, la empresa estatal UTE prevé exportar este año electricidad hacia Argentina por 100 millones de dólares. Las posibilidades de venderle a los vecinos se ampliarán año a año, y más aún si la finlandesa UPM instala otra fábrica de celulosa sobre el río Negro.

Una de las profecías más erradas del último medio siglo ha sido el "inminente" fin de las reservas de petróleo. En 1970 se estimaba que el petróleo se acabaría alrededor del año 2000 y el gas natural en 2010. Sin embargo nunca hubo tanto petróleo disponible como ahora. La presunta escasez y las subas de precios hicieron que comenzara a explorarse en todas partes. Las nuevas tecnologías permitieron extraer crudo desde el fondo de los océanos o de los esquistos en las rocas. En un giro histórico sorprendente, Estados Unidos se ha convertido en el principal productor de petróleo gracias al fracking (fractura hidráulica), un método muy cuestionado por su impacto ambiental.

Si los consumidores de combustibles uruguayos no han visto una rebaja en el precio es por los despilfarros e ineficiencias de Ancap y los altos impuestos.

Claro que disponer de petróleo es un privilegio. Pero la calidad de vida es otro asunto y depende de otras cosas. La auténtica ventaja es la diversidad en vez del monocultivo, y la cultura de trabajo y la innovación tecnológica antes que las materias primas. Miren a Alemania, o a Japón, que ni siquiera tiene autoabastecimiento de arroz.

Es muy probable que Uruguay cuente con petróleo en algunas zonas en torno a la cuchilla de Haedo, desde Piedra Sola a Salto. Sería barato de extraer aunque escaso. Si además hubiera petróleo en el mar territorial, donde la búsqueda hasta ahora ha fracasado, sería mucho más caro. Extraer un barril desde 4.000 o 6.000 metros debajo de la superficie costaría entre 35 y 75 dólares, cuando hoy en el mercado está a unos 47 dólares, un precio de ganga.

Fuente: El Observador



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