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lunes, 6 de abril de 2015

LIMPIEZA. NO TE PASES DE BAÑOS

El exceso de baños puede ser tan perjudicial como la falta del mismo. ¿Por qué? En pieles alípicas (deshidratadas) y en las personas muy adultas (quienes suelen tener la secreción sebácea disminuida) ducharse en demasía "tiende a aumentar la sequedad de la piel", explica la dermatóloga Lidice Dufrechou, lo que "puede contribuir al desarrollo de fenómenos alérgicos y a la generación de prurito".



Además, el aseo demasiado frecuente destruye las barreras protectoras de la dermis, "lo que rompe el mito de las personas que creen que entre más limpios, más protegidos están contra los microorganismos que atacan la piel", ha señalado el dermatólogo salvadoreño José Raúl González, quien es una referencia en el tema.

Eso sí, aclaran los especialistas, tampoco hay que pasarse para el otro lado. El baño poco frecuente produce sobrecolonización de la piel por agentes bacterianos, ácaros y hongos que facilitan "el aumento de infecciones", destaca Dufrechou.

Aunque parezca una contradicción, cuanto más tiempo se pasa debajo del agua, la piel más se reseca. La sugerencia, por tanto, son baños cortos de cinco a diez minutos. En lo posible no debe realizarse más de una vez al día y, de hacerlo, el aseo de la mañana tiene que ser secundario (solo pasarse jabón en las zonas de mayor sudoración y acumulación de suciedad).


Para mantener la máxima humedad posible, deben cerrarse tanto la puerta de la habitación como la cortina de la ducha. Al finalizar el baño, hay que secar la piel de manera delicada, dando pequeños golpes con la toalla y no refregar. Y, de ser posible, utilizar crema hidratante antes de que pasen 15 minutos de haber terminado de ducharse.

El agua tiene que estar tibia, más fría que caliente. En el entorno de los 34 grados, apenas por debajo de la temperatura normal del cuerpo, es lo aconsejable, asegura Mariela Álvarez, docente de Dermatología de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República. Corroborar que el espejo no se empañe, que no haya exceso de vapor y que la piel no se ponga colorada son buenas formas de medir la temperatura sin un termómetro a mano.

Pero no es solo cuestión de piel. El organismo humano está a unos 36 grados, por lo que un baño a más de 40 grados "puede generar una baja muy brusca de la presión arterial", dice el cardiólogo Mario Zelarayán, actual médico del presidente Tabaré Vázquez. A la inversa, el agua "muy fría es perjudicial para quienes tienen hipertensión".

Lo importante a nivel cardíaco, explica el especialista, es realizar baños cortos, de no más de diez minutos. Funciona la misma lógica que cuando acude a un centro termal o a un jacuzzi un paciente con patologías cardíacas. Es importante, además, "tomar mucha agua y refrigerar el cuerpo".

Hacer un uso racional del baño, apunta Laura, no sólo evita el malgasto de agua (se estima que en una ducha de diez minutos se gastan 100 litros y que cerrar el grifo mientras uno se enjabona ahorraría hasta un 25%), es una "cuestión de salud".
Calidad más que rutina.

Parece un acto de rutina, simple y que no requiere demasiada atención. Pero detrás del modo y la frecuencia del baño se ponen en juego desde concepciones filosóficas hasta la propia salud. No hay recetas mágicas. De hecho, a ciencia cierta aún no se determinó cuál es la asiduidad ideal de aseos por semana. Aun así, los dermatólogos coinciden en que debe atenderse a cada persona en particular. En especial, deben prestarse atención a quienes tienes dermatitis atópica (una enfermedad que afecta a entre el 10% y el 20% de la población mundial), a los recién nacidos y a los adultos mayores (tienen menos lubricada la piel). En esos casos importa, además de la frecuencia, la duración, el tipo de jabón y la temperatura del agua.
Una cuestión de energía.

Para Laura (50), quien suele bañarse una o dos veces por semana, ducharse es sinónimo de "cambiar la energía". Para quienes viven en la ciudad, comenta, "llegar a la casa después del trabajo y bañarse es un toque de vitalidad". Es que más allá de la limpieza física, la hora del aseo implica, también, una relajación. ¿El motivo? El agua tibia afloja la musculación, los vasos sanguíneos se dilatan y la respiración se vuelve más profunda y pausada. "Por eso cuando vuelvo de Montevideo —dice Laura que hace años optó por radicarse en el campo— tengo la necesidad de bañarme, de desconectarme".
Rito que cambia con los años.

Los niños son quienes están más propensos al desarrollo de alergias y lesiones cutáneas. Y los adultos mayores suelen tener la piel más reseca e irritable. De ahí que los dermatólogos sugieren prestar atención en las edades más extremas de la vida. En particular, el aseo de los recién nacidos es toda una aventura para los padres primerizos. Fuera de sostener la cabeza y cuidar el tipo de jabón que se utiliza (sin perfumes, en poca cantidad, sin generar muchas burbujas y sin usar esponja) lo más importante, dicen, es estar atento en todo momento. No hay que atender el teléfono ni dejar una comida en el horno; es que los accidentes pueden suceder en un instante. Luego, los niños van creciendo y con la edad también se le hace más difícil al adulto responsable convencer al pequeño de que es hora de la ducha. La Asociación Americana de Dermatología sugiere incentivar el juego y que el niño sienta la actividad como un placer. Incluso hay libros diseñados para disfrutar en el agua. Además, se aconseja enseñar al niño cómo debe lavarse cada parte del cuerpo. Desde los 6 a los 11 años "no es estrictamente necesario el baño diario", dice la dermatóloga Lidice Dufrechou. A esa edad "dos veces por semana sería suficiente", siempre contemplando las actividades en las que el niño pueda ensuciarse o transpirar. "Durante y luego de la pubertad —aclara la médica— el baño debe ser diario y la limpieza del rostro dos veces al día".

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