Ángel González no para de sonreír desde que salió del penal de Dixon, en las afueras de Chicago, la noche del martes 9 de marzo 2015, tras ser exonerado de un crimen que no cometió, pero que le ha hecho pasar 20 años en prisión. La mitad de la vida de este hombre de origen mexicano acusado en 1994 de violar a una mujer. Una prueba de ADN le ha dado la libertad tras luchar por su inocencia durante dos décadas.
La amplia sonrisa que González acaba de recuperar, junto a su libertad, revela un hueco en su dentadura. A los 41 años, su mirada es también más seria que cuando fue detenido a los 20. Demasiado han visto esos ojos desde entonces. Aun así, González asegura que no guarda resentimientos ni amargura por la media vida perdida a causa de un crimen que jamás cometió.
"Cuando te encuentras en ese lugar y pasan cosas en tu vida sobre las que no tienes control, no puedes amargarte, tienes que buscar la fuerza para seguir luchando, para que no te dobleguen", explicó este miércoles en la cadena MSNBC. Su inglés es ahora fluido. No como cuando, una noche de julio de 1994, fue arrestado porque su coche se parecía al que habían usado los dos hombres que se llevaron a una mujer de su apartamento para violarla.
No sirvió de nada que González guardara muy poco parecido con la descripción de los violadores proporcionada por la víctima, que esta le reconociera en condiciones precarias, que careciera de antecedentes penales y que hasta cuatro testigos confirmaran durante el juicio que González y su novia estaban en la casa de la hermana de esta. Acabó siendo condenado a 40 años de cárcel.
La organización sin ánimo de lucro Innocence Project tomó su caso en 2012. Ha acabado logrando su liberación al conseguir que se realizaran nuevos análisis de ADN a las pruebas que confirmaron la inocencia de González.
Desde Innocence Project no se atreven a aseverar que el hecho de que González fuera hispano fuera el factor decisivo a la hora condenarlo. Para la organización dedicada a buscar exonerar a presos encarcelados erróneamente, este caso demuestra la necesidad de cambiar los procedimientos de identificación de los testigos, y ahí el tema de la raza sí desempeña un papel importante.
“Numerosos estudios demuestran que la identificación interracial -cuando el testigo o víctima es de raza distinta de la persona que se le muestra como posible autor de los hechos- son especialmente poco fiables”, señala Peter Cates, del Innocence Project. En el caso de González, se añaden las condiciones precarias en que se produjo la identificación.
“González, que es hispano, fue presentado a la víctima, que es blanca, esposado y a la luz de los faros de un vehículo mientras la víctima estaba sentada en el asiento trasero de otro coche patrulla”, recordó Cates por correo electrónico. “Y en el juicio, uno de los agentes admitió que, una vez que se realizó la identificación, ninguna prueba habría cambiado su opinión” sobre los hechos, agregó. “Si la policía hubiera estado más abierta a la posibilidad de que la identificación no era correcta y hubiera investigado bien su coartada, posiblemente se habría podido evitar esta injusticia”.
Que la raza desempeña un papel clave en la justicia es algo que ha denunciado el propio fiscal general, Eric Holder. Él ha criticado abiertamente la desproporcionada tasa carcelaria de las minorías, sobre todo la afroamericana, en Estados Unidos.
Según el Censo, los afroamericanos -la mayor población carcelaria- son encarcelados, en promedio, cinco veces más que los blancos. En el caso de los hispanos la proporción es de dos a uno.
Dicho de otra manera: en 2012, la tasa de presos blancos por cada 100.000 habitantes era de 463. En el caso de los negros la proporción era de 2.841 y de 1.158 en el de los latinos.
Ricky Jackson, de 57 años y negro, se convirtió en noviembre en el reo estadounidense de más larga duración exonerado en la historia del país. Recuperó la libertad tras pasar 39 años en la cárcel, acusado de un asesinato sobre la base del testimonio de un niño de 12 años que más tarde reconoció que no había presenciado los hechos. En un principio Jackson había sido condenado a muerte, aunque la pena fue conmutada por un error de procedimiento.
En el caso de González, a su largo encarcelamiento se suma otra injusticia: cuando fue apresado, estaba en pleno proceso para obtener la residencia en EE UU.
“Además de haber pasado 20 años en prisión por un crimen que no cometió, él a estas alturas sería un ciudadano naturalizado, como el resto de su familia”, recordó su abogada, Vanessa Potkin. Las autoridades estadounidenses han asegurado que González no será detenido para su posterior deportación, como sucede con presos indocumentados cuando cumplen su sentencia. Potkin dijo confiar en que González también logrará revertir este segundo revés y obtener los papeles que faciliten su reintegración en la nueva vida que ahora comienza.
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