El
Frente Amplio (FA) ha decidido jerarquizar en su campaña hacia las
elecciones de octubre el objetivo de obtener la mayoría en ambas cámaras
parlamentarias. El Partido Independiente (PI), a la inversa, destaca su
intención de impedir que el FA llegue a esa meta. Esto resulta
relativamente cómodo para ambos partidos porque tienen, respectivamente,
la mayor y la menor chance de ganar las presidenciales. En cambio,
establece un terreno resbaladizo para blancos y colorados.
El pequeño PI asume sin drama que de ningún modo logrará la cantidad de legisladores necesaria para convertir proyectos en leyes, pero eso se aplica también, aunque no lo reconozcan, a los partidos Colorado y Nacional.
El FA gobierna el país desde 2005, pero es el lema más votado desde los comicios de 1999 y todas las encuestas indican que se mantendrá en esa posición este año. Cabe la posibilidad de que no llegue a contar en la próxima legislatura con 16 senadores y 50 diputados, pero su bancada será sin duda la mayor. Lo mejor que le puede ocurrir a uno de los llamados partidos tradicionales es quedar segundo en octubre y, con el apoyo del otro, competir en balotaje con el FA un mes después, pero está fuera del rango de lo previsible que alguna de las fuerzas políticas opositoras obtenga mayoría parlamentaria propia: ése es un objetivo que sólo el FA está en condiciones de alcanzar.
En otras palabras, si la próxima presidencia es frenteamplista, puede verse obligada a buscar alianzas en el Parlamento. Si es blanca o colorada, seguramente deberá buscarlas. Y quizá no sólo en el marco del Partido de la Concertación: incluso podría suceder que el FA lograra mayoría parlamentaria y luego perdiera en la segunda vuelta (como pudo haber ocurrido en las elecciones de 2009, cuando José Mujica y Luis Alberto Lacalle fueron a balotaje luego de que el predominio del FA en ambas cámaras estuvo definido).
Pero aun si esas alianzas no requirieran acuerdos con frenteamplistas, ¿es evidente que el Partido Colorado y el Nacional pueden formar una mayoría parlamentaria sin fisuras?
El electorado de esos partidos incluye cada vez a más personas que ante todo desean que el FA deje de gobernar el país, a las que les resulta indistinto, con tal propósito, votar a Jorge Larrañaga o a Pedro Bordaberry, pero eso no significa que Bordaberry y Larrañaga sean o representen lo mismo. No es difícil descubrir más de siete diferencias entre ellos, y la primera que puede saltar a la vista corresponde a sus posiciones en relación con la propuesta de baja de la edad de imputabilidad penal, el eje conceptual más relevante que ha logrado introducir la oposición en el panorama de la competencia entre partidos.
Y si se prefiere comparar a Bordaberry y Luis Lacalle Pou, que en principio presentan más semejanzas (y que probablemente disputan directamente intenciones de voto), basta con ver lo que ocurrió en estos días a raíz de las denuncias de daño intencional a contenedores en Montevideo para comprobar cuán fraternas son las relaciones entre ambos dirigentes.
En todo caso, el antecedente más reciente de una coalición entre los lemas tradicionales se remonta a los tiempos del mandato de Jorge Batlle, y cuando las papas quemaron con la crisis de 2002 no se puede decir que el apoyo blanco haya sido inconmovible, ya que en octubre de ese año el Honorable Directorio del Partido Nacional resolvió retirar a sus ministros (que eran Sergio Abreu, Álvaro Alonso, Carlos Cat, Antonio Mercader y Jaime Trobo) y Larrañaga se había rehusado desde el comienzo del período a que su sector participara en el Poder Ejecutivo, ubicándose en una posición de distancia crítica que le resultó muy útil para consolidarse como relevo de Luis Alberto Lacalle.
El Plenario Nacional del FA, reunido el fin de semana, aprobó un plan político en el cual, además de manifestar la intención de “colocar en el centro del debate político la cuestión de las mayorías parlamentarias”, ubica a ésta en un marco de “confrontación de proyectos con la derecha en todos los campos” y asume que enfrenta a “un bloque conservador, que con matices, con énfasis diferentes en algunos asuntos relevantes, forma parte de una alianza estratégica con el propósito de desplazar al FA del gobierno y restaurar el viejo y perimido proyecto concentrador y excluyente”.
Desde la conducción de la campaña frenteamplista, y justamente con miras a la obtención de las mentadas mayorías, puede ser provechoso enfatizar lo que tiene “la derecha” de “bloque” y “alianza estratégica”, pero también es cierto que los “matices” entre blancos y colorados, así como sus “énfasis diferentes en algunos asuntos relevantes”, existen y merecen ser tenidos en cuenta. Sobre todo al considerar en qué medida ese presunto bloque puede actuar como tal y garantizar la gobernabilidad de un país en el cual el FA siga siendo, por lejos, el mayor partido.
El pequeño PI asume sin drama que de ningún modo logrará la cantidad de legisladores necesaria para convertir proyectos en leyes, pero eso se aplica también, aunque no lo reconozcan, a los partidos Colorado y Nacional.
El FA gobierna el país desde 2005, pero es el lema más votado desde los comicios de 1999 y todas las encuestas indican que se mantendrá en esa posición este año. Cabe la posibilidad de que no llegue a contar en la próxima legislatura con 16 senadores y 50 diputados, pero su bancada será sin duda la mayor. Lo mejor que le puede ocurrir a uno de los llamados partidos tradicionales es quedar segundo en octubre y, con el apoyo del otro, competir en balotaje con el FA un mes después, pero está fuera del rango de lo previsible que alguna de las fuerzas políticas opositoras obtenga mayoría parlamentaria propia: ése es un objetivo que sólo el FA está en condiciones de alcanzar.
En otras palabras, si la próxima presidencia es frenteamplista, puede verse obligada a buscar alianzas en el Parlamento. Si es blanca o colorada, seguramente deberá buscarlas. Y quizá no sólo en el marco del Partido de la Concertación: incluso podría suceder que el FA lograra mayoría parlamentaria y luego perdiera en la segunda vuelta (como pudo haber ocurrido en las elecciones de 2009, cuando José Mujica y Luis Alberto Lacalle fueron a balotaje luego de que el predominio del FA en ambas cámaras estuvo definido).
Pero aun si esas alianzas no requirieran acuerdos con frenteamplistas, ¿es evidente que el Partido Colorado y el Nacional pueden formar una mayoría parlamentaria sin fisuras?
El electorado de esos partidos incluye cada vez a más personas que ante todo desean que el FA deje de gobernar el país, a las que les resulta indistinto, con tal propósito, votar a Jorge Larrañaga o a Pedro Bordaberry, pero eso no significa que Bordaberry y Larrañaga sean o representen lo mismo. No es difícil descubrir más de siete diferencias entre ellos, y la primera que puede saltar a la vista corresponde a sus posiciones en relación con la propuesta de baja de la edad de imputabilidad penal, el eje conceptual más relevante que ha logrado introducir la oposición en el panorama de la competencia entre partidos.
Y si se prefiere comparar a Bordaberry y Luis Lacalle Pou, que en principio presentan más semejanzas (y que probablemente disputan directamente intenciones de voto), basta con ver lo que ocurrió en estos días a raíz de las denuncias de daño intencional a contenedores en Montevideo para comprobar cuán fraternas son las relaciones entre ambos dirigentes.
En todo caso, el antecedente más reciente de una coalición entre los lemas tradicionales se remonta a los tiempos del mandato de Jorge Batlle, y cuando las papas quemaron con la crisis de 2002 no se puede decir que el apoyo blanco haya sido inconmovible, ya que en octubre de ese año el Honorable Directorio del Partido Nacional resolvió retirar a sus ministros (que eran Sergio Abreu, Álvaro Alonso, Carlos Cat, Antonio Mercader y Jaime Trobo) y Larrañaga se había rehusado desde el comienzo del período a que su sector participara en el Poder Ejecutivo, ubicándose en una posición de distancia crítica que le resultó muy útil para consolidarse como relevo de Luis Alberto Lacalle.
El Plenario Nacional del FA, reunido el fin de semana, aprobó un plan político en el cual, además de manifestar la intención de “colocar en el centro del debate político la cuestión de las mayorías parlamentarias”, ubica a ésta en un marco de “confrontación de proyectos con la derecha en todos los campos” y asume que enfrenta a “un bloque conservador, que con matices, con énfasis diferentes en algunos asuntos relevantes, forma parte de una alianza estratégica con el propósito de desplazar al FA del gobierno y restaurar el viejo y perimido proyecto concentrador y excluyente”.
Desde la conducción de la campaña frenteamplista, y justamente con miras a la obtención de las mentadas mayorías, puede ser provechoso enfatizar lo que tiene “la derecha” de “bloque” y “alianza estratégica”, pero también es cierto que los “matices” entre blancos y colorados, así como sus “énfasis diferentes en algunos asuntos relevantes”, existen y merecen ser tenidos en cuenta. Sobre todo al considerar en qué medida ese presunto bloque puede actuar como tal y garantizar la gobernabilidad de un país en el cual el FA siga siendo, por lejos, el mayor partido.
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