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lunes, 10 de febrero de 2014

LA OPINION DEL PROFESOR EMILIO CAFASSI: NOS HABIAMOS ARMADO TANTO

Al interior del Frente Amplio uruguayo viene desarrollándose una muy poco aceitada polémica en torno a la magnitud de las FFAA del país, de su presupuesto y de las prioridades tanto monetarias como de realizaciones de gestión, que ha vuelto a crujir como puerta desvencijada en los últimos días. En mi opinión el deterioro por antigüedad y apolillamientos reclama mucho más que una simple lubricación de bisagras. 



Más bien una sustitución con marco y todo, considerando la importancia del ambiente al que se accede por tal puerta, los enseres que guarda y los personajes que lo habitan. No es cosa de estos días, ni exclusivamente una querella interna de naturaleza prioritariamente económica. Podríamos remontarnos inclusive a abril de 1989 cuando la ciudadanía convalidó el más abyecto de los privilegios a la casta burocrática militar que es el de la impunidad, ratificado luego en 2009 por el mismo soberano, y -como si fuera poco- corroborado el año pasado, superando la sinuosidad previa, por la Suprema Corte de (in)Justicia, dictaminante serial de inconstitucionalidades y experta en traslados administrativos de juezas y jueces que aún investigan el horror. 

En apariencia, nada de lo evocado alude al cruce último de opiniones salvo por el hecho de que la convalidación del statu quo resulta uno de los polos polémicos en juego. Sobre la arena dialéctica reciente se confrontan hoy las nociones de privilegio y desigualdad, desde el crimen al salario, desde la utilidad funcional hasta las jubilaciones.

Hace ya casi dos años, la comisión de presupuesto del senado debatió la magnitud de la porción que le correspondía a Defensa y recomendó no cubrir las vacantes castrenses que se produjeran, aunque el rédito económico de esta medida quedó licuado por la recomposición salarial. También la mesa política del FA discutió el tema en 2012, probablemente incentivada por una carta que le enviara la actual precandidata presidencial Constanza Moreira. 

En el último congreso del FA, tanto la magnitud del presupuesto (educativo y de defensa) cuanto el exclusivo privilegio previsional del que gozan los militares fueron parte de la agenda. En ocasión de escribir sobre aquel congreso, no contaba con detalles que el relato de actores fundamentales elucidaron posteriormente, sobre las intervenciones nocturnas (entre una jornada y otra) de altos dirigentes con el objeto de rectificar u obliterar acuerdos programáticos previos de carácter transformador, el más visible de los cuales resultó el de la exigencia de llegar a un 6 % del PBI para educación. 

Acordado previamente por mayoría de partidos integrantes y tratado en comisiones el primer día, quedó diluido a la postre en la sesión plenaria del día siguiente, mediante la ternura sintáctico-escolar de las “buenas intenciones”.

Esta confrontación a la que refiero tuvo su origen en un artículo publicado por el grupo “Ir”, una novel agregación política que se integra al FA, en el que retomando el propósito de llegar al 6 % del PBI para la educación, realizaron una tabla comparativa de gastos en defensa en distintos países, exhibiendo la alta proporción uruguaya. 

Inmediatamente el diputado del partido “Asamblea Uruguay” Alfredo Asti les espetó el peyorativo remoquete de “voluntaristas seudoradicales”. Aunque lo fueran, cosa que no comparto, el diputado debería alegrarse por la presencia de un nuevo grupo frentista que además expone sus propuestas, aunque discrepe con ellas. No los conozco lo suficiente pero infiero que es altísimamente probable que de no haberse constituido como un grupo independiente no estarían integrando las filas de “Asamblea Uruguay” en las que milita Asti. 

Pero imagino que no piensa sólo en su más estrecho núcleo de pertenencia sino en todo el FA. 

Los fundadores de “Ir” podrían estar viviendo en la privacidad de sus hogares, o militando en movimientos sociales orientados hacia demandas puntuales mientras que hoy integran las mismas filas políticas que disputan un tercer gobierno progresista y empujan igual que los otros por la construcción de un FA unitario en la diversidad, como lo ha sido siempre a lo largo de su historia. 

El diputado tiene ahora más fuerzas para tirar del carro político al que está subido, pero no por ello bueyes sumisos. Merecen por tanto respeto y calurosa bienvenida, con o sin disidencias, como cualquier compañero/a que se sume desde su trayectoria e identidad. Proporcional descalificación por parte del actual ministro Fernández Huidobro recibió la senadora Moreira, cuando en una columna reiteró algunos lineamientos de sus propuestas en materia de política de defensa, ya conocidos en los antecedentes a los que aludí. 

Esta vez el insulto espetado fue el de “ignorante”. Cierto es que los adjetivos desdeñosos fueron lanzados oralmente frente a cazadores de titulares, pero a esta altura quienes tienen responsabilidades públicas deberían haber aprendido a ignorar el cebo envenenado de las provocaciones y las trampas del amarillismo y a priorizar la producción crítica y la disidencia por sobre la avenencia. Tampoco se me escapa que es mucho más fácil, más libre y creativo ejercer la crítica e influencia desde el ordenamiento conceptual de la escritura que desde la improvisada oralidad, desde la independencia que desde el encuadramiento, desde la ausencia de responsabilidades que desde funciones de gobierno, como es el caso de quién suscribe. 

En su doble acepción extraño además las viejas contratapas de Huidobro en este diario, tanto como las de Constanza y -ya que estamos- las contratapas mismas como espacio analítico por excelencia. La pluma del hoy ministro, nunca exenta de oraciones breves, aserciones filosas y cierto encanto literario jamás podrá ser reemplazada por mandoble microfónico alguno. 

Tampoco el mejor discurso de la hoy precandidata presidencial reemplazará sus escritos, porque retórica y literatura son géneros diferentes aunque emparentados. Sin embargo, creo que es esta última quién mejor expresa aggiornadamente, tanto con la digitación de un teclado como con la palabra, los impulsos motrices de la transformación anhelada en aquel ´71 fundacional del FA.

Me consta por varios textos pretéritos que el Ministro no ignora aspectos técnicos de la “cuestión militar”, pero haría bien en recordar la tesis 11 sobre Feuerbach en la que el joven Marx criticaba a los filósofos (sustitúyase hoy por expertos) que hasta entonces no habían hecho más que interpretar el mundo (sustitúyase por problemas de defensa) cuando de lo que se trata es de transformarlo. 

No niego que en muchos aspectos del régimen capitalista (políticos, sociales e inclusive militares) haya algunas cosas para conservar. Pero ¿todo debe continuar tal como está? ¿Para esto conquistamos el poder político? No hay ignorantes en esta disputa, sino emergentes de estrategias opuestas, no exentas en algún caso de la infición de intereses corporativos. Jamás leí -o escuché- de la senadora la afirmación de que las FFAA no sirvan para nada, aserción que aparentemente le atribuiría Huidobro. Sin llegar a tal extremo, yo sí me encuentro más próximo a lo que se caricaturiza. 

Al menos, tal como están y sobre las funciones que cumplen y los costos que suponen. Y mucho más aún, respecto a las deudas sociales que un futuro gobierno progresista debe afrontar, para cuyo cumplimiento las FFAA actuales son un obstáculo, o a lo sumo una moratoria.

No creo que –aún en ausencia de una estrategia subcontinental común- haya que desatender la seguridad informática del Estado. Ni menos aún dejar de custodiar la riqueza ictícola de las 350 millas náuticas desde la costa marina o fluvial (82 % del territorio terrestre), ni los posibles yacimientos energéticos bajo su lecho. 

Tampoco el espacio aéreo ni terrestre (mientras existan absurdas fronteras por dilación en la integración económica y social) por dónde puede filtrarse toda clase de contrabando de mercancías de consumo legal o ilegal, de lavado de dinero y fraudes varios, entre otras tareas de tutela de la soberanía, fundamentalmente económica. También será indispensable contar con la mejor previsión climatológica posible y de vigilancia satelital. 

Pero la convergencia de estas necesidades con la existencia fáctica de las FFAA no puede llevar a suponer mecánicamente que las satisface. Por el contrario, buena parte de esas funciones las cumplirían mejor científicos civiles especializados en cada área, desarrolladores y controladores de drones y robots, de radares y scanners, formados en universidades dónde la especificidad se combina con la universalidad del conocimiento.

Pero además de los costos salariales y previsionales de esta suerte de “seguro de paro encubierto”, también los uruguayos invierten en formación. Por ejemplo un piloto, que obligatoriamente debe hacer un mínimo de 60 horas anuales de vuelo y que para llegar a comandante requiere de unas 1.000 horas como mínimo, les cuesta además del magro salario unos U$S 100 sólo de combustible además de inspecciones y reparaciones por desgaste de las aeronaves. 

Se estima que la compañía aérea panameña Copa airlines tiene 60 pilotos uruguayos, algunos de los cuales provienen del desastre de Pluna y el resto son militares. Siguiendo con el ejemplo de los pilotos aéreos, aun suponiendo que no migre a la aviación privada y que haya comenzado su formación a los 20 años, al computarse doble antigüedad por riesgo de vida, el oficial se jubilaría a los 38 años con el rango inmediatamente superior y el 100 % de sus haberes y quedaría liberado con unas 2.000 horas de vuelo en el acervo de su experiencia, para delicia de al menos 20 años más de servicio en alguna línea aérea extranjera. 

Me consta personalmente que, por caso, los oficiales que custodian el parque Santa Teresa (un camping estatal en Rocha) son expertos en equinos. En breves incursiones por la náutica, he cruzado a más de un marino con magistral experticia en vela. 


En esta etapa, a la vieja crítica de las armas, habrá que oponerle las nuevas armas de la crítica.

 Emilio Cafassi
Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar


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