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viernes, 10 de enero de 2014

BIRMANIA: LAS MINORIAS BUSCAN NO SER APLASTADAS

Las calles de Laiza están tomadas por guerrilleros armados hasta los dientes con ametralladoras, lanzagranadas, y piezas de artillería. Y en los campos de entrenamiento de los alrededores cientos de reclutas vestidos con chándales raídos y calzados con chancletas de plástico juran a gritos dar sus vidas en una lucha que dura ya más de seis décadas. Sin duda, este pequeño pueblo de la frontera de Birmania con China, controlado por el Ejército Independentista Kachin (KIA), es un buen ejemplo del polvorín étnico que es el país, rebautizado como Myanmar.


Porque en las casas ya no solo ondea la enseña del KIA. Junto a los dos sables sobre fondo rojo y verde cuelgan estos días las banderas de los otros 18 grupos étnicos armados que combaten al Gobierno del país y que controlan zonas estratégicas del territorio. Algunos obtienen sus recursos de las minas de oro y de jade, otros del cultivo del opio. Han estado tradicionalmente divididos, pero, la semana pasada, por primera vez desde la independencia del imperio británico en 1948, los diferentes grupos insurgentes se sentaron a la mesa en un congreso para tratar de alcanzar el viejo objetivo de crear un frente común, sentar las bases de una estrategia política unificada, y potenciar su participación en el esperanzador proceso de democratización que augura una nueva era para el país. Al fin y al cabo, dicen que la unión hace la fuerza.

Los guerrilleros, muchos de los cuales combatieron a los japoneses junto a las tropas británicas en la esperanza de conseguir un Estado independiente para su etnia, han firmado un acuerdo del que solo se ha descolgado un grupo, y ahora se reúnen en la capital del estado Kachin, Myitkyna, con el negociador jefe para la paz del Gobierno, Aung Min. Exigen que por lo menos se cumpla una antigua promesa. "El objetivo final es la modificación de la Constitución y la declaración del Estado federal, algo que prometió el propio fundador de la patria [Aung San, padre de la actual líder de la oposición Aung San Suu Kyi]. No aceptaremos nada menos", explica Dau Hka, miembro del Consejo Técnico del Gobierno Kachin (KIO).

Conscientes de que los casi 100.000 guerrilleros que suman estos grupos armados son un contundente elemento de presión, los guerrilleros lanzan una advertencia: "No puede haber democracia en Birmania si no se tienen en cuenta las demandas de las minorías étnicas. Y sin democracia no habrá prosperidad", sentencia Dau Hka. "Así que tenemos que aprovechar esta oportunidad única para beneficiar a todos los habitantes de Birmania".

Pero no será fácil aprovecharla. La Constitución aprobada en 2008 reserva 56 de los 224 escaños del Parlamento a los militares birmanos, que continúan lanzando ataques contra grupos como el KIA, y ni siquiera Aung San Suu Kyi parece tener entre sus prioridades la paz con las minorías étnicas. De hecho, la Dama cada vez se pronuncia menos al respecto. Y eso que en estados como el de Kachin (en el norte) la situación es crítica.

"Una cosa son las palabras bonitas con las que el Gobierno engatusa a la comunidad internacional, y otra muy diferente lo que sucede sobre el terreno", afirma Labang Dai Pisa, director de los improvisados campos de refugiados que acogen a unos 82.000 desplazados internos de la etnia Kachin. "La brutalidad que mueve a los militares birmanos es inimaginable. Continúan arrasando pueblos enteros, donde las mujeres son violadas y las viviendas saqueadas o destruidas. El mundo no sabe lo que sucede aquí, y, lo que es todavía peor, ni siquiera los birmanos lo saben. Han tomado nuestra tierra por la fuerza, así que, aunque apostemos por la vía política, si no hay acuerdo tendremos que seguir luchando con las armas". De ahí que, a puerta cerrada, los diferentes grupos guerrilleros también hayan analizando estrategias militares.

"Hasta ahora el Gobierno birmano ha sido muy inteligente y ha sabido explotar al máximo la estrategia del divide y vencerás. Mientras negociaban la paz con unos grupos -el actual presidente, Thein Sein, ha acordado el alto al fuego con 14 desde que asumió el cargo en 2011-, aprovechaban para concentrar sus recursos militares en el ataque a otros. Además, juegan la baza del auge económico para enfrentarnos los unos a los otros", analiza Shwe Auk, oficial del ejército rebelde de Arakan. "Si ahora conseguimos superar nuestras diferencias y hacer piña tendremos muchas más posibilidades de éxito".

Pero tampoco faltan las dificultades en la consecución de ese objetivo. A pesar del acuerdo firmado en Laiza, los grupos armados han formado dos bloques: por un lado está la mayoría, liderada por la Unión Nacional Karen (KNU) y dispuesta a firmar el alto al fuego a nivel nacional propuesto por el Gobierno central; por el otro, hay tres o cuatro grupos que, en línea con lo que propone el KIO -anfitrión del acontecimiento-, abogan por una línea más dura y mayores exigencias para dar descanso a las armas. El problema de esa postura está, como apunta un militar del propio KIA que prefiere no ser nombrado, "en la imposibilidad de derrotar al Ejército birmano".

De hecho, muchos temen que el renacer económico de Birmania, cuyas sanciones Estados Unidos y Europa han levantado casi por completo tras las muestras de apertura democrática, fortalezca aún más al Ejército. "Su capacidad destructiva se demostró en diciembre cuando bombardeó la ciudad en la que estamos ahora. Solo la mala reputación que ello conllevaría impide que los militares provoquen una masacre en las filas de los grupos armados", reconoce el miembro del KIA.

A pesar de las evidentes dificultades existentes, los líderes étnicos que negocian ahora los 15 puntos del acuerdo propuesto por el Gobierno se muestran optimistas. Y los ciudadanos también. "Queremos la paz. Será beneficiosa para todos nosotros. Pero se tienen que respetar los derechos de los diferentes pueblos que vivimos en Birmania", explica Zaw Hlaing, propietario de una pequeña tienda de comestibles. "Claro que las exigencias no pueden ser sólo en una dirección. También pedimos a los líderes étnicos que sean conscientes de la responsabilidad que tienen, encuentren puntos en común, y sepan negociar con el Gobierno". Si las conversaciones llegan a buen puerto, Birmania podría silenciar las armas en todo el territorio por primera vez

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