Además de conceder un mayor número de visados para turistas, Corea del Norte permitió la entrada de varios grupos de periodistas, sobre todo de televisión, para deslumbrarlos con los actos programados y con la nueva cara que luce Pyongyang, donde cada vez hay más coches y más móviles (pero sin internet).
Entre las celebraciones destacaron el desfile militar y los Juegos de Gimnasia Masiva Arirang, una especie de ceremonia olímpica de la propaganda del régimen que sólo es posible en Corea del Norte. Mientras compañías de acróbatas y bailarines escenifican de forma sincronizada espectaculares coreografías en el gigantesco Estadio Primero de Mayo, miles de personas dibujaron con carteles murales propagandísticos que ocupan totalmente una de sus gradas.
Un espectáculo asombroso, tal y como pudo comprobar este corresponsal en 2007, pero también la más clara metáfora de la megalomanía del siniestro régimen norcoreano, que acaba reduciendo a sus ciudadanos a un diminuto píxel para solaz de sus dirigentes e invitados.
Al margen de dichas imágenes, hay otras que reflejan mucho mejor la cruda realidad del país pero que, precisamente por eso, la propaganda no quiere enseñar. Como pudo ver este corresponsal durante su segundo viaje a Corea del Norte el pasado mes de abril, es el caso de las brigadas ciudadanas que, formadas incluso por niños, trabajan en las carreteras con rudimentarias herramientas de madera o hasta acarreando piedras con las manos.
Mientras los campesinos aran la tierra con bueyes por falta de tractores o de gasolina, los altos cargos del Partido de los Trabajadores y del Ejército viajan en Mercedes, Audis A4 y Volkswagen Passat traídos de China, burlando las sanciones de la ONU contra los ensayos nucleares de Corea del Norte. Es la misma ruta que siguen la carne de Australia congelada, las latas de Pepsi-Cola y el coñac Hennessy que se vende a 250 euros al cambio no oficial en algunos supermercados para la élite del régimen.
Al cambio oficial, el sueldo medio de los funcionarios estatales es de 3.000 won al mes (15 euros) y, según la lógica comunista, debería bastar para adquirir los productos básicos subsidiados por el Gobierno, que cada mes entrega a los empleados públicos 14 kilos de arroz y 28 a los oficiales del Ejército.
Pero en los últimos años se ha impuesto la economía de mercado por la entrada de divisas y todo tipo de artículos importados de China, que se comercializan abiertamente a precios astronómicos en tiendas y supermercados. Como consecuencia, ha florecido un mercado no oficial, pero real, que cambia el euro a unos 8.000 won. En el Almacén Número 1 de Pyongyang, eso es lo que cuesta una bolsa de detergente.
Pero también algo menos de lo que vale una Coca-Cola en la cafetería Pyolmuri, donde los comensales dan buena cuenta de sus raciones de gambas, pizzas y vino tinto con el pin de los Kim en la solapa y paquetes de Marlboro y Camel sobre la mesa.
Sobornos
En cuanto el régimen de Kim Jong-un ha abierto un poco la mano en lo económico, el dinero ha encontrado su modo de abrirse paso, ya sea gracias a las divisas que envía el medio millón de norcoreanos emigrantes en Japón o con los sobornos a los funcionarios y oficiales del Ejército, que controlan todos los negocios. «Sólo con sus salarios, los funcionarios no pueden sobrevivir ni tener móviles, así que aceptan sobornos», nos explica por correo electrónico desde Seúl Jung Gwang Il, un antiguo militar que trabajaba en una empresa estatal y desertó a China, y luego a Corea del Sur, tras pasarse tres años en un campo de reeducación.
En una tienda frente a la estación de Pyongyang también hay ordenadores portátiles Sony a 850 dólares y pantallas de televisión Sanyo a 380, un lujo inalcanzable para las mujeres que lavan la ropa en los ríos y los campesinos de las cooperativas estatales, que ahora pueden cultivar verduras en los patios de sus casas y venderlas en los mercados locales. Con el dinero logrado, y dando un tímido paso hacia el capitalismo, compran otros productos que luego revenden en sus pueblos.
Aunque sus movimientos están controlados por los puestos del Ejército, que les impiden salir de su distrito y viajar a otras ciudades, un hormiguero humano pulula por los arcenes acarreando pesados bultos sobre sus espaldas o en sus bicicletas, que se han convertido en el nuevo vehículo del pueblo como hace medio siglo en la China de Mao. Tampoco faltan quienes transportan fardos de leña para calentarse con hogueras por falta de electricidad, reducida a unas pocas horas al día pese a los fuegos artificiales con que Corea del Norte celebra el 60 aniversario del fin de la guerra como si la hubiera ganado.
Pablo M. Díez
Fuente:ABC
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