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viernes, 9 de agosto de 2013

LA OPINION DE SOLEDAD PLATERO: CUANDO LAS MAYORÍAS SE EQUIVOCAN Y LAS MINORÍAS DECIDEN

Un artículo del politólogo Oscar Botinelli publicado en el diario El Observador del 28 de julio 2013 recordaba las sensaciones que los uruguayos tienen respecto del gobierno nacional (64 % está de acuerdo con la orientación del gobierno, 79 % cree que el gobierno está mal gestionado) y recomendaba a los partidos de oposición dejar de preocuparse por criticar ideológicamente al Frente Amplio y, en cambio, concentrarse en los defectos de gestión de la administración. Eso si es que pretenden, si no ya disputar la presidencia de la República, cuando menos impedir que el Frente obtenga la mayoría parlamentaria.


Botinelli observa que los líderes de la oposición conceden 'una ventaja estratégica' al Frente Amplio cuando le juegan el partido en el terreno de la orientación, en lugar de elegir el de la gestión.

Su análisis parte de la contundencia de las cifras: si 4 de 10 blancos y 4 de 10 colorados está de acuerdo con la orientación del gobierno, ir contra esa orientación es ir contra ellos, y a favor de conservar un núcleo duro de votantes ya convencidos y cuya lealtad está garantizada.

Un espacio, en todo caso, significativo en el terreno de los posicionamientos internos, pero irrelevante (y sobre todo, inconducente) en términos de verdadera disputa electoral. Lo que deberían hacer, dice Botinelli, es no ir contra la corriente mayoritaria de votantes (esa que cree que la orientación política es buena pero la gestión es mala) sino a su favor, para pescar la mayor cantidad posible de votos en el espacio de los indecisos o los volátiles.

El consejo de Botinelli es de una claridad y una obviedad abrumadoras, en lo que dice y en lo que no dice.

Si despejáramos los supuestos, o los 'no dichos' de su enunciado, lo que tendríamos es algo más o menos así: ya que no hay grandes ejes ideológicos en los que el cuerpo electoral se sienta interpelado (como lo muestra el hecho que la gran mayoría apruebe la orientación del gobierno), no hay grandes razones para insistir en la disputa ideológica, tampoco, en el seno de los partidos.

Lo que hay que hacer para ganar votos, entonces (que los partidos existen para ganar votos parece ser, en este esquema, una premisa asumida sin dubitaciones de ningún tipo), es seguir la corriente de la opinión pública y cambiar el eje hacia el de la buena o mala gestión.

Sin embargo, hay un aspecto que no está presente en el análisis de Botinelli y que conviene tener en cuenta, y es que tal vez los líderes partidarios ya no estén tan interesados en una eventual victoria que les permita quedarse con el gobierno (a fin de cuentas, todos, quien más quien menos, deben tener claras sus limitaciones para alcanzar la presidencia de la República en este momento).

Y que, posiblemente, ni siquiera puedan dar por sentado que una gran bancada partidaria les garantizará, en términos personales, un mayor o menor suceso político en el próximo período.

Digamos que si algo ha quedado claro en los últimos años es que los legisladores ya no encuentran demasiado escandaloso desobedecer a sus autoridades partidarias y especular con su votito hasta el último minuto, arreglando en cada caso según su leal saber y entender, ya sea por convicción o por conveniencia.

Y, en rigor, hay que admitir que el recurso de resolver de espaldas a las decisiones partidarias no ha sido usado sólo por los legisladores de todos los sectores: hasta algún presidente de la República se ha dado ese lujo, y no se puede decir que el precio pagado haya sido muy alto.

Sobrarían los ejemplos de circunstancias en las que políticos con diversas investiduras actuaron a título personal (y no sólo en Uruguay: basta recordar el voto 'no positivo' del vicepresidente argentino Julio Cobos en contra de las medidas tomadas por Cristina Fernández de Kirchner, su compañera de fórmula y presidenta de la Nación, en 2008).

Como resultado han sido votadas leyes que terminan no conformando a nadie y que muestran a la clase política en general como un cuerpo de burócratas oportunistas que dejó, hace rato, de pensar políticamente. (Un cuerpo cuya gestión es mala, y cuya orientación es evanescente).

Por eso, ante la pregunta de por qué los líderes partidarios, perdida toda esperanza de disputar el gobierno, buscan hacerse fuertes en espacios definidos o minoritarios, o ante la comprobación de que apuestan a lo seguro en lugar de arriesgarse buscando lo incierto o lo volátil, es útil recordar una cosa: a la hora de los bifes, a la hora de negociar, a la hora de tener sus 15 minutos de fama, ese minúsculo espacio de poder, ese 'yo, minoría absoluta' terminará decidiendo por todos.

Soledad Platero.
Fuente: Columna publicada en Caras y Caretas del viernes 2 de agosto de 2013.

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