Calvin Wemegne Kamdem, un vecino de Alcobendas (Madrid), cuando era niño vivía en Yaundé, capital de Camerún. En su país, siempre iba a la peluquería acompañado de un amigo. Antes de irse recogían entre los dos el pelo de Calvin y este se lo llevaba a casa.
Su hermano Charles, Charles Fotso Kamdem, estudiante de Económicas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), dejaba el pelo en la peluquería.
-A mí no me importaba -dice el camerunés.
-¿Pero qué es lo que debía importarle?
-Hombre, en principio nada, pero si sabes que van a usar tu pelo para hacer brujería, da un poco de mal rollo, ¿sabes?
Tiene las cejas rubias, las pestañas rubias; el cabello y la barba rubios, cortos, rizados, como su hermano, que tiene blancas las pestañas y las cejas. Los dos tienen los ojos azules. Y los rasgos negros.
Calvin, de 26 años, es más serio. Charles, de 23, es sonriente. "Somos negros", dice el pequeño. "Somos negros de color blanco". Y se ríen los hermanos Kamdem.
No tienen melanina (el pigmento de color negro que oscurece la piel), tienen sentido del humor y una vida rara que contar para que muchos otros albinos, negros o blancos, dejen de sentirse raros y para que los ciudadanos de colores dejen de mirarlos a todos ellos, dicen, como si fuesen "extraterrestres" o guingnerous.
"Significa albino, falso blanco, en un dialecto camerunés", traduce Charles.
- El gen sagrado. Un día Charles F. Kamdem estaba bailando con una chica española, blanca, en una discoteca africana de Madrid. Llevaban un rato juntos, hablando, tomando algo, pasándoselo bien, ligando. Y ella le preguntó.
-Oye, ¿de dónde eres?
-De Camerún.
-¿Como Samuel Eto'o?
-Sí, como Eto'o -confirmó Charles.
-Anda hombre y yo soy china, ¡no te jode!
Calvin W. Kamdem fue el primero en llegar.
En 2003 emigró en avión a Madrid, donde ya vivía un hermano suyo, Roger.
Dos años después llegó Charles, otro de los 10 hijos de su padre, un comerciante modesto con dos esposas. Una de ellas tiene el gen del albinismo, una mutación que comparte con su marido; esa coincidencia genética entre hombre y mujer es la fórmula necesaria para que -en un 25% de los casos- nazca un bebé albino. Tuvieron cuatro hijos, dos negros, como ellos y dos "de color blanco".
Calvin tiene una quemadura vieja en el dorso de la mano derecha, la misma en la que lleva su anillo de matrimonio (su esposa es camerunesa, negra; aún no han tenido hijos).
Sus padres no sabían a ciencia cierta qué era un niño albino, en la familia solo se recordaba que una tía paterna había sido así, pero se sabía poco de ella o se hablaba poco de ella.
La madre de Charles y Calvin aplicaba medidas oscurantistas que alguien le murmuró cuando nacieron, como que no tomasen sal ni comiesen gambas, pero los podía mandar a por el pan a pleno sol, sin temor. Hoy Calvin tiene la mano quemada y come gambas.
En Yaundé, los otros niños les llamaban fantasmas. "Allí al albino se le considera medio mito, medio cosa rara", dice Charles, que quiere ser analista financiero, algo parecido a un fantasma, pero mejor pagado.
En el oeste y en el centro de Camerún, donde vivían los hermanos Kamdem, se cree que el albinismo es una condición sagrada, según explican.
"Piensan que si te acuestas con una chica, le das suerte", comenta Calvin, lo que no significa (al menos lo niegan) que ellos hayan intentado sacar partido del engaño. Charles, que sale con una española desde hace unos meses, suelta una carcajada. Calvin mira para otro lado, pero luego se pone serio y advierte de que esa "suerte" también es peligrosa.
"Se han dado casos de albinos a los que les han cortado el pelo o les han arrancado las uñas para dárselas a los brujos".
Calvin dice que en las zonas urbanas de su país, como su ciudad de origen, Yaundé, la situación ha mejorado en los últimos años; que los albinos ya no llaman tanto la atención como cuando él era pequeño: los niños de un barrio no lo consideraban tan sagrado y le tiraban piedras al pasar; sus compañeros de clase tampoco, y lo dejaban solo en un banco corrido.
La peor situación para los albinos de Camerún, supuestamente, se da en tres provincias del norte.
Charles y Calvin conocen una ONG de su tierra que trata de saber qué ocurre en esa región.
"Es sospechoso, allí no se encuentran albinos", afirma Calvin, que recuerda lo que le decían en el colegio los niños de aquella zona: "En mi pueblo, a los que son como tú los matamos".
Charles asiente, pero no se encuentra cómodo con el tema: "Bueno, últimamente han aparecido en los periódicos albinos que dicen que son de allí".
Una de las cosas que extrañan al encontrarse por primera vez con los hermanos Kamdem es que te miran como si hubiese algo que no acabasen de captar.
Luego se entiende por qué. "Yo tengo un 10% de visión", dice Charles. No es ciego, ve mal, pero según el baremo técnico de discapacidades se le reconoce una capacidad ocular muy corta.
Calvin también ve mal, es el problema médico más grave de los albinos, independientemente de su raza, más que la sensibilidad cutánea, que puede derivar en quemaduras serias si tu madre te manda a coger el pan a mediodía en un país tropical, por ejemplo, o incluso en cáncer de piel, cosa común si eres africano, albino y pobre, pero que se combate con eficacia si tienes dinero para comprarte cremas solares.
Calvin dejó de quemarse en España, a medida que cambió de condición social. Empezó quemándose alguna vez en las obras donde trabajó de peón, al llegar; sin papeles, 18 euros al día. Vivió con otros africanos en un piso de Vallecas.
Más tarde estuvo en un centro de acogida. Hizo dos cursos de contabilidad. Ahora vive con su hermano en un piso de Alcobendas, con papeles, es contable de una empresa informática y cobra unos 1.000 euros al mes. "En Camerún", dice, "tenía para comer, pero no para cremas". Ya no se quema.
Una situación figurada: 15 de julio en Madrid, 38 grados a la sombra, el cielo despejado. ¿Qué opinan dos albinos cameruneses del sol de la meseta?
"Son solo tres meses al año. En nuestro país son nueve, como en Canarias", razona Charles, al que sus amigos, durante el verano, prefieren llamarle "zombi", porque solo sale a la calle por la noche o procura pisar la acera lo mínimo durante el día, cubierto de crema, con gafas de sol y ropa que no absorba los rayos ultravioletas (blanca, naranja, amarilla), arrimándose a las paredes con sombra.
Durante la entrevista, en el vestíbulo de una biblioteca pública de Alcobendas, da la sensación de que la gente pasa sin fijarse en los dos negros albinos que charlan en un banco. Debe de ser solo una impresión.
Charles cuenta que suelen notar curiosidad a su alrededor: "Algunos con mucho coraje se atreven y me preguntan '¿y tú qué eres?'. Otros se van sin saber qué soy".
El metro es el lugar donde más miradas atraen. Los niños se quedan atónitos, según dicen y hay adultos que son como niños, curiosos e indiscretos.
"Al principio me molestaba mucho", recuerda Calvin; "iba con la cabeza agachada, haciéndome el dormido. Al final me cansé y me lo tomé como un juego. Ahora me divierte notar cómo me miran, juego con eso. Giro la cabeza, la vuelvo rápido y ellos se llevan un susto al ver que los veo".
Entre negros tampoco pasan inadvertidos.
"Algunos morenos", dicen, los paran por la calle para preguntarles de dónde son o los confunden con otros negros albinos, hasta con dominicanos albinos.
- Todos somos mutantes. Charles Fotso Kamdem trae un libro en la mano. Lo deja en el banco. Cuando cree que hay algo que no se está entendiendo, lo coge.
Se titula Albinismo. Una condición genética, dos realidades: España y Senegal, editado este año por ALBA, una asociación de ayuda a albinos. A veces lo abre y salta de una foto a otra para ilustrar sus explicaciones.
En el prólogo, Lluís Montoliu, un científico que lleva 18 años investigando el albinismo, define con una anécdota la verdad sin pigmentos:
"El año pasado tuve ocasión de visitar una exposición sobre el origen del hombre en Houston, Tejas. Habían logrado que Lucy, uno de los restos fósiles más famosos de nuestros antepasados que vivió en África hace más de tres millones de años, viajara a Estados Unidos de América.
Pero lo que más me impactó no fue ver por primera vez el esqueleto de Lucy sino el cártel de bienvenida de la exposición: we are all mutants (todos somos mutantes)".
Lucy fue descubierta en 1974 en Etiopía, a unos 5.500 kilómetros de Yaundé.
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