Ernesto tiene 43 años y trabaja más de 16 horas diarias como conductor de un bus en Lima. Siempre ha disfrutado su trabajo, tiene paciencia con los pasajeros y le gusta manejar. Ahora ya no. Sabe que cada jornada se expone a la muerte a manos de sicarios por no pagar extorsiones, según datos de la Policía.
“Antes
te robaban, te quitaban el celular o la producción del día. Ahora es como una
ruleta rusa: imagínate que yo salgo ahorita y me toca, me disparan y se acaba
todo”, dice Ernesto, nombre ficticio. “La gente está atemorizada”, agrega. En
el país, las extorsiones han aumentado entre 2018 y 2025 en más de 600%, según
cifras oficiales. De enero a septiembre de este año, hay 20.705 registradas.
San Juan
de Lurigancho es uno de los distritos más vulnerables. Pero a Ernesto no le
queda otra que transitarlo, porque su ruta sale de ahí y recorre toda la zona.
A veces quisiera trabajar menos, para exponerse menos; con tres o cuatro días a
la semana le alcanzaría para cubrir los gastos de su familia. Sin embargo, hace
un año compró el bus que maneja y ahora tiene que pagarlo. Sus hijos y su
esposa le piden que no salga a trabajar.
Ernesto
recuerda lo que su compañero le contó hace pocos días. “Subieron al bus a
dejarle la nota, se subieron como pasajeros normales. Luego le apuntaron en la
cabeza y lo amenazaron”. Se lo contó llorando, de impotencia, y hace ya varios
días que su amigo no sale.
Los
conductores son solo un eslabón de la cadena de extorsión que hay en el sector transporte. Son quienes reciben
las amenazas y el balazo final de los sicarios; pero no siempre son ellos los
extorsionados. Frecuentemente, a quienes están dirigidas las extorsiones es a
los dueños de las empresas.
Julio
César Raurau, delegado de la agrupación Transporte Unido del cono Este-San Juan
de Lurigancho, explica que las extorsiones comenzaron 2024: “Dejaban las balas,
la granada, pero no mataban a los conductores”. Y dice que todas las empresas
de transporte deben trabajar bajo extorsión: “El que no tenga alguna
experiencia así, sería un milagro”.
Transportistas de Lima realizan un nuevo paro ante las
extorsiones del crimen organizado
Los extorsionadores envían un mensaje al
WhatsApp de la empresa pidiendo dinero. “Usan el arma, hablan vulgaridades para
amedrentar y crean terror”, cuenta Raurau. Luego dan 24 horas para pagar: “Uno
va contando las horas, piensas si será cierto o no”. Si los empresarios no
contestan, entonces los delincuentes se suben al bus a amenazar al conductor
para que su jefe pague. Si continúan sin hacer caso, disparan al conductor a
los pocos días.
La única
forma que han encontrado las empresas de transporte para resguardar la
seguridad de sus conductores ha sido someterse ante la extorsión. “Llega un
grupo, después llega otro y después otro. Uno tiene el temor de que maten a un
conductor y cede”. Están poniendo el pecho por nosotros en un campo de
batalla”, dice Raurau.
El
transporte urbano en Perú depende de diversas empresas privadas y no está
integrado. La mayoría del dinero se mueve en efectivo. Martín Ojeda, director
de la Cámara Internacional de la Industria de Transporte, explica que eso lo
hace especialmente vulnerable: “La liquidez está entre los propietarios y el
extorsionador quiere apoderarse de esto”.
Raurau
explica que en San Juan de Lurigancho los extorsionadores pueden pedir a una
empresa un primer pago de hasta 50.000 soles (14.800 dólares) y luego 20.000
soles mensuales (5.900 dólares). En otros casos, donde el cobro es a los
conductores, piden alrededor de 10 soles (tres dólares) diarios.
El
Gobierno, hasta el momento, ha sido incapaz de detener la extorsión y el
sicariato. Pese al estado de emergencia vigente, dos conductores
han sido asesinados en la última semana.
El gremio ha llamado a otro paro nacional este 4 de
noviembre. Ricardo Valdés, director ejecutivo de la
organización CHS Alternativo, quienes investigan el tema, explica que el Estado
no tiene capacidad técnica por falta de inversión y capacitación.
Antes,
al terminar la jornada, algunos conductores se sentaban a tomar unas cervezas
en alguna bodega cercana. Ya no lo hacen, temen haber sido seguidos por los
sicarios. Sin embargo, ahí el temor no es solo de los transportistas, los
bodegueros también son víctimas. Desde 2021, un promedio de 2.000 bodegas al
año han cerrado por la extorsión, indica Andrés Choy, presidente de la
Asociación de Bodegueros del Perú.
Una
encuesta de Ipsos y CHS Alternativo, menciona que la mitad de la población de
Lima conoce al menos un negocio de su barrio que haya cerrado por la
inseguridad y la extorsión. Los sectores más afectados son el C y D: “Sectores
de emprendedores, de clase emergente, de estudiantes que han dejado la
universidad y quieren montar un negocio. Se exponen a través de las redes
sociales para poder comercializar y la información es captada por los
extorsionadores”, explica Valdés.
Los
bodegueros —cerca de 535.000 en el Perú— reciben extorsiones desde 2021. “Abrir
la bodega todos los días es un martirio”, dice Choy. “Es un terror, pero no les
queda otra porque si no venden, no comen”. En un inicio, los delincuentes
pedían cerca de 20.000 soles. “Ni vendiendo todo su negocio eran capaces de
pagarlo”, explica. Pero los mismos extorsionadores se dieron cuenta y
decidieron replantear su mecanismo para ser más eficientes. Ahora piden montos muchos
más pequeños diarios, semanales o mensuales.
“Ya no
quieren arreglar su bodega, porque creen que el delincuente lo va a ver y les
va a cobrar más caro”, dice Choy.
Artistas en la mira
Hace dos
semanas, una de las orquestas de cumbia más famosas del país, Armonía10, cantó
sobre el escenario con chalecos antibalas. Semanas atrás, otra orquesta famosa,
Agua Marina, había sido víctima de un atentado en pleno concierto. Pero
Armonía10 traía otro enorme peso encima: en marzo pasado, uno de sus cantantes,
Paul Flores, fue asesinado mientras se trasladaba de un concierto a otro. “Yo
nunca había escuchado el sonido de una bala”, cuenta Carlos, de 36 años, quien
estuvo ahí: “Ahora ya lo sé”.
Empresario de musica
víctima de extorsión en Perú.
Los
atentados a estas orquestas se suman a una lista de otros artistas asesinados
en residencias privadas, en la vía pública o buses. Carlos, nombre ficticio,
trabaja desde los 17 años en el mundo del entretenimiento. “Nos hemos
acostumbrado a vivir con miedo”, dice, “trabajamos en una industria que intenta
llevar alegría y para hacerlo tenemos que convivir con el riesgo”.
Tras la
muerte de Paul, la orquesta implementó protocolos. “Los chalecos antibalas eran
parte del requisito que los músicos y cantantes pedían para subirse al bus”,
cuenta Carlos. “No los usábamos en el escenario porque nunca pensamos que era
un riesgo. Hasta que pasó lo de Agua Marina”
Otras
orquestas grandes también lo han hecho. La mayoría ha sido capacitada por
expertos para saber cómo reaccionar, por ejemplo, ante una ráfaga de disparos.
Sin embargo, para los grupos más pequeños o artistas independientes esto es
casi imposible. Algunos, como Carlos, han dado un paso al costado, pero otros
siguen con su trabajo porque son el sostén económico de sus familias.
Como
ocurre en el transporte, los cantantes no siempre son las víctimas directas de
la extorsión. A veces los delincuentes contactan a los músicos, pero con
frecuencia las amenazas se dirigen a los promotores o dueños de los locales
donde tocan. Ahora, cuando trabajan y negocian con los promotores ya no solo le
preguntan por requerimientos técnicos: “Les preguntamos si ya pagó el cupo”,
dice Carlos. Y agrega: “Si nosotros tocamos en un evento en donde el promotor
no ha pagado, sabemos que el ataque va a ser contra nosotros”.
Los
trabajadores, de cualquier gremio, se sienten desprotegidos. Tampoco creen en
las denuncias ante la policía. “Lo que hacemos es encomendarnos a Dios y decir:
que sea lo que tenga que ser”, dice Carlos. “Mi madre decía que cuando me iba a
trabajar era como si fuese un militar que se estaba yendo a la guerra”.
1 comentario:
¿mucho policia corrupto en peru?
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