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domingo, 21 de agosto de 2022

RUSIA: LA MASACRE DE 1952 DE LOS MAS DESTACADOS JUDIOS DE ESE PAIS A MANOS DEL DICTADOR STALIN

 El 12 de agosto de 1952, 13 escritores fueron asesinados por la intolerancia del dictador soviético, hecho que quedó en la historia como la “Noche de los Poetas Asesinados” y no fueron esos los únicos judíos asesinados o enviados a campos de concentración.

Durante la Segunda Guerra Mundial el pueblo judío fue víctima de un macabro proceso de exterminio. Ese proceso no sólo se llevó millones de vidas, sino que también aniquiló casi por completo a la cultura idish. Científicos, poetas, músicos y escritores, junto a otros miles de brillantes profesionales y artistas, desaparecieron bajo las armas de Hitler borrando un legado cultural valiosísimo e imposible de reconstruir.

Sin embargo, justo antes del comienzo de la guerra, muchos judíos ya se habían asentado a lo largo de toda Europa y Asia. Esa diáspora llegó lejos, hasta el corazón mismo de la Unión Soviética. Allí prosperó una comunidad en donde millones quedaron a salvo del fuego alemán. El territorio comunista de Stalin se convirtió así en un inesperado refugio que les brindó protección en la peor época.

El antisemitismo, ampliamente documentado de Stalin se encendió abiertamente al ver que los sobrevivientes del Holocausto no se disolvían por completo dentro de la sociedad como él una vez pensó. Así, poco antes de morir, llevó a cabo en 1952 una cruel matanza dirigida hacia los máximos exponentes de la literatura judía en el país, intentando, al igual que Hitler, anular la expansión de la cultura idish en el mundo.

Los judíos asentados en la Unión Soviética sabían que el país tendría que recibir ayuda de las potencias occidentales para frenar al ejército nazi. Decididos a obtenerla, varios notables literatos formaron en abril de 1942 el Comité Judío Anti-Fascista (CJA). Esa agrupación, además, debía recolectar dinero, ayudar a otros judíos desterrados, y restablecer sus granjas comunitarias y su vida cultural. Era una tarea difícil, pero urgente y necesaria.Solomon Mikhoels, artista de renombre y líder del comité, percibió la importancia del organismo cuando comenzaron a recibir miles de cartas de judíos con pedidos de ayuda. Inicialmente el CJA recibió el visto bueno del régimen soviético, e incluso muchos de los pedidos fueron elevados al Kremlin. Pero la mayoría de esas peticiones pusieron al descubierto la terrible discriminación que sufrían diariamente miles de judíos en la República Soviética de la posguerra.

Así, el comité comenzó a crecer, ganando un poder dentro de la comunidad judía que el régimen de Stalin nunca quiso alentar. El dictador comunista no lo iba a permitir, y fue el comienzo de la Guerra Fría, junto con el establecimiento de Israel en 1948, lo que facilitó la persecución y exterminio que él siempre anheló.

Disfrazó su antisemitismo diciendo que sería traicionado por aquellos que pactaban con las naciones burguesas. En realidad, la paranoia estalinista hacía referencia a un viaje que Mikhoels había realizado a los Estados Unidos de América en 1943 con el objeto de recaudar fondos: la Guerra Fría hizo de EE.UU. un enemigo insalvable, y todo aquel que pactara con ellos sería considerado un enemigo al régimen. La salida al “problema judío”, para Stalin, había llegado sola.

Stalin comenzó entonces con su plan en 1948, año en el cual Mikhoels fue asesinado por orden del dictador; luego, en noviembre, se decretó el cierre definitivo del CJA. Sus integrantes fueron acusados, a raíz de sus lazos con las potencias capitalistas, de espionaje y traición. Además, la acusación de mayor peso se basó en una idea de Mikhoels: él quería crear en Crimea una nación de judíos soviéticos que sirviera de refugio a las víctimas del Holocausto. Stalin pensó que ese establecimiento sería utilizado sin dudas por Estados Unidos para atacar sus dominios.

Ese mismo año, los ex-integrantes del CJA fueron apresados, lo que dio comienzo a un infierno impensado, sobre todo luego de haber sobrevivido a las manos de Hitler.

Todos los acusados fueron brutalmente golpeados y torturados durante los interminables interrogatorios. Algunos no sobrevivieron. Posteriormente, se los obligó a firmar una confesión, lo cual hicieron, perdidos en el dolor, el hambre y las alucinaciones luego de estar semanas sin dormir.

Así llegaron al día del juicio, que comenzó recién en 1952, diez años después de la creación del Comité. El proceso judicial fue una parodia en la cual las sentencias ya estaban arregladas, apoyadas por insostenibles acusaciones de traición. Como bien declaró uno de los oficiales que presenció los interrogatorios, a esas personas se las acusó de ser judíos, y no criminales. 

Durante el juicio no hubo abogados defensores ni jurado, ni a nadie le importó que los acusados se retractaran de las confesiones previamente firmadas. Finalmente, las 13 víctimas fueron condenadas a muerte, hecho que se cumplió a escondidas en el sótano de la conocida prisión moscovita de Lubyanka.

Entre las víctimas estuvieron: Péretz Márkish, David Bergelson, Itzik Feffer, Leyb Kvitko, David Hofstein, Benjamin Zuskin, Solomón Lozovski, Borís Shimelióvich.

Un décimo cuarto acusado, Solomón Bregman, evitó ser ejecutado al morir poco antes. Otra condenada, la científica Lina Stern, no fue ejecutada ya que el Politburó del partido no recomendó su ejecución.

Todos los judíos asesinados por Stalin fueron notables profesionales; todos, además, apoyaron siempre al comunismo y amaban a su país, el único lugar en el cual, según creyeron, el pueblo judío podía vivir en paz. Se equivocaron. Fueron víctimas, una vez más, de la intolerancia y el poder; traicionados por un régimen que, no hacía mucho, habían sabido defender con el corazón.



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