En la conocida mansión de Wannsee, a las afueras de la capital alemana, Berlín, el 20 de enero de 1942, se reunieron altos jerarcas de la cúpula de la Alemania nazi con la finalidad de debatir los aspectos técnicos relativos a la “solución final de la cuestión judía”. Bajo la conducción del siniestro Reinhard Heydrich, los participantes de la conferencia acordaron las atribuciones respectivas de cada uno en este proyecto criminal, así como su cooperación en la deportación de todos los judíos europeos.
“Las actas de esta reunión de secretarios de Estado conservadas hasta hoy, documentan que la decisión de deportar a todos los judíos europeos de las zonas bajo dominio alemán había sido tomada ya previo a la conferencia al más alto nivel, es decir, por el “Führer y Canciller del Reich, Adolf Hitler”, señala una publicación relativa a la Conferencia del Centro Memorial y Educativo de Wannsee.
Sin embargo, pese a los trabajos fundamentales para llevar a cabo el exterminio de todos los judíos de Europa, los asesinatos en masa a judíos habían comenzado en junio de 1941 en los territorios conquistados de la Unión Soviética. Pero en Wannsee se establecieron y organizaron los planes fundamentales para las deportaciones hacia el Este, la reclusión de los judíos en guetos y el trabajo forzado, que constituirían, en palabras de los presentes y del propio Heydrich, las medidas preparatorias para “la inminente solución final de la cuestión judía”. El proyecto, tal como se proyecta en el acta final de la cumbre nazi y, en palabras de un participante notable de la cumbre, Adolf Eichmann, cuando fue juzgado en Jerusalén en 1961, tenía como fin último que ningún judío quedara con vida en todo el continente.
La mansión, que había sido propiedad de un noble alemán que la vendió a una institución policial controlada por los nazis, pasó después de la guerra por varias manos, entre ellas las de los norteamericanos que liberaron Alemania, el Partido Socialdemócrata alemán y una institución educativa alemana, para acabar convertida, en 1992, en el Memorial y Centro Educativo de Wannsee.
En el interior del recinto, podremos encontrar, explicado con todo lujo de detalles, los preparativos, las consecuencias de la conferencia, la documentación relativa a la misma y numerosos testimonios gráficos y documentales sobre tan trascendental acontecimiento en la historia del Holocausto o la Shoá.
El papel de Joseph Wulf en el Museo de Wannsee
El lugar es un homenaje póstumo al historiador judeo polaco Joseph Wulf, quien durante años luchó (1965-1971) porque este lugar se convirtiera en un lugar para el recuerdo, la memoria y el estudio del papel de Alemania durante el Holocausto, algo a lo que las autoridades alemanas de entonces se negaron hasta que finalmente tuvieron que pasar muchos años para que se aceptaran las recomendaciones del difunto historiador.
Wulf, que era un auténtico experto sobre el Holocausto y nos dejó 18 libros sobre la cuestión, se acabó suicidando desconcertado, olvidado, marginado e incluso amenazado por muchos alemanes que le consideraban un rencoroso judío incapaz de olvidar el Holocausto.
En su última carta a su hijo, David, Wulf escribió: «He publicado 18 libros sobre el Tercer Reich y no han tenido ningún efecto. Puedes documentar todo hasta la muerte para los alemanes. Hay un régimen democrático en Bonn. Sin embargo, los asesinos en masa caminan libres, viven en sus casitas y cultivan flores”. Dejó expresamente escrito en su testamento que nunca fuera enterrado en Alemania y actualmente sus restos descansan en Holón, en la costa central de Israel, al sur de Tel Aviv.
En definitiva, la historia de Wulf y de esta casa de Wannsee son historias paralelas y ambas confluyen en el ejercicio, quizá todavía no resuelto en Alemania, de conciliar las responsabilidades colectivas de los alemanes en el Holocausto y la necesidad de mantener viva la llama del recuerdo y la memoria de los millones de víctimas provocadas por esa gran tragedia que fue la Shoá.
Si todavía quedan algunos supervivientes de aquellos tiempos aciagos y terribles, cada vez menos todo hay que decirlo, es porque los aliados pusieron fin a la guerra y liberaron los campos de exterminio, descubriendo, atónitos, el terror, la muerte y los abominables crímenes perpetrados por los nazis.
Si la guerra hubiera sido ganada por los alemanes, seguramente hoy no quedaría ningún judío viviendo en Europa y sus vestigios habrían sido destruidos para siempre, sumiendo al olvido esa presencia milenaria en el continente. De aquello de lo que no se conserva ni siquiera un fósil, pensarían los nazis, es que realmente no ha existido.
Aunque en los últimos tiempos se han hecho notables esfuerzos en Alemania, como lo son la apertura de numerosos museos, instituciones y monumentos conmemorativos que nos recuerdan a las víctimas del Holocausto, todavía queda mucho trabajo en el ámbito educativo no solamente en Alemania, sino en todo el continente, pues el antisemitismo sigue presente en nuestras sociedades y lejos de ser una sentimiento atenuado con el paso de los años se retroalimenta con los viejos (y también los nuevos) argumentos justificantes, tan falaces como miserables.
Para concluir, y volviendo acerca del tema de la culpa colectiva de los alemanes con respecto al nazismo, cito al historiador Laurence Rees, quien aseguraba en una entrevista reciente tras muchos encuentros con los verdugos -alemanes y colaboradores de los nazis de otros países- que no encontró ni culpa ni arrepentimiento ni engaño, tal como relata: “En mi experiencia, muy poca culpabilidad y bastante autoengaño fue la que encontré. Una de las razones por las que he pasado tanto tiempo investigando el Holocausto es porque muchos de los antiguos nazis a los que entrevisté me decían que habían hecho lo correcto en aquel momento”.
Es por ello, que el recuerdo y la memoria de las víctimas deben preservarse y Wannsee es un lugar fundamental para comenzar ese ejercicio, el lugar donde comenzó toda esta tragedia y drama para millones de personas que fueron sacrificadas en el altar de la supremacía étnica.
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