-- --

Buscar información

Facebook y Twitter

domingo, 12 de junio de 2022

UCRANIA: UNA BODA CON FAMIIARES QUE NO PUEDEN ACCEDER POR ESTAR EN ZONA OCUPADAS POR LOS INVASORES

 
Eran los últimos anillos de la joyería. La fábrica está en Kramatorsk y, de momento, la guerra ha estrangulado la producción en esta ciudad del este, la zona más convulsa de Ucrania. “¡Qué ironía!”, señala en perfecto castellano Oleksii Otkydach, de 24 años. 
Cada detalle de su boda con Kristina Bohdiazh, de 22, está tamizado por el conflicto que envuelve al país. Ella es originaria de la ciudad de Donetsk, en manos de los rusos. 


Entre ellos, como millones de ucranios, hablan en ruso, pero fueron educados a caballo entre las dos lenguas. Entre estos dos historiadores pesan más los ocho años de relación que la imposibilidad de sus familiares de poder asistir al enlace matrimonial en Kiev. “Llevábamos tiempo hablando de la boda y no queríamos morir sin casarnos”, sentencia el joven imprimiendo cierta pátina fatalista a su decisión.

La retransmisión por Skype, el pasado día 4, mantiene asomados a la ventana conciliadora del teléfono a los contrayentes en Kiev y a sus padres y hermanos en las zonas ocupadas. Kristina gira el móvil para presentar al puñado de invitados que les arropan. Ambos muestran a la pantalla los anillos al acabar la ceremonia, un acto protocolario sin más cerrado por un beso, la entrega de un documento por parte de la funcionaria y un aplauso de los presentes. Nada de rito en la iglesia, nada de familias, nada de fiesta… 

“Es la primera vez que asisto a una boda exprés”, reconoce Pavlo, de 31 años, en medio del ambiente rancio y decrépito de un edificio que parece haber quedado anclado décadas atrás. Este escenario es el conocido como palacio central para eventos especiales, una factoría donde se celebran en la capital bodas en serie e impersonales cada cuarto de hora. Después, un paseo con 11 amigos por la ciudad para hacerse fotos y comida con ellos a media tarde en un restaurante. Listo. Ni siquiera un “¡Que vivan los novios!”.

Posan en un parque y delante de la catedral de Santa Sofía. Pero también eligen hacerlo delante de uno de los tanques rusos cobrados como preciada pieza del enemigo. Las autoridades han trasladado varios blindados a una plaza de Kiev para disfrute vecinal en un improvisado museo de la guerra al aire libre. Aunque no van vestidos con el tradicional atuendo de novios, los dos llaman la atención a decenas de viandantes que se cruzan con ellos. “Vamos modernos y tradicionales a la vez”, explica Oleksii. Justifica así que ambos lleven zapatillas de deporte, pero, en un guiño patriótico, luzcan a su vez la vishivanka, prenda nacional enriquecida con bordados. Él lo hace en forma de camisa y ella de vestido, además de lucir una espectacular corona de flores, también tradicional.


Oleksii y Kristina, vegetarianos y animalistas militantes, se conocieron en 2013 durante una competición de alumnos aventajados de Historia. Ella era campeona de Donetsk; él, de Sebastopol. “Kristina se quedó a un punto de ser campeona de Ucrania”, comenta orgulloso Oleksii. Sobre ese modelo soviético para elegir a los mejores levantaron ellos los cimientos de su relación. Se enamoraron entre preguntas sobre Grecia, Roma, Egipto o la vieja Europa. Ella recuerda cómo en 2014 les pusieron a prueba con imágenes de los distintos monumentos que hay en el mundo en honor al poeta Taras Shevchenko, pues se cumplían dos siglos de su nacimiento. Debían identificar la ciudad en la que se halla cada uno.
Una funcionaria entrega en Kiev a los novios, Oleksii, de 24 años, y Kristina, de 22, el certificado y una tela tradicional con bordados.


En medio del ambiente primaveral, Kiev es hoy una ciudad que nada tiene que ver con el escenario fantasmagórico del que huía la población cuando estuvo a punto de ser invadida por los rusos a finales de febrero. Los combates rodearon una urbe casi desierta durante semanas. De hecho, la boda se celebra después de que algunos de los amigos de los novios hayan regresado tras escapar a zonas más seguras del país. Pero ni siquiera este escenario de cierto optimismo y alejado de los combates en el este, donde está la familia de Kristina, sirve para imprimir un aire festivo a la jornada. “La guerra va a durar como mínimo hasta 2023. Yo ya tengo algún amigo en el frente y me temo que por allí vamos a tener que ir pasando todos. Pero mejor muerto que vivir bajo Rusia”, sentencia Artem, de 25 años, uno de los invitados.

El grupo de 13 acaba de hacerse una foto delante de la Universidad Nacional Taras Shevchenko, el de los monumentos de la prueba de Historia, conocida como La Roja por el color del edificio. “Queríamos tener esta imagen porque la mayoría hemos estudiado aquí”, explica el novio. 
La fotógrafa, que no quita ojo de cuanto sucede y les hace posar de todas las maneras posibles, es la misma que trabaja retratando a los animales del refugio en el que colabora Kristina.

La perra de ambos, un pastor alemán mixto que es un miembro más de la familia, les acompañará en el periplo que esperan poder emprender en septiembre. Oleksii ha recibido una beca para ampliar sus estudios dos años en el extranjero. Seis meses en Salamanca, seis en Estocolmo, seis en París y otros seis en algún país de América Latina.
Pero su salida de Ucrania está en el aire. Bajo la actual ley marcial impuesta a la sombra de la guerra, los hombres de entre 18 y 60 años no pueden abandonar el territorio nacional, salvo con un permiso especial. La pareja, que habla media docena de idiomas, entre ellos el español, depende del visto bueno del Gobierno de Kiev para poder cumplir sus planes. Es lo que han de solicitar, ya como marido y mujer, con la documentación que les llegue de la Universidad de Salamanca.

La traca final de una boda encorsetada por el protocolo bélico llega por cortesía del bombardeo que cae sobre Kiev en la madrugada del domingo. Hacía 38 días que la capital de Ucrania no era atacada. Sobre las seis de la mañana, Oleksii (Alejo le llama ella cuando hablan en castellano) y Kristina acaban su noche nupcial refugiados en el cuarto de baño de su casa escuchando caer los misiles lanzados por los rusos. “Otra ironía”, zanja el novio sin perder el buen humor.


No hay comentarios: