Francisco Vernazza trabajó con el Frente Amplio en su
fundación, en 1971, fue asesor de Sanguinetti en 1994, de Mujica en 2009 y de
Talvi en las internas de 2019, ahora en una entrevista brindada al diario
montevideano El País hace un detallado e interesante análisis de la situación actual de la
política
-Uruguay culminó el año pasado con 15 años del gobiernos del
FA. ¿Qué implica este cambio histórico?
-Lo que pasó en 2004, con el primer triunfo del Frente
Amplio, fue el fin del ancien régimen. Hasta ese año había un formato de
captura y fidelización de electores que pasaba mucho por la relación personal y
por algo que a mí me gusta llamar el aparato de distribución. Así como alguien
que tenía una fábrica desparramaba su producto por muchos puntos de venta, aquí
se desparramaban una cadena de vínculos.
Blancos y colorados remuneraban a la gente con la
expectativa de incrustarlos en el poder, de hacerlos parte del aparato del
Estado. Ese era el formato de la política, que era un formato muy poco
ideológico.
Esto fue perdiendo adhesión social, porque generó un Estado
de incompetentes. El FA logró ilusionar con cambiar todo esto, pero con el
tiempo volvió a aparecer la corrupción hormiga. El Estado empezó a dar más
protección a quienes estaban metidos en la cadena, a los más sindicalizados, a
los funcionarios públicos, al mundo de las ONG, a causas como el feminismo, a
la cultura. Todo eso humanizó al FA, lo desideologizó, lo acercó a los partidos
tradicionales. Y así se creó una nueva ilusión.
-Desde el Frente Amplio hay quienes han criticado la
impronta supuestamente personalista de Luis Lacalle Pou. ¿Usted lo ve así?
-La izquierda y el FA tienen por su propia historia una
tradición de dirección colectiva, porque nacieron con alianzas y tienen que
proteger la unidad, y esto no es un enunciado principista, sino que tiene que
ver con el marketing. Tienen que proteger la marca, porque si cada uno va con
su boliche de barrio -sea el Partido Comunista, el Partido Socialista, o lo que
fuere- no llegan ni a la esquina. Pero en los partidos tradicionales esto no es
así, por eso es que no me sorprende que Lacalle Pou tenga un estilo
personalista; es algo muy consistente con su tradición histórica. No es más
personalista que Sanguinetti, Batlle, Pacheco o Wilson Ferreira.
-Esos reproches en cuanto a su personalismo, entonces,
¿podrían tener que ver más con el juego político?
-Lo que pasa es que el FA viene de gobernar y ahora tiene un
desesperante problema para conseguir visibilidad y prensa. Carece de figuras
carismáticas. Es una angustia existencial. Le propone al gobierno que lo deje
gobernar un poquito. “Sentame en la mesa”, dice el FA, “y ya de paso llevamos a
los fotógrafos”. Y cuando le contestan que no, se ofende.
-Siendo así, cada vez
parece más difícil llegar a acuerdos políticos que permitan políticas de largo
plazo…
-Hubo un cambio de época en 2019, porque murieron los
argumentos que fueron la punta de lanza de los últimos 50 años de historia. Hoy
nadie puede decir que los blancos y colorados son todos ladrones, frívolos,
irresponsables e incompetentes; y nadie puede decir que los comunistas son
todos acomodados, una burocracia instalada en el poder. Lo que no ha podido
pasar todavía es lo más maravilloso. Ahora que tenemos dos espacios políticos
claramente definidos, que nos pusimos viejos y hemos aprendido, que ya se nos
pincharon todos los globos ideológicos y sabemos a dónde van a parar países
como Venezuela o Argentina, ¿no será tiempo de sentarnos a discutir las cosas
importantes? No hablo de las medidas sanitarias para la semana que viene, sino
de pactar asuntos en que es imposible avanzar sin un pacto; en la reforma del
Estado, por ejemplo.
-La política, de alguna manera, es oponerse a lo que dice el
otro…
-Es que si vos amagás con pegarle una suave cachetada a la
remuneración de los funcionarios públicos, mi negocio es decir que los
funcionarios públicos son lo más grande del mundo, que no se los puede tocar y
que son los que mueven la economía. Esto aunque todos sepan que la reforma del
Estado es la madre de todas las reformas. Sería bueno que se pudiera acordar,
por ejemplo, si es que vamos a romper con el
Mercorsur; y que después no haya uno que lo quiera evitar
porque quiere la silla del presidente y que no haya tampoco un presidente que
salga a festejar como que es el campeón del mundo si por esto se logra una ola
de inversiones.
-¿Cómo cree que hizo una persona como Lacalle Pou, que
obtuvo el 28% de los votos, para lograr una aprobación del entorno del 60 %?
-La alta cotización de Lacalle Pou responde básicamente a
tres cosas. Lo primero es que todavía está en el aire el impulso de la ilusión;
aún se puede tener abierto el juicio sobre él y nos morimos de ganas de que sea
Superman. Lo segundo es que como está la pandemia hay cosas que se disculpan y
la evaluación final se aplaza. Y lo tercero tiene que ver con que el presidente
ha sido una grata sorpresa.
-¿En qué sentido?
-Todos los frenteamplistas y la mitad de los no
frenteamplistas tenían a Lacalle Pou como sospechoso de nene bien de la Tahona
que no sabía lo que era la vida real. Como un político menor, sin envergadura,
un hijo de. Y lo que ha demostrado en este tiempo, que también lo favoreció en
el sentido de que le ha dado horas de cámara, es que todo esto no es así.
¿Frívolo? Es el tipo más serio, por su aspecto y su formalidad, en mucho
tiempo. ¿Politiquillo? Es el que usa la retórica de la manera más sobria.
Cuando habla es difícil que use dos palabras de más.
-A veces desde el Frente Amplio se compara a Lacalle Pou con
Mauricio Macri, que asumió después de tres períodos kirchneristas pero la
coalición que formó logró mantenerse en el gobierno solo por un período.
-Si yo fuera Lacalle Pou, todos los días le pegaría una
llamadita de agradecimiento a Danilo Astori, porque fue quien evitó que a él le
pasara lo que le pasó a Macri, que recibió un gobierno con la economía
reventada. Es verdad, había un déficit y había algunos millones de deuda, pero
eso es un centésimo de lo que pasó en Argentina y no solo en proporción al
tamaño. El componente populista de la izquierda uruguaya no lo llevó a la
irresponsabilidad de gastarse todo; fueron capaces de pensar que existe un país que tiene que salir adelante. En la Argentina de Kirchner, y
en menor grado en la de Macri, los exportadores agropecuarios tenían un
impuesto, una retención sobre el valor bruto. En el Uruguay de José Mujica no
se tocó con un dedo al sector exportador. Es inimaginable la fiesta de
despilfarro, de dinero para los jubilados o el carnaval que se habría podido
dar si hubieran puesto retenciones. En el FA fueron sobrios, evitaron hacer
esto que podría haber determinado que la gente los adorara y que ganaran,
seguramente, una cuarta elección.
-El FA atraviesa un recambio histórico luego de los
liderazgos de Vázquez, Mujica y Astori. ¿Cómo ve el futuro de la coalición de
izquierda?
-Una pregunta que tenemos que hacernos es si las nuevas
dirigencias van a ser tan responsables comoTabaré, Mujica y Astori, o si va a ser una pelea de tajos y
puñadas. ¿El FA qué va a terminar siendo? Quizá sea una versión mejorada, como
pasó con los partidos tradicionales; o quizá una empeorada, deshilachada y sin
peso de las personalidades políticas de influencia.
-Parece haber dos claros líderes con posibilidades de
representar al FA en 2024, Carolina Cosse y Yamandú Orsi. ¿Cómo ve a estas dos
personalidades?
-Son liderazgos con muy poca influencia interna. La unidad
de acción más relevante del FA es la agrupación política. Eso ha sido un
problema, porque han hecho disparates porque tienen que darles votos en los
organismos de decisión a los delegados de sus bases, tipos que no entienden
nada y les redactan el programa. Me preguntás por Orsi y por Cosse, y yo más
bien me preguntaría por el MPP, el Partido Socialista y el Comunista, y después
me preocuparía por ellos, porque por el costado de las estructuras no hay nadie
que crezca. No hay liderazgo que pueda con esto.
-¿Vázquez y Mujica no fueron líderes tan fuertes que
lograron separarse de lo que dictaban las bases?
-Sí, y también Danilo, que los ignoró cuando reclamaban
hacer una fiesta con la guita pública. Pero lo hicieron al final del proceso,
cuando estaban en el gobierno.
-En el Partido Nacional todo indica que aparecerán nuevos
actores con aspiraciones presidenciales. Se habla de Álvaro Delgado, Beatriz
Argimón y Martín Lema.
¿Qué tanto incide la imagen de Lacalle Pou para que puedan
tener peso estos líderes?
-Cuando uno ve a Lacalle Pou en la tele lo que siente es que
el tipo está muy solo. La tiene brava, porque aunque este gobierno sea exitoso,
transferir una herencia de éxito es difícil. No hay nadie que pueda llegar con
un significativo tamaño a la próxima elección. Cuando hablo de tamaño me
refiero a que uno lo mire y diga: este es un presidenciable. Y si le llega a ir
mal a Lacalle Pou, si fracasa, tampoco veo dentro del Partido Nacional a otra fracción competitiva.
-¿Y qué pasa si a
Jorge Larrañaga le va bien en el Ministerio del Interior?
-Larrañaga como fenómeno está teniendo una segunda
primavera, pero no parece que tenga chances de ser competitivo, entre otras
cosas por su contraste con Lacalle Pou, por las diferencias en el estilo, en la
energía, en la forma que ejercen sus cargos. Se me hace difícil pensar que
Larrañaga pueda aspirar a ser su sucesor, del mismo modo que Juan Andrés
Ramírez lo fue de Luis Alberto Lacalle. Ramírez fue un ministro exitoso, con
personalidad política, pero que era presidenciable porque no tenía historia.
Esto es algo que disminuye a Larrañaga, que ya tiene varias cicatrices a la
vista. No podés ser el bonito de la foto si tenés un corte en la mejilla.
Tampoco veo a Argimón, que llegó al primer nivel de la política de la mano, en
el sentido más caballeresco del término, de Lacalle Pou, porque no tiene
envergadura propia. Si pasa que el presidente es muy exitoso, algo que no es
fácil en esta coyuntura y teniendo en cuenta que el temperamento del electorado uruguayo no es demasiado
generoso, lo que podría intentar es una operación de continuidad instaurando la
idea de que el próximo gobierno va a estar a su sombra. Y al que veo en
condiciones para un formato así, de herencia, es a Delgado. Tiene envergadura,
una historia propia de éxito -aunque no muy extensa- y no luce muchas
cicatrices.
-¿Cómo quedó el Partido Colorado tras la renuncia de Talvi?
¿Cómo ve su futuro tras este cimbronazo, y con el liderazgo de Sanguinetti?
-Aunque Sanguinetti disfruta de ocupar ese lugar, sé que no
le gustaría estar ahí, porque sabe que es un partido sin porvenir. No tienen
figuras relevantes conocidas. Se habla de Robert Silva, me parece un tipo
interesante, pero no es la clase de político que pueda darles oxígeno en esta
situación. Lo interesante es que la marca sigue vivita y coleando.
-¿Y por qué sucede esto?
-Yo bromeo que Sanguinetti es el único que a esta altura
cree que el Partido Comunista existe de verdad.
¡No son un partido comunista, están usando la marca! ¿Y por
qué las marcas logran mantenerse en el tiempo? Eso es algo irracional, o
paradójico. Es curioso, por ejemplo, que el Partido Independiente tenga el 10%
de los votos del Partido Colorado, cuando Pablo Mieres es una figura pública
tan bien valorada.
-Cabildo Abierto era una marca desconocida, y sin embargo le
fue casi tan bien como a los colorados.
-Sí, pero es un partido que tiene un techo político. Los
límites los pone Guido Manini Ríos, porque Cabildo es él y solo él. Estoy
seguro de que sus votos se componen de todos los uniformados, verdes o azules,
más algunos de sus familiares, más un pequeñísimo segmento de derecha
republicana, pero autoritaria.
Mujica lograba la identificación por parte del público
humilde. Y salvo un grupo de gente que podría estar captada por aparatos
clientelísticos, en los asentamientos no perdió un voto. Manini es un fenómeno
similar, pero más chico porque hay menos militares que pobres.
-¿Tiene futuro la coalición?
-Creo que estos cinco años los van a atravesar con cierta
facilidad. Hay liderazgos claros y no hay egos, que es lo que desbarata las
coaliciones. Puede haber, sí, algo más complicado de manejar, que tiene que ver
con las dimensiones retributivas de la política y el uso del Estado. Es decir,
todo contribuyente se siente con derecho a pedir algún tipo de retribución que
lo ayude a protagonizar políticamente y a financiar la continuidad de su formación.
Ese negocio, que lo conocen todos, y el último que no lo conocía, el FA,terminó practicándolo a cara de perro, con distribución de
cargos entre fracciones, hay que manejarlo bien. Yo diría que Lacalle ahí tiene
mucho oficio, y el arte de todo eso es retribuir, permitirles a los partidos
que protagonicen, que participen, que tengan puestos, visibilidad, porque eso
hace a su capital de competencia política.
Va uno y dice: “Acá tengo a los
tamberos de San José, vengo a pedir todos los subsidios del mundo”; va otro y
reclama por los hoteleros de Rocha. Y así es la dinámica, cada uno aprieta todo
lo que puede. Intentan comerse el bife más grande. Y esto es así porque el tipo
tiene que seguir viviendo, porque necesita los votos de los tamberos o los
hoteleros.
-Y esto siempre va a ser así…
-No hay asunto más importante para la sociedad y para el
sistema político uruguayo que definir un sistema de financiación de la política
que libere un poco de estas dependencias; que el tipo si pierde a los tamberos,
no se tenga que ir a la casa a ver si consigue un laburo en el kiosco. Esto
tiene que ver con las dimensiones de la vida real, es el laburo de los tipos.
Cuando vos veías al final de la campaña de 2019 en las redes sociales el nivel
de descontrol del frentismo, ¿qué creías que era lo que estaba pasando?
¡Estaban defendiendo el laburo! ¿Vos qué harías?
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