-- --

Buscar información

Facebook y Twitter

viernes, 18 de septiembre de 2020

STRADIVARIUS: LOS VIOLINES EXCEPCIONALES

En septiembre de 2012, el auditorio Jean-Pierre Miquel de Vincennes, en París, fue testigo de un experimento musical peculiar. Unas trescientas personas, entre músicos, lutieres, ingenieros de sonido y críticos, observaron desde sus butacas la actuación de diez virtuosos del violín llegados de distintos rincones del planeta. La investigadora al frente de esta prueba, la experta en acústica Claudia Fritz, los había invitado a participar en un test a ciegas.


Los solistas debían decidir qué instrumento se llevarían a una hipotética gira entre doce violines: seis modernos, fabricados por lutieres franceses y estadounidenses, y seis antiguos, de las marcas Stradivarius y Guarneri. Debían tocar en la penumbra, con los ojos cubiertos con gafas de sol y las fosas nasales tapadas por una mascarilla perfumada, para no tener ningún referente visual y olfativo. Durante setenta y cinco minutos, cada uno de los participantes pudo tocar los doce violines y comparar las diferencias tonales entre todos ellos.

Los resultados del estudio, publicados en 2014 en la prestigiosa revista estadounidense Proceedings of the National Academy of Sciences, fueron sorprendentes. Seis de los diez intérpretes prefirieron los violines de fabricación reciente, y ninguno de ellos supo distinguir los instrumentos antiguos de los modernos. Según Fritz, investigadora del Instituto Jean le Rond d’Alembert, estos datos contradicen la opinión generalizada, según la cual los Stradivarius presentan unas cualidades tonales que no pueden ser igualadas por los instrumentos actuales.

Uno de los célebres Stradivarius repartidos por el mundo.

Pero, entonces, ¿por qué músicos, científicos, lutieres e historiadores llevan décadas intentando explicar el secreto de su extraordinario sonido? ¿Qué los hace tan especiales?

La edad de oro

Antonio Stradivari fue tal vez el más ilustre de los lutieres que coexistieron en Cremona, en el norte de Italia, entre los siglos XVII y XVIII. No hacía mucho que Andrea Amati, fundador de la escuela cremonesa (futuro punto de referencia en la elaboración de instrumentos de cuerda) y considerado el creador del violín en su forma actual, había muerto a raíz de una plaga de peste bubónica.

El único artesano con capacidad para fabricar instrumentos que había sobrevivido a aquella calamidad fue su nieto Nicolò Amati, de quien Stradivari aprendió el oficio. Llegó un momento en el que el alumno superó al maestro. En 1683, Stradivari se estableció por su cuenta en el mismo edificio que Amati, y no tardó mucho en adquirir la fama que aún preserva en nuestros días. Además de su maestro, solo Giuseppe Guarneri, también conocido como Guarneri del Gesù, se postuló como acreditado competidor.

Stradivari tenía más de noventa años (una longevidad inusual para la época) cuando murió. Únicamente dos de sus once hijos, fruto de sus dos matrimonios, se dedicaron al oficio: Francesco y Omobono. Sin embargo, estos no solo carecían del talento de su progenitor, sino que fallecieron poco después que él, al igual que Guarneri del Gesù. La producción de instrumentos de extraordinaria calidad en la zona de Cremona terminó con ellos.

Una búsqueda incansable

Los Amati, Guarneri y Stradivari, así como el resto de artesanos de su época, no se preocuparon de dejar por escrito su método de fabricación. Probablemente, no eran conscientes del interés que este despertaría. El primer tratado sobre la elaboración y conservación de violines data de principios del siglo XIX. En él, su autor, el lutier alemán Jacob August Otto, reconoce la superioridad de los instrumentos de los expertos cremoneses y la atribuye al tipo de barniz empleado.

No pocos de los contemporáneos de Otto afirmaron que la receta del barniz de los Stradivarius la había formulado en secreto un alquimista o boticario. La teoría de Otto se mantuvo vigente hasta la primera mitad del XX. Hoy sabemos que el barniz de aquellas piezas respondía a una finalidad puramente estética (para que brillaran más) y protectora (para repeler la suciedad). También sabemos que un barniz no puede mejorar la sonoridad de un violín; en todo caso, uno de baja calidad puede empeorarla.

A mediados del siglo XX, el secreto de las propiedades de los Stradivarius recayó en su madera. Según algunos, la clave radicaba en que esta procedía de castillos, catedrales medievales y barcos hundidos. Más credibilidad mereció la teoría del uso de una madera crecida entre 1645 y 1715, el período más gélido de la conocida como Pequeña Edad de Hielo. Durante ese período, Europa central sufrió una concatenación de duros inviernos. Como consecuencia del descenso acusado de las temperaturas, los árboles de la zona alpina pudieron haber ralentizado su crecimiento. La madera habría adquirido una densidad baja y, por tanto, una sonoridad diferente. Pero el uso de esa madera específica no se ha demostrado en todos los violines salidos del taller de Stradivari.

Sucesión de explicaciones

Conforme ha avanzado la tecnología, se han sofisticado las explicaciones acerca de la singularidad de estos tesoros. En 2005, Mats Tinnsten y otros científicos de la Universidad Mid Sweden, en Suecia, se valieron de precisos modelos matemáticos para determinar qué forma debería tener la parte superior de un violín para lograr las mismas propiedades que un Stradivarius genuino. Pero, tal como ellos mismos reconocieron, no se trataba tan solo de una cuestión de forma, sino también del material de construcción y la edad del instrumento, barreras que confiaban sobrepasar con ayuda tecnológica.
Tres siglos después del nacimiento de los Stradivarius continúa la búsqueda del secreto de la calidad de su sonido

Joseph Nagyvary, profesor emérito de Bioquímica de la Universidad A&M de Texas, lleva media vida consagrado al estudio de los violines Stradivari y Guarneri. En 2009 publicó unas conclusiones en la revista científica de la Biblioteca Pública de Ciencia (PLOS ONE, por sus siglas en inglés) en las que aseguraba que los célebres artesanos habían tratado químicamente la madera. Entre los compuestos hallados en los instrumentos figura el bórax, un mineral hoy presente en detergentes, cosméticos, insecticidas y fertilizantes. Según Nagyvary, entre 1700 y 1720, una plaga de insectos afectó a los árboles de la zona de Cremona, así que Stradivari y Guarneri habrían empleado productos químicos como este para proteger la madera.

Dos años después, científicos de la Universidad de Minnesota presentaron la que, según ellos, era una copia exacta de uno de los violines Stradivarius expuestos en la biblioteca del Congreso de EE UU. Primero escanearon el original mediante un TAC. Las cerca de un millar de imágenes obtenidas permitieron medir la densidad de la madera, determinar el tamaño y la forma de todas sus piezas e incluso localizar grietas y agujeros provocados por el paso del tiempo; factores que repercuten en el sonido. Con esta información fabricaron el nuevo instrumento.

Este método podría ayudar a muchos músicos a acceder a piezas con la misma calidad acústica que un Stradivarius, pero mucho más económicas. Por las mismas fechas, y también con este objetivo, el profesor suizo Francis Schwarze sometió unas maderas a un tratamiento a base de hongos para recrear las condiciones biológicas de un Stradivarius. El Physisporinus vitreus y el Xylaria longipes provocan un crecimiento esponjoso de la madera, lo que abre las membranas celulares de sus paredes. Gracias a ello, el sonido penetra más rápido y es más armonioso.



El Español II (1687-1689), perteneciente a la colección de Stradivarius Palatinos del Palacio Real de Madrid Håkan Svensson

Entre el mito y la realidad

Tres siglos después del nacimiento de los Stradivarius, continúa la incansable búsqueda del secreto de su legendaria superioridad. Según el lutier catalán David Bagué, que desde hace cuarenta años fabrica violines para virtuosos como Ruggiero Ricci o Leonidas Kavakos, la técnica desempeña un papel fundamental. Él mismo solo elabora sus violines con madera del valle de Fiemme y de los Balcanes, de árboles con una altura determinada y talados en luna menguante. No obstante, considera que la ciencia no lo es todo: “Si con la tecnología que tenemos todavía no hemos sido capaces de imitar un Stradivarius es porque aquella mentalidad es irrepetible. Los Stradivarius fueron grandes porque estaban inmersos en un proceso y en una época sociopolítica y cultural que dieron no solo grandes instrumentos, sino incomparables obras de arte”.

Pasamos del taller al escenario. En 2012, la joven violinista Ana María Valderrama, una de las más aclamadas del momento, tuvo por primera vez en sus manos un Stradivarius. “No sé cuánto hay de mito y de realidad, lo que sé es que nunca he tocado un violín tan extraordinario”, confiesa. 

El instrumento, conocido como el Boissier o el Rojo, lo creó Stradivari en 1713, y se alza como uno de los cinco mejor conservados del planeta. Con él, la madrileña obtuvo el primer premio del Concurso Internacional de Violín Pablo Sarasate.

Valderrama pudo cumplir el sueño de tocarlo de nuevo cuando el violín ya había sido declarado Bien de Interés Cultural por la Comunidad de Madrid. “En la actualidad hay violines muy buenos que tal vez estén a la altura de este, pero tener delante un Stradivarius es algo muy especial. En cuanto lo tomas y lo empiezas a tocar, el sonido es increíblemente rico”, afirma la violinista. 

Según Valderrama, la supuesta superioridad tonal de los instrumentos del maestro de Cremona es una apreciación subjetiva. La ciencia no ha demostrado esta excelencia, pero los intentos no cesan.

Este artículo se publicó en el número 559 de la revista Historia y Vida.


No hay comentarios: